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>> Cambio16 > Revista > Daniel San Martín: El futuro es un desafío para toda la humanidad

Daniel San Martín: El futuro es un desafío para toda la humanidad

Juan Emilio Ballesteros by Juan Emilio Ballesteros
26/01/2022
in Revista
0
Noticias Basada en hechos, observados y verificados por el periodista o por fuentes. Incluye múltiples puntos de vista, sin la opinión del autor. Si incorpora análisis, se etiqueta como noticias y análisis.
la humanidad

Daniel San Martín

Vivimos tiempos complejos, en el sentido de la gran cantidad de información que se pro­duce y que parece imposible de relacionar o digerir. A esta gran dificultad inicial se en­frenta Daniel San Martín en su libro Clarity que, como su nombre sugiere, es un modelo que busca conectar las experiencias físicas con las intelectuales, la biología de la vida y el último rincón del universo para ‘aclararnos’ la nebulosa sustancia del conocimiento.

El autor presenta una propuesta original y esti­mulante que permite pensar nuestra realidad desde una perspectiva más interrelacionada, dinámica y abierta para encarar el futuro.

Con la pandemia, nos hemos dado cuenta de que, si no actuamos en conjun­to como especie para afrontar los desafíos de la raza humana, no nos va a ir bien. Ya lo vislumbramos con el cambio climático, que amenaza nuestro modo de vida en el que, desde el albor de la humanidad, he­mos evolucionado a través de un modelo de caza y recolección, buscando nuevos territorios hasta agotar recursos. La vida se abre camino y, tras esquilmar el plane­ta, el hombre conquistará otros mundos. La minería asteroide será absolutamente inevitable, le seguirán colonias de produc­ción y comenzarán a surgir ciudades en el espacio exterior, pero no como ciencia fic­ción, sino como un paso natural.

Daniel San Martín es economista por la Pontificia Universidad Católica de Chile, MBA de la Universidad de Cambridge y MSc en In­teligencia Artificial de la Universidad de Bo­lonia. Ha sido consultor en diversos países, y profesor de las escuelas de negocios de la Pontificia Universidad Católica de Chile y la Universidad del Desarrollo. Hoy reside en Londres y trabaja en una Femtech Startup. Escribió Clarity en su tiempo libre, en un pro­ceso creativo y editorial que se prolongó du­rante 10 años. Mientras, estudiaba, trabajaba y viajaba por más de 50 países.

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Dicen que el saber no ocupa lugar, pero en su caso ocupa exactamente el contenido de su li­bro Clarity (Editorial Planeta, 2021) que nos explica un nuevo modelo intelectual sencillo y claro. Nos enseña a pensar con un marco inte­lectual unificador. ¿En qué consiste?

Clarity es un gran relato que nos lleva des­de el Big Bang hasta nuestros días. Incluso aventura lo que podría ocurrir en el futuro de la humanidad intentando integrar diferentes disciplinas científicas en explicaciones que tengan sentido, que esclarezcan por qué las cosas son como son. Es un modelo que busca conectar las experiencias físicas con las inte­lectuales, la biología de la vida y el último rin­cón del universo para aclararnos la nebulosa substancia del conocimiento. Clarity permite pensar nuestra realidad desde una perspec­tiva más interrelacionada, dinámica y abierta para enfrentar el futuro. Una gran historia con grandes preguntas.

Usted trata de explicar qué ha pasado desde el Big Bang hasta hoy. Para ello, durante una década, ha visitado cincuenta países en cuatro conti­nentes. Un proceso complejo que ha necesitado del respaldo de especialistas científicos para simplificar el saber en unas cuantas afirmacio­nes. ¿Ha construido el relato de la humanidad a raíz de sus experiencias viajeras y de su cu­riosidad?

Es cierto que no hay un descubrimiento per se de nada en particular en mi viaje, no hay una investigación directa de lo que se explica que haya sido extraída de la experiencia personal vivida durante el viaje. Hay que recor­dar que Clarity no presenta ningún conteni­do científico nuevo, ningún descubrimiento. Todo el contenido emana de lo investigado por otros autores.

