Por Juan Salinas Quevedo
24/6/2017
Ya hay un español que quiere / vivir y a vivir empieza, / entre una España que muere / y otra España que bosteza. / Españolito que vienes / al mundo te guarde Dios. / Una de las dos Españas / ha de helarte el corazón.
(Españolito, Campos de Castilla, Antonio Machado, 1912).
En la pintura Duelo a garrotazos (1819–1823), Goya retrataba la lucha fratricida y salvaje entre la España liberal y absolutista del S. XIX, cien años más tarde Machado ensamblaba versos que aludían a aquella incipiente idea denominada “Las dos Españas”, secesión ideológica que desembocaría en una cruenta Guerra Civil y que autores como Fernando Fernán Gómez representaron sobre las tablas (Las bicicletas son para el verano, 1984), y otros como Berlanga filmaron las consecuencias de aquella contienda en la oscura posguerra (El verdugo, 1963). El arte, en sus diferentes formas, ha retratado la historia de un país de pensamientos opuestos y encontrados, de políticas e ideologías enfrentadas, y de una ausencia de unidad que de forma anacrónica nos persigue en el tiempo. A través de esas obras, se ha denunciado con mordacidad e inteligencia las injusticias que hemos padecido en diferentes etapas, sobre todo en aquellas más negras, en las cuales cualquier tipo de manifiesto cultural se convierte en una crítica subversiva de lo que nos rodea, y en espejo de nosotros mismos.
En la actualidad, Víctor García León (Más pena que Gloria, 2001; Vete de mí, 2006) recoge el testigo con Selfie, fotografía irreverente y naturalista del clima social, moral, político e ideológico de una España dividida. Para ello se adentra en la vida de Bosco (Santiago Alverú), hijo de un ministro imputado por corrupción que se ve obligado a abandonar su lujoso chalet de La Moraleja para terminar compartiendo piso en el humilde barrio de Lavapiés y yendo a buscar trabajo a la sede de Podemos.
En los próximos días recorrerá Madrid un autobús promocional de la película con frases polémicas expresadas por su insolente protagonista: “¿Es seguro comprar comida en Lavapiés?” o “Pobres toros, pero, ¿y las focas?”. Allí entrevistamos a su director -días previos a su estreno en cines- para hablar de corrupción, de ideologías, de corrección política, de responsabilidad ciudadana y del cameo memorable de Esperanza Aguirre durante un mitin del PP.
¿Está concebida en la idea de denuncia y de crítica corrosiva del país?
Es un retrato con mala leche. Se trata de ver lo que hay con un poquito de sorna. En realidad es acercarnos con sentido del humor a las noticias que cada día leemos en los periódicos. Hemos cogido a un chico de clase alta y lo hemos sacado a la calle, no hay más. No hemos tenido que afilar mucho los lápices para que salga un retrato muy corrosivo. Y eso habla del país, no de nosotros.
Podría ser la intrahistoria real de los Rato, Bárcenas, Ignacio González y todos los casos de corrupción que copan los telediarios.
Sí, aunque la película en realidad es mucho menos autoconsciente de su estructura y su discurso. Nosotros empezamos con la idea de meter a un pijo en Lavapiés, era como el chiste de una comedia de contrastes: un chico muy protegido que por alguna razón pierde su confort. Pero cuando decidimos rodarla era año de elecciones y pensé en la oportunidad de vincularla de alguna manera con la actualidad. Fue muy fácil ya que día sí día también el periódico nos regalaba el caso de un chaval, hijo de ministro, que pierde su posición de privilegio. Pero tampoco era una obsesión hablar de la corrupción en España, simplemente nos permitía ese contraste que buscábamos desde el principio. Nuestro personaje es como un superhéroe de la negación, cualquier cosa que le pase lo va a ver bien: “Estoy en la mierda, pero en realidad estoy bien”, “esta chica no me gusta, pero en realidad sí”. Hay un lado fascinante en los pijos que yo conozco y es que están maravillosamente desconectados de sí mismos y de la sociedad, tienen una capacidad extraordinaria para contarse lo que sea sin tapujos, y esa capacidad increíble fue un poco el principio para desarrollar el personaje.
Tengo la sensación de que la película se distancia de cualquier tipo de ideología política. Se es crítico con todos, no es adoctrinadora.
