Un alud sepultó a por lo menos 160 mineros que trabajaban en la mina más grande de jade del mundo, ubicada en Hpakant, Birmania. El suceso volvió a poner en evidencia las irregularidades en las que se desarrolla un negocio millonario que, sin embargo, deja poco a la mayoría de los birmanos.
El Departamento de Bomberos de Birmania informó que el hecho ocurrió este jueves, cuando los trabajadores estaban extrayendo jade en una mina de Hpakant. La localidad está situada en el estado Kachin, fronterizo con China, país donde esta piedra es más valorada que el oro.
Las lluvias del monzón provocaron el deslizamiento de tierras en el momento en que centenares de personas se encontraban trabajando en la mina. Testigos dijeron que vieron cadáveres flotando en el pantano, por lo que se estima que el número de víctimas pueda ser mayor.
La zona donde ocurrió la tragedia quedó completamente sumergida bajo el lodo, según mostraron las imágenes difundidas por los socorristas en las redes sociales.
No es la primera vez que un alud sepultó a mineros en Birmania. En noviembre de 2015, un deslizamiento de tierra en la misma región acabó con la vida de 116 personas. En abril del año pasado, otras 54 murieron a causa de un corrimiento de tierras en otra mina de Hpakant.
Un negocio millonario
Birmania es el mayor productor mundial de jadeíta, una preciada variedad de jade que se extrae principalmente en las montañas de Kachin. Cifras del Gobierno indicaron que la extracción de jade sumó 670 millones de euros entre 2016 y 2017.
Pero una investigación divulgada en 2015 por la ONG Global Witness señaló que se trata de un negocio mucho más grande: $31.000 millones solo en 2014. Un monto equivalente a casi la mitad del PIB de Birmania, del que casi nada llega a la gente común ni a las arcas estatales.
“El sector está controlado secretamente por redes de élites militares, capos del narcotráfico y compañías asociadas con los días más oscuros del gobierno de la junta militar”, dijo la ONG en su informe.
La Nobel de Paz Aung San Suu Kyi, integrante del actual Gobierno birmano, propuso reformar la industria cuando llegó al poder en 2016. Sin embargo, los activistas del sector aseguran que poco ha cambiado desde entonces.
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