La gran aportación es que ordena todo este conocimiento de una mane­ra accesible, fácil de digerir, que hace que el libro se lea de forma placentera y que el re­lato tenga sentido. Sin embargo, el hecho de viajar por otros países, visitar diferentes cul­turas, encontrarse con personas peculiares, completamente distintas, sí fue un aliciente fundamental a la hora de impulsar la creati­vidad. Creo que el cerebro humano funciona conectando ideas y pensamientos, experien­cias y conocimiento. En ese sentido viajar es una de las maneras más poderosas de abrir la mente y dar alas a la imaginación.

La humanidad busca respuestas a los grandes retos que se plantea. ¿Sabemos cuáles son las preguntas que nos debemos formular?

A lo largo de la historia, y en todos los puntos del planeta, la humanidad se ha preguntado cuestiones similares porque todos esas pre­guntas están relacionadas con la naturaleza y el espíritu humano, con la curiosidad del hombre: ¿quiénes somos?, ¿de dónde veni­mos?, ¿hacia dónde vamos?, ¿qué futuro nos aguarda como especie?… Todas estas pregun­tas constituyen un ansia de saber, de obtener conocimiento que es transversal a todos los seres humanos de todos los lugares, sin importar la procedencia o las creencias.

Hay quien piensa que los griegos no son nuestros antepasados, sino que somos nosotros mismos. ¿Siguen siendo válidas las mismas preguntas que se hacían los filósofos en la Grecia clásica?

El modo de pensar que tenían los griegos en la antigüedad clásica ha cambiado bastante, sobre todo en los últimos siglos con el advenir de las ciencias. Es curioso, pero el pensamiento científico es antiintuitivo, va en contra de la intuición humana. La ciencia avanza hacia la verdad mediante un proceso de descarte de hipótesis, no a través de la confirmación de hipótesis. En consecuencia, ha cambiado bastante la forma de estructurar las preguntas.

Sin embargo, pese a que la manera de formular preguntas es completamente distinta con el método científico, las temáticas, todas esas cuestiones que encienden nuestra curiosidad y que nos impelen a formularnos preguntas, son muy similares. Por ejemplo, ¿de qué están hechas las cosas?; ¿cómo funciona la vida?, ¿qué separa los objetos vivos de los muertos?… Y toda una serie de interrogantes que, lo repito, son comunes a todas las civilizaciones, no solo a la griega y a la nuestra, y se reproducen en todos los rincones del planeta en todas las épocas.

Muchos de los grandes descubrimientos se han producido gracias a una casualidad. ¿Evidencia que la mala suerte no influye en la ciencia? ¿Cuánto de estupidez humana hay en la denominada Ley de Murphy?

Aquí hay varias preguntas y temas diferentes. Sí, muchos descubrimientos se producen por casualidad. En ese sentido, la expresión inglesa serendipity, que no tiene traducción en español, pero que se podría explicar como un descubrimiento o un hallazgo afortunado, valioso e inesperado que se produce de manera accidental, casual o cuando se está buscando una cosa distinta. En la historia de la ciencia son frecuentes las serendipias. Muchos avances extraordinarios se han producido simplemente por la fortuna. Sin embargo, eso no obsta para que el esfuerzo y el trabajo se refleje en estos resultados.

En general, en todos estos experimentos donde la suerte ha sido determinante para obtener resultados se realizó un esfuerzo extraordinario durante años para propiciar el descubrimiento. Detrás de los golpes de suerte hay muchos intentos hasta que, en uno de ellos, surge el resultado positivo. Respecto a la denominada Ley de Murphy, tengo que señalar que es una regla no de cómo funciona el universo, sino de cómo funciona nuestro cerebro.

Es una muestra de lo que se llama confirmation bias (el sesgo de confirmación o sesgo confirmatorio es la tendencia a favorecer, buscar, interpretar y recordar la información que confirma las propias creencias o hipótesis, dando desproporcionadamente menos consideración a posibles alternativas), que es cuando tenemos una hipótesis y observamos el mundo confirmando esa hipótesis. Cuando algo sale bien, simplemente no nos acordamos de que existe la Ley de Murphy. Y cuando, contra toda probabilidad, algo sale mal, ahí sí que recurrimos a la Ley de Murphy y decimos: ¡Ah! Ha quedado comprobada.. Los estudios estadísticos evidencian de una forma absolutamente clara que la Ley de Murphy no existe.

¿Qué opinión le merece la teoría del caos y el efecto mariposa?