Fíjate, no estoy de acuerdo, creo que hay algo como muy ácrata o muy cercano a posiciones como Libertarias en España en cuanto a mirar lo que hay sin edulcorar, que es lo que era Berlanga, Azcona o Buñuel. Lo que no hay es un panfleto, ni un consejo, ni una advertencia, ni una conclusión. Yo te enseño lo que hay y las conclusiones sácalas tú en un bar. Yo creo que sí que hay una mirada ideológica, lo que no hay es una arenga, porque cuando hay visión crítica también hay ideología.
Si profundizas más allá de la comedia, se extrae un retrato muy pesimista de la realidad actual de un país a la deriva. Sin embargo, en ningún momento es derrotista.
Sí, es pesimista en el fondo. Si yo me imagino el futuro -siendo honesto-, pienso en un apocalipsis zombi. No soy capaz de imaginarme un futuro maravilloso, y tengo dos hijos, pero me cuesta, creo que nos pasa a muchos. Pero es verdad que no quiero vivir el amargo, ¿se puede ser existencialista y reírse? Claro que sí. En el cine italiano hay algo de eso, lo han hecho mejor nadie, saben que el futuro no tiene sentido pero que el camino tiene gracia, así que de momento vamos a intentar disfrutar y cuando vengan los zombis que vengan.
También hay como una sana capacidad de reírse de las desgracias propias, ¿no?
¿Y de qué te vas a reír si no es de nuestras miserias? ¿De las de otros? (risas)
A nivel formal, Selfie tiene aspecto de falso documental, o por lo menos en la primera parte, cuando Santi (Alverú) se dirige a la cámara y al público. ¿Por qué decides contar la historia de esta manera?
Puede ser un falso documental aunque yo la veo más cercana al reality televisivo. Me interesaba mucho este lado como frívolo y exhibicionista del reality. De repente ves en Instagram a alguien que le ha hecho uno foto a sus espaguetis, o pongo la tele y veo a María Teresa Campos lavándose los dientes, y pienso: “¿por qué me interesa ver esto?”, y nadie te dice que es un programa para la higiene dental, es sólo espectáculo. Y vivimos en un lugar y en un tiempo en el que el exhibicionismo frívolo llega a un límite extraño, te hacen cómplices de cosas que no quieres participar de ellas. Hay una serie que se llama The office que fue una referencia muy importante para nosotros porque hay un personaje lamentable, idiota, racista… un tío horrible. Pero te hacía cómplice, miraba a la cámara y te decía: “eh, tú y yo, ¿nos reímos del negro?”, y se produce una sensación extraña. Trabajé en esa idea de trasladar al público a un lugar sórdido, oscuro y raro donde él diga “yo no quiero pertenecer a esto”. Aunque es verdad que la película va cambiando a lo largo del metraje, una vez hecho ese experimento de intromisión al final lo que queríamos era que el espectador recorriese emocionalmente la película con el personaje para terminar viviendo con él su historia de forma convencional. Si lo hubiésemos hecho todo en el “reality” hubiese sido mucho más fría. Hemos ido construyendo un lenguaje muy particular, como de dos películas cosidas que esperamos que no se les note las costuras. Dos propuestas distintas.
¿Puede ser que de manera subconsciente la finalidad de esa propuesta formal de dirigirse directamente al público nos responsabilice de la situación del país?, traspasando así la frontera entre ficción y realidad.
Es que al fin y al cabo todos somos responsables. Llega un punto en el que nadie quiere ocuparse de nada, ni siquiera ser presidente de la comunidad de vecinos, no nos importa lo que salga de nuestra puerta para afuera y eso genera monstruos, tenemos unos partidos políticos que no representan a nadie, vivimos en una sociedad absolutamente ajena a todo lo que es íntimo de la gente, a nadie le importa nada que no le repercuta directamente. Estamos aquí como de prestado, como que lo que nos dan lo cogemos corriendo porque nos lo van a quitar. Cuando salió Internet y la gente empezó a descargarse canciones, yo recuerdo que me descargaba miles de canciones todos los días porque pensaba que me las iban a quitar, acumulando en un búnker contra el futuro. Somos como niños jugando a tener un país, pero el país es nuestro. Creo que la generación de nuestros padres era distinta, se erigió como de líderes de la democracia y pensamos que nunca más habrá nadie como ellos. Y de alguna manera nos hemos puerilizado, vemos pasar los años y no hacemos nada, y salimos de casa y decimos “qué país tan raro, esto no me gusta”, ¡no te jode, claro!, si es que no has hecho nada ni por cambiar una papelera de tu calle. “¿Qué país esperas tener?, pues un país de mierda”.
