La guerra de invasión a Ucrania ha creado una línea divisoria. Es la que separa a las democracias de las antidemocracias. Es también el nuevo orden político mundial anunciado por el dictador de Rusia. En el encuentro de los megadictadores en los Juegos Olímpicos de invierno, tanto Putin como Xi Jinping coincidieron en un fin: la creación de un nuevo orden mundial.. Para el chino debería ser económico (con China a la cabeza), pero el ruso tenía otras ambiciones.
Sabiendo que en la escala económica mundial Rusia ocupa un precario undécimo lugar –probablemente seguirá bajando hasta mucho después de la guerra a Ucrania– “su orden mundial» tiene un carácter militar y político. Diferencia que hizo decir a Kissinger que la alianza ruso-china no puede ser de larga duración. La economía china necesita de las economías occidentales como las venas de la sangre. Una debacle económica de Occidente arrastraría a China hacia el abismo. No así a Rusia. Por eso China puede solo acompañar a Putin hasta la puerta del cementerio. Más allá, no.
Razón para que las potencias occidentales, al mismo tiempo que practican una estrategia de (necesaria) tensión hacia Rusia, se decidan a practicar una estrategia de (también necesaria) distensión con China. Manteniendo discrepancias en la mesa económica y no en la militar. Sobre este tema me extenderé en otra ocasión, en este artículo me refiero a la contradicción que Putin trata de incentivar y se da entre las formaciones políticas democráticas y las antidemocráticas de todo el mundo.
América Latina está en el mundo
Aunque parezca raro, Putin concuerda con Biden en que la principal contradicción de nuestro tiempo se da entre democracias y autocracias. La diferencia es que mientras Biden toma partido a favor de las democracias, Putin lo hace a favor de las dictaduras. Por eso no se cansa de repetir que Ucrania es apenas un eslabón que llevará a la derrota final de Occidente, el conjunto de democracias organizadas en la UE y en la OTAN.
La división es clara. La mayoría de las autocracias del mundo ha dado su apoyo a la Rusia de Putin. Al revés también, las democracias del mundo apoyan al bloque occidental. Una contradicción que no solo tiene lugar entre las naciones sino también dentro de ellas. De ahí que cada triunfo que en cualquier lugar obtengan los sectores antidemocráticos, será celebrado por Putin con suma alegría.
Pues bien, esa contradicción incluye a las naciones latinoamericanas y explica por qué Putin ha estrechado al máximo sus relaciones con el trío antidemocrático de América Latina formado por Cuba, Nicaragua y Venezuela, agregando a su lista el Brasil del trumpista Bolsonaro.
La mayoría de los analistas latinoamericanos imaginan que las contiendas en sus países son puramente locales. No así para Putin ni para Biden. Un triunfo de las democracias o de las antidemocracias en cualquier punto del orbe tiene para ellos una importancia mundial. Las políticas locales son hoy globales. Conclusión que me indujo a leer con sumo interés la versión preliminar del libro Cuba, resistencia no violenta que me hizo llegar el escritor cubano Mario J. Viera en PDF.
Durante gran parte de la era castrista, Cuba ocupó para el conjunto de las izquierdas un lugar privilegiado, algo así como una meca ideológica y política de la revolución continental. La atracción que despertó durante la era de la Guerra Fría ha desparecido, pero de ese fuego “antimperialista” quedan algunos rescoldos. En la víspera de la invasión a Ucrania, el canciller de Putin, Sergei Ryabkov, no vaciló en mencionar a Cuba, junto con la Venezuela de Maduro, como los países en los que podría realizar acciones militares en contra de Estados Unidos. De más está decir que ni Maduro ni Díaz Canel emitieron la más mínima protesta.
Después de tantos años de dominación dictatorial, pensar en una deserción de Cuba del espacio antidemocrático podría ser visto como una fantasía tropical. No obstante, permítaseme otra apreciación. Como bien lo demuestra Viera en su libro, desde el momento en que murió Fidel, Cuba perdió gran parte de su proyección imaginaria. Mientras la de Fidel era una dictadura de tipo mesiánico y la de Raúl burocrática y militar. Con Díaz Canel desapareció del poder la generación que actuó en la revolución y Cuba dejar de ser la isla utópica de las izquierdas latinoamericanas. Su revolución no está en el futuro sino en un pasado cada vez más lejano.
La crisis económica que comenzó a vivir el país con el derrumbe del mundo comunista fue paliada, en parte, por el aparecimiento de la Venezuela de Chávez. Pero después de que Chávez ayer y hoy Maduro convirtieron a la próspera Venezuela en un mierdal económico, Cuba ha quedado otra vez librada a su suerte. La isla está aislada.
No es raro, entonces, que Putin la esté mirando, junto a Venezuela, como aliado potencial. Dos enclaves antioccidentales en los bordes del lejano Occidente. Como sea, los habitantes que quedan en la Isla saben que su suerte no mejorará bajo el alero de Putin. Razones que hacen pensar a algunos cubanos que ahora sí se están dando condiciones para impulsar movimientos de democratización.