La teoría del caos se refiere al estudio o la naturaleza de problemas complejos. Un sistema complejo es aquel en el que las condiciones iniciales del sistema influyen de manera exagerada en la trayectoria de las variables. Suena un poco complicado, pero no es más que eso. Un sistema caótico no es un sistema confuso en el que todo tenga que ver con el azar. No tiene nada que ver con el azar. Se trata simplemente de que cambios muy pequeños al principio generan cambios muy grandes al final.

El campo del estudio de los sistemas complejos ha progresado muchísimo en las últimas décadas y ha generado avances increíbles. Por ejemplo, en meteorología se ha visto que el clima del planeta es un sistema complejo y una pequeña perturbación en un cierto punto del sistema puede generar cambios muy grandes en momentos posteriores. Es un campo de las matemáticas muy útil para estudiar diferentes fenómenos.

¿Existe el azar o el destino es siempre ineluctable?

Esta es una pregunta muy interesante. No hay un acuerdo transversal en la comunidad científica. Hasta el siglo XX, se acepta que el universo funciona de una manera determinística (que no es aleatoria, que no depende del azar), es decir, todo lo que tiene que ocurrir, ocurrirá porque no puede ser de otra manera. Con suficiente información se puede determinar la trayectoria de todas las partículas del universo y con los datos se puede, en teoría, saber todo lo que va a ocurrir.

Sin embargo, con la aparición de la mecánica cuántica (rama de la física que estudia la naturaleza a escalas espaciales pequeñas), se constatan evidencias bastante contundentes de que su estado, su condición más profunda, el universo es azaroso, el azar existe. Por lo tanto, aunque macroscópicamente pudiera parecer que funciona de manera determinística, ahora hay más pensadores inclinados a admitir que el universo efectivamente contiene un componente azaroso inherentemente y, por lo tanto, no determinístico.

La conducta del ser humano es impredecible, pero ¿sabemos hacia dónde va a tender?

Esta es una cuestión sugestiva. Es verdad que la conducta del ser humano es impredecible. De un ser humano es casi completamente impredecible, pero de grandes poblaciones y de sociedades es mucho más posible, no fácil, pero posible de predecir. En ese sentido, y respecto a la pregunta que se formula –¿sabemos hacia dónde va a tender?–, si se entiende esto como la manera en que se comportan las personas, lo cierto es que la naturaleza humana viene determinada por nuestra historia de evolución biológica, y eso, en los próximos miles de años, no tiene cómo cambiar, descartando por supuesto cambios o modificaciones genéticas o dispositivos cerebrales, pero básicamente va a seguir siendo la  misma. Soy muy optimista sobre el futuro de la especie.

Hay ciertos elementos que son fá­ciles de predecir como, por ejemplo, la expan­sión del ser humano fuera del planeta, muy probablemente impulsada por la explotación minera de otros cuerpos celestes y la investi­gación y el aprovechamiento de los recursos del espacio. Asimismo, con total probabilidad, vamos a poder alargar nuestras vidas. Y yo centro mi atención en la capacidad de coope­rar con la inteligencia artificial y poder alcan­zar niveles de inteligencia que para nosotros ahora son inimaginables.

¿Hasta qué punto la ingenuidad es importante para avanzar en el conocimiento científico?

Depende cómo definamos la ingenuidad. Si entendemos la ingenuidad como esa disposi­ción del niño, la actitud de no saber y de sentir curiosidad para conocer, ese es el fuego que enciende la ciencia. La curiosidad no es sino ciencia formalizada en un método. Sin ese impulso no existiría la ciencia.

¿El saber es una cuestión de perspectiva?

Creo que sí, pese a que estimo que existe una realidad objetiva y aquí podríamos entrar en una discusión epistemológica profunda.

Si me permite la comparación, y salvando las distancias, veo en su proceso de complejización cierta similitud con el capítulo de la popular se­rie The Simpsons en el que Lisa, partiendo de un diente, una Coca-Cola y una descarga eléctrica crea un ecosistema de vida y, a partir de ahí, una civilización avanzada. ¿La ficción siempre su­pera a la realidad?