Al igual que la puesta en escena, el texto también parece muy espontáneo, ¿Dejabas mucha libertad a los actores a la hora de rodar?
Sí, había mucha libertad, era inevitable. Éramos como un comando checheno, lanzados en mitad de la calle con una cámara, sin posibilidad de ensayar, ni de decir a los coches que se paren, todo de forma natural… Entonces, ¿cómo no le vas a dar libertad a los actores que es lo único que te va a salvar la secuencia? Pero también es verdad que todas las escenas estaban escritas con sus diálogos, incluso algunos han respetado al pie de la letra el texto.
En varias escenas vemos como metes la cámara en sitios complicados, incluso en los mítines del PP y Podemos, ¿Tuvisteis que pedir permiso para rodar ahí u os infiltrasteis?
Pedimos permiso, y a efectos promocionales sería bueno que hubiese más polémica pero tanto PP como Podemos nos ayudaron mucho. Se leyeron el guión y les pareció bien. Nos acreditaron y nos dejaron grabar sin problemas. Así que no puedo hablar mal de ninguno.
¿Cómo surgió la aparición estelar de Esperanza Aguirre?
Estábamos en el mitin, yo estaba gestionando no sé qué cosa, Santi se fue con la cámara en mitad del barullo y cuando llegué me dijeron que se había lanzado contra Esperanza Aguirre (risas). Y ella lo vio como uno de los suyos y le abrazó.
Y el primer papel de Santi como actor, ¿verdad?
Sí, aunque él ya había hecho algunas piezas para internet, más cercanas al periodismo, pero sí, este ha sido su primer papel digamos que como actor.
Lo aborda con mucho carisma y naturalidad, ¿cómo fue el proceso de selección hasta dar con él?
Hubo un casting, el primero que se presentó fue él, y se acabó el casting. Lo torturamos durante dos días diciéndole: “hay otro actor y tú, estamos estudiándolo” (risas). Pero era sólo para que no pensase que era muy fácil.
En su personaje se vislumbra una falsa moral, un cinismo. Lo que dice realmente no lo piensa. Eso potencia mucho el gag.
A mí es que la corrección política me hace mucha gracia. Cuando veo en la tele a gente que intenta decir cosas correctas todo el rato. ¡Pero si es que es imposible, deja de intentarlo!
Y no existe una evolución en el personaje de Bosco, no hay un arco de transformación, ¿por qué decidiste que fuese así?
Odio las películas en las que su protagonista es un miserable durante 85 minutos y en los cinco últimos ve a Dios, comprende algo… No me parece honesto, y si nuestra película tiene algo es que es honesta. Así que para bien o para mal -pierda o gane en dramatismo o eficacia- hemos querido ser honestos con el personaje hasta el final. Además, ¿este personaje que va a comprender? Si es que no quiere ni a un hámster. La transformación no se produce con un beso como en las películas de Disney.
Desde Vete de mí (2006) no habías rodado un largometraje, han pasado once años, y a nivel formal hay un cambio en tu cine. ¿Existe en Selfie una necesidad de adaptarse a una producción de menor presupuesto debido a la crisis que atraviesa el sector y a la dificultad de sacar adelante un proyecto, o es una elección por una propuesta de estilo distinta?
¿Por qué pones tanto énfasis al decir “once años”? (risas). Es un poco todo. Yo estoy muy orgulloso y muy contento con esta película y también es verdad que en este momento de mi carrera no he podido hacer otra cosa, las dos son ciertas. Pero no la rodaría con más dinero si pudiera, cobraría yo y le daría algo a Santi (risas), eso sí que cambiaría. Creo que la película tiene fuerza y de otra forma sería distinta. Con más dinero la hubiese hecho igual. Sí que es verdad que he estado presentando proyectos y no he podido sacarlos adelante por falta de medios, así que dije “vamos a rodar esto porque ya hemos fracasado bastante, si fracaso otra vez lo mejor será pegarme un tiro”.
¿Y estás ya involucrado o planeando próximos proyectos?
Sí, con Jaime Gona vamos a adaptar la novela Los europeos de Rafael Azcona. Parece que vamos a rodarla el año que viene, ha comprado los derechos TVE. Pero bueno, todavía nos queda todo el proceso de financiación, que nunca se sabe, ocho meses para el ICAA, luego que te apoye Eurimages… un proceso muy lento. Además es un película de época con lo cual hay que cuidar mucho el presupuesto, es más industrial… Pero igual acabo haciendo Selfie 2, ¿quién sabe?
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