Manejando con pericia las conocidas tesis de Gene Sharp, sobre todo las que se desprenden de su libro clásico From Dictatorship to Democracy, Viera emprende un examen exhaustivo de los recientes movimientos contestarios de Cuba, sobre todo de aquel que comenzó a desarrollarse en 2021, conocido como el movimiento San Isidro, desde donde, a pesar de su fracaso en la marcha del 15 de noviembre del 2021 (que hizo cifrar muchas expectativas) el creciente malestar social y cultural que le dio origen, continúa presente. De ese y otros movimientos busca Viera extraer enseñanzas para las jornadas que se avecinan.
La dictadura de partido bajo Díaz Canel no goza del apoyo de las masas, no tiene perspectivas históricas, carece de potencial utópico. Díaz Canel representa el poder por el poder, no más. Las condiciones objetivas están dadas para un cambio decisivo en las relaciones de poder, parece pensar Viera. Incluso va más allá: considera que no se trata solo de propiciar un cambio de gobierno en la isla, sino de revocar un sistema de dominación al que llama totalitario. Pues bien, ahí reside una diferencia entre el autor del libro y quien escribe estas líneas.
Totalitarismo sin totalidad
El sistema de dominación que impera en Cuba ya no puede, según mi opinión, ser calificado como totalitario. Las razones las da el mismo Viera. El régimen carece de apoyo de masas y de un proyecto de futuro (o dicho de modo lacaniano: carece de poder simbólico y de poder imaginario). Mostrarse impotente frente a las manifestaciones de descontento, más la estridente apatía política de la población, no son características de un sistema totalitario. No basta, en efecto, que un orden político se mantenga mediante el terror para hablar de totalitarismo.
En una escala de regímenes de dominación antidemocrática, distinguíamos los siguientes peldaños: autoritarismo, autocracia, dictadura militar o burocrática, y totalitarismo. En cada una de estas formaciones antidemocráticas encontramos gérmenes y momentos totalitarios. Pero para hablar de totalitarismo requerimos que el poder sea total y, definitivamente, en Cuba, el poder de la clase dominante de Estado, ya no lo es. No porque exista un antipoder sino simplemente porque el poder establecido no goza de aprobación, ni de consenso ni de legitimidad.
Siguiendo a Hannah Arendt y a otros pensadores del fenómeno totalitario como Carl Joachim Friedrich y Zbigniew Brzezinski, tres características determinan la existencia del poder totalitario. El terror, una ideología totalitaria, y la sustitución de lo íntimo por lo público. De esa triada, solo se mantiene el terror. Ideología política no hay y lo íntimo no ha logrado ser usurpado por lo público. Todo lo contrario. Si uno sigue las crónicas de Yoani Sánchez, o las narraciones de Leonardo Padura, podemos observar en Cuba un retiro hacia lo íntimo y lo privado en desmedro de lo público, tal como ocurría en las “democracias populares” controladas por el imperio soviético.
Haciendo un paralelo con la ex URSS, podríamos afirmar que hubo totalitarismo bajo Stalin pero, como precisó Arendt, bajo Jruschev no lo hubo. Mucho menos bajo Breschnev en el periodo conocido como “la estagnación”. Ahora bien, bajo Fidel Castro el régimen cubano de dominación habría podido ser definido como totalitario. Pero bajo Díaz Canel, cuando más, como semitotalitario o, si se prefiere, postotalitario.
Fidel no solo era temido, sino también, como el Gran Hermano de Orwell, amado. «Patria o Muerte» quería decir para muchos, entregar la vida si fuera necesario por la revolución. ¿Quién daría la vida por Díaz Canel o por esa miseria sin fondo a la que llama revolución? Quizás solo los parientes más cercanos del oscuro dictador. Podemos decir que el régimen de gobierno en Cuba carece de la grandeza demoníaca del totalitarismo. Y, precisamente, son estas carencias totalitarias las que permiten iniciar en Cuba una operación de rescate de la democracia. Luchar en contra y, a la vez dentro de un sistema totalitario, es imposible.
Más allá de ese desacuerdo conceptual, el libro de Viera contiene valiosas enseñanzas para quienes estén dispuestos a apoyar la lucha por la democracia en Cuba. Pienso, además, que ofrece perspectivas a otros países, no solo latinoamericanos, caídos bajo la férula de gobiernos antidemocráticos. Conocedor de la historia de su nación y a la vez provisto de un excelente arsenal analítico, Viera establece, de modo categórico, que la lucha por la democracia en Cuba debe ser pacífica. Es entendible, los más interesados en un enfrentamiento violento son los personeros del régimen. Militar y policialmente el régimen es fuerte. Políticamente es débil.
Partisanos no violentos
Para que la lucha política sea viable es importante que sus actores sean ciudadanos que padecen y conocen la dictadura en la vida cotidiana. Eso supone renunciar a cuatro creencias que hasta ahora han caracterizado a la incipiente oposición cubana.
La primera dice que el régimen podría caer si son aplicadas desde el exterior fuertes sanciones económicas. Viera demuestra en cambio que las sanciones han producido el efecto contrario. Todas las deficiencias, desajustes y fracasos del gobierno encuentran justificación en el “bloqueo”, y los más afectados son los sectores más empobrecidos del pueblo, nunca la nomenclatura dominante.