Me parece sugerente la analogía. Vi ese capí­tulo de los Simpson y me parece interesante porque refleja una evolución caricaturiza­da. No es lo mismo porque mi libro intenta mostrar el proceso de complejización desde el nivel físico con la generación de átomos, estrellas y planetas, hasta el futuro. Como se explica en el prólogo, tenemos que entender que todos los objetos, desde las estrellas has­ta las hormigas y desde las moléculas hasta las naciones modernas, pueden ser explica­dos como el resultado de un único proceso de complejización. No obstante, la analogía es buena. Mi libro intenta dar causas naturales, lógicas, sobre cómo pasamos de este uni­verso de partículas deambulando a objetos complejos, entendiendo complejidad como la interacción muy precisa, intrincada y perfecta de las partículas que los forman.

Me parece que la ficción puede superar a veces a la realidad, pero en este caso la rea­lidad, el modo en que funciona el universo, el modo en que el universo pasó desde partícu­las deambulando hasta objetos tan complica­dos como personas o sociedades es mucho más fascinante que cualquier ficción. Y eso es maravilloso constatarlo.

Nunca antes la humanidad había tenido acceso a tal volumen de información. Sin embargo, la difusión de fake news y la manipulación de la realidad, que se retuerce según convenga, ge­nera una opinión pública fundamentada en la falsedad y la mentira. ¿Cómo discernir la verdad entre tanto sofisma?

Es verdad. Vivimos en una época en la que resulta difícil discernir entre lo que es cierto y lo que es falso, especialmente en el ámbi­to de las redes sociales y herramientas como el deepfake (los deepfakes o falsedades pro­fundas son archivos de vídeo, imagen o voz manipulados mediante un software de inte­ligencia artificial de modo que parezcan ori­ginales), que permite incluso adulterar los ví­deos para introducir creencias falsas.

En este sentido, lo único que nos queda es el pensamiento crítico, es decir, pensar tres o cuatro veces antes de aceptar lo que estamos viendo, buscar la lógica detrás de las cosas. Hay mucha gente que parte del supuesto de que todo funciona bajo una conspiración y an­tes de preguntarse por la lógica de esa cons­piración da por buenos los planteamientos, algunos de ellos completamente absurdos: la Tierra es plana; los ricos y los poderosos ya tienen la cura para el cáncer, pero no la quie­ren compartir con el resto de los mortales.

Ese tipo de teorías conspirativas deberían ser eliminadas inmediatamente por las perso­nas sensatas, aunque solo sea por considerar cuánta gente rica y poderosa ha muerto de cáncer. ¿Acaso Steve Jobs no estaría en ese grupo? Y, sin embargo, sufrió y murió de cán­cer. Muchas veces la gente se deja seducir por teorías conspirativas porque pueden resultar en principio atractivas. No obstante, una do­sis mínima de pensamiento crítico basta para descartar cualquier disparate. Lo primero que hay que hacer es cuestionarse la veracidad de ciertos contenidos en la red.

“VIVIMOS EN UNA ÉPOCA EN LA QUE RESULTA DIFÍCIL DISCERNIR ENTRE LO QUE ES CIERTO Y LO QUE ES FALSO, ESPECIALMENTE EN EL ÁMBITO DE LAS REDES SOCIALES Y HERRAMIENTAS COMO EL DEEPFAKE”

El genial Cantinflas exclamaba en cierta oca­sión: ¡Ay que ver lo que es la falta de ignorancia! ¿No estamos inmersos en esta gran paradoja de querer saberlo todo sin comprender absolu­tamente nada?

Así es. Queremos saberlo todo y no podemos abarcarlo porque hoy el conocimiento es tan vasto, tan grande, que resulta imposible para un ser humano cubrir una mínima porción. Es precisamente esa dificultad la que trato de abordar humildemente desde las aporta­ciones que hago en mi libro. Lo que necesi­tamos es tender puentes entre las disciplinas, entender cómo las diferentes piezas del puzle se conectan, calzan entre sí, encajan las uni­dades del conocimiento y, si bien es cierto que eso no aporta absoluta claridad, sí, a mi pare­cer, es un aporte, sobre todo para gente más joven que de esta manera pueda tener una mirada del mundo con más perspectiva y de cómo las diferentes piezas del saber científico se vinculan entre sí.

¿Google es dios?

No había escuchado hasta ahora esta idea… Me hubiera gustado mostrarle, tal vez a mi abuelo no, pero sí a mi bisabuelo o, incluso a ancestros más antiguos, de hace dos o tres siglos, un smartphone y le hubiera dicho a esa persona: Hazme la pregunta que quieras, y hubiese preguntado: ¿Cuál es la población de Namibia? Y solamente tocando este pe­queño device, este pequeño aparato, pudiese mágicamente obtener una respuesta, no ha­bría ninguna conclusión lógica posible salvo que haya algo de divino en esta pequeña pie­za de plástico y metal.

Arthur C. Clarke decía: “toda tecnología suficientemente avanzada es indistinguible de la magia”. Sin ser un ex­perto en electrónica, puedo entender cómo funciona el dispositivo, entiendo que se co­necta por una red wireless a un servidor y en algún lugar del mundo están los datos que tiene Google. Pero una persona que no con­tara con los elementos suficientes no tendría otra manera de explicar el fenómeno de ser capaz de acceder al dato de la población de un país lejano de manera instantánea que recurriendo a explicaciones mitológicas. En ese sentido, bajo ese marco mental, concebi­ría a Google como un dios.

Como los enciclopedistas, ¿busca un compen­dio empírico del saber humano o se deja llevar por el pensamiento mágico que todavía anda descubriendo la piedra filosofal?

Como se trata de mi libro, me gustaría ser un poco más preciso en los conceptos, so­bre todo para que no haya interpretaciones erradas, o incluso sesgadas, sobre el objetivo de esta obra. Definitivamente, intento no de­jarme llevar por el pensamiento mágico, no tengo ninguna pretensión de llevar a cabo una teoría del todo o dar una explicación como si hubiese encontrado un patrón en la natu­raleza. No vengo a defender ningún tipo de epifanía o descubrimiento trascendental. En absoluto. De hecho, ni siquiera es un modelo científico en el sentido de que no es testea­ble. Usted pregunta que si busco en mi libro un compendio empírico del saber humano. No es empírico, mi modelo no es testeable. Ni hay manera de argumentar que efectiva­mente el mundo tiene siete niveles y no ocho o seis y que cada uno se mueve en cuatro o cinco pasos.

No estoy proponiendo, y quiero ser muy claro al respecto, un modelo empí­rico, que sea testeable empíricamente, y en ese sentido Clarity no es una teoría. Clarity es una manera arbitraria, insisto arbitraria, de ordenar el conocimiento humano de tal for­ma que permite la estructuración de este gran relato que nos lleva desde el Big Bang hasta nuestros días y hasta el futuro. Es una manera de organizar, de darle forma, de proporcionar una estructura para que seamos capaces de abordar esta multiplicidad del conocimiento.

Como cualquier relato, que podría ser escri­to en cinco capítulos, o en ocho capítulos, es una decisión –ojo con lo que voy a decir– más bien artística: se trata de otorgar placer al lec­tor más allá de lo meramente científico en el sentido de que yo estoy argumentando que mi patrón, mi estructura, mi modelo sea un plan­teamiento sustantivamente cierto y que tenga un correlato real en el universo en que vivi­mos. Dicho esto, todos los contenidos de mi libro, todo lo que está inserto en la estructura que yo propongo, todos los contenidos son de índole científica con aportaciones de otros autores, pero que responden a una búsqueda científica, es decir, a través del método cientí­fico, de cómo funciona la verdad. Soy muy ri­guroso y no doy datos ni realizo afirmaciones que no tengan una base en estudios basados en el método científico.

¿Qué hemos aprendido de la pandemia y cómo debería cambiar nuestras vidas?

Una pregunta muy amplia, difícil de respon­der. Se me ocurren tres elementos que, como sociedad y también desde la perspectiva de los líderes de las organizaciones, hemos aprendido y que van a afectar a nuestras vi­das, desde lo más práctico a tal vez lo más profundo. Lo primero es el trabajo en remo­to, el denominado teletrabajo. El paradigma de que necesitamos ir y estar en una oficina, trabajar sincrónicamente, es decir, a la misma hora, entrar en el trabajo todos juntos, asistir a reuniones y salir a las siete de la tarde; el mis­mo punto del espacio y el tiempo.