La segunda supone que, por contar con mejores medios económicos, parte de la conducción de la lucha debe yacer en las manos de grupos en el exilio. Conocedor de la impotencia de las políticas de exilio, Viera argumenta diciendo que los dirigentes políticos en el exterior no están ligados a los intereses de las masas cubanas, ignoran su realidad, y por tanto diseñan planes de acuerdo al dictado de abstractas fantasías.
La tercera considera que el régimen puede caer gracias a la iniciativa del gobierno estadounidense. Quienes así piensan, aclara Viera, olvidan que Washington no actúan por filantropía, sino cuando su soberanía o la de sus aliados se ve amenazada por otra potencia externa, o cuando sus intereses económicos o geoestratégicos se encuentran en peligro.
La cuarta imagina que hay que privilegiar la política dentro los cuarteles militares, alentando la posibilidad de un golpe de estado “democrático”. De acuerdo a Viera, el ejército cubano es parte de un complejo de poder articulado social e ideológicamente al Estado. Así, si se diera el caso de un pronunciamiento militar, solo habría que esperar la sustitución de una dictadura por otra.
Viera no cree mucho en la espontaneidad de las masas. Estas pueden aparecer ocasionalmente y pronto diluirse si los actores carecen de una mínima organización. La historia de la oposición cubana está llena de apariciones disruptivas que, sin continuidad en el tiempo, desaparecen como luces pasajeras en medio de la noche.
Por eso, su texto ha sido escrito, en primera línea, para los activistas de la democracia. Partisanos no violentos, los llama. Tiene razón. Hay que despedirse de una vez por todas de esas imágenes fílmicas que presentan la caída de las tiranías como producto del levantamiento de masas irredentas gritando al unísono: ¡Abajo la dictadura! Son imágenes cultivadas por las mitológicas izquierdas del pasado reciente. Las realidades son distintas.
Las dictaduras no caen como consecuencia de movimientos espontáneos de masas, ni mucho menos por su propio peso. Por lo general terminan cuando previamente han sido derrotadas en múltiples procesos que la han llevado a su desgaste y a su división interna, atravesando a veces por largos y complicados procesos de transición.
Las últimas revoluciones que hemos conocido, por ejemplo, las que pusieron fin al comunismo fueron posibles cuando el eje de rotación que daba vida a los regímenes comunistas entró en crisis gracias a las reformas de Gorbachov. Recién después de la Perestroika las organizaciones democráticas de lo países sometidos a la URSS pudieron irrumpir exigiendo su reconocimiento público.
Y bien, de eso se trata la lucha pacífica, de crear una institucionalidad alternativa que sea reconocida por el poder establecido. Como consignó una vez el dirigente de Solidarnosc, Joseph Kuron: “Nunca quemes un local del partido comunista. Funda otro partido”. Gracias a ese espíritu constructivo, Solidarnosc se convirtió, de simple iniciativa obrera, en un movimiento de masas, y luego en el partido de la revolución, para terminar siendo un partido de gobierno.
Un proceso similar vivirían las múltiples organizaciones disidentes formadas en los países de la periferia soviética. No así en Rusia, donde el cambio, al provenir desde arriba, no logró echar raíces en el pueblo. Por eso, mientras los países occidentales dependientes de Rusia llegaron a convertirse en democracias, Rusia, aún con Jelzin, no pudo salir nunca del modo autocrático de gobierno. Putin, desde esa perspectiva, se encuentra en plena continuidad con el autocratismo que lo precedió, y que reconvirtió en lo que fue durante Stalin: un régimen totalitario.
Aparentemente Cuba sobrevivió al tsunami democrático de 1989-1990, pero al precio de convertirse en una isla ya no geográfica sino histórica y política. Ni con las dádivas de la Venezuela chavista nunca pudieron superar la crisis en la que quedó sumida. Crisis crónica y múltiple: política, económica y moral. El socialismo cubano es hoy un cuerpo corroído que apesta. Sin poder simbólico ni imaginario, Cuba no representa un futuro para nadie.
Sin embargo, nuevas generaciones, liberadas del pasado castrista, están apareciendo. Movimientos contestarios como el de San Isidro volverán a resurgir por doquier. La canción Patria y Vida ya sustituyó a la simbología necrófila del régimen de la patria y de la muerte. El castrismo, si todavía existiera, ha perdido la batalla de las ideas. Ni los más dogmáticos dinosaurios intelectuales se atreverían hoy a proponer a Cuba como un “modelo”.
Puede ser que el largo proceso que llevará la democracia a Cuba no cautive los corazones de las nuevas generaciones políticas latinoamericanas como sucedió con la revolución fidelista. Pero sin duda será muy importante para aventar a los fantasmas antidemocráticos que aún asolan en los países latinoamericanos.
Solo cuando la democracia llegue a Cuba habremos dejado definitivamente atrás una historia horrible. Y para que eso ocurra, como muestra el texto de Viera, las condiciones, si no están dadas, están comenzando a darse.