Sin embar­go, la pandemia nos obligó a trabajar de una manera distinta. Permitió que las personas se separaran en el tiempo y en el espacio. Todo el mundo podía trabajar desde su casa o desde donde quisiera y, además, en el horario que prefiriese. Por ejemplo, en mi propia empresa, muchas de las reuniones pasaron a discusio­nes asincrónicas, es decir, determinadas he­rramientas permiten realizar brainstorming, pero no necesita ser sincrónico: uno tiene una idea y, cinco horas después, otro responde, y seis horas después, alguien más responde y el proceso de creación colectiva va avanzando de manera remota y asincrónica. Admitir que esto es posible supone un enorme cambio en la vida de las organizaciones y en nuestra vida diaria.

Lo segundo que aprendimos, en mi opi­nión, como sociedad es el valor de la ciencia. Aún muchas personas ven en la religión y en los dioses la solución a los problemas. Cuando alguien está enfermo se pide que se rece. Respeto plenamente todas las creencias sobrena­turales, pero en este caso parece muy claro que la ciencia vino al rescate. Si la ciencia no hubiese sido capaz de tener el nivel que tie­ne, que permitió a los laboratorios desarrollar una vacuna en un tiempo récord, hoy estaría­mos en una situación muy complicada. Sin las vacunas, la pérdida de vidas, de trabajo y de bienestar humano habría sido inimaginable. Ha sido una buena lección del poder de la ciencia para mejorar la vida humana.

“SI LA CIENCIA NO HUBIESE SIDO CAPAZ DE TENER EL NIVEL QUE TIENE, QUE PERMITIÓ A LOS LABORATORIOS DESARROLLAR UNA VACUNA EN UN TIEMPO RÉCORD, HOY ESTARÍAMOS EN UNA SITUACIÓN MUY COMPLICADA”

Y el tercer aprendizaje, a pesar del peso de los dos mencionados, que a mí me pare­ce el más poderoso y el que espero que tenga más impacto hacia el futuro. Se trata de ad­mitir que todas las barreras y divisiones que creamos entre las diferentes naciones son, como señala el historiador israelí Yuval Noah Harari, puramente imaginarias. El virus no conoce fronteras ni nacionalidades, no tiene pasaporte. Nos hemos dado cuenta de que tenemos que afrontar este de­safío no como países o gobiernos, sino como humanidad.

Si no facilitamos a los países con menos recursos una ayuda grande para la distribución de la vacuna, va a repuntar la pandemia en los países desarro­llados. Que estamos juntos en este bote llamado planeta Tierra, que toda la humanidad es una gran unidad que busca preservarse y prosperar, es hoy más eviden­te que nunca. Ya era claro desde un punto de vista conceptual con el calentamiento global, donde por definición tenemos que actuar to­dos juntos: no sirve de nada que unos países hagan mucho y otros no hagan nada.

A dife­rencia de la pandemia, el calentamiento global es una crisis que, aunque ya se está manifes­tando, se contempla en el largo plazo (si no solucionamos hoy nuestro problema de emi­siones, en 20 años va a ocurrir esto…). Con la pandemia, nos hemos dado cuenta de que no nos va a ir bien, si no actuamos en conjunto como comunidad internacional para enfrentar los desafíos de la raza humana. La pandemia nos ha demostrado esto de forma absoluta­mente contundente. Confío en que este plan­teamiento haya comenzado a convencer a los líderes de los países, de las organizaciones y al ciudadano común de que no hay otra forma de enfrentar el futuro si no es como una sola raza unida: la raza humana.

La emergencia climática nos urge a cambiar nuestro modo de vida si queremos tener futuro. ¿Cómo hemos llegado a adoptar decisiones que van en contra de nuestra supervivencia?

Esta es la pregunta más fácil de contestar. ¿Por qué hacemos cosas que van en contra de nuestra supervivencia con respecto al calen­tamiento global? La respuesta es simple: por­que no evolucionamos en este contexto am­biental. Los grupos humanos evolucionaron en un contexto de caza y recolección. En los últimos cientos de miles de años, el cerebro humano evolucionó para responder de ma­nera óptima al contexto de caza y recolección. Y cuando agotábamos los recursos, nos mo­víamos como comunidades nómadas, íbamos al siguiente lugar. Y esa es nuestra manera na­tural de comportarnos, que fue muy efectiva durante cientos de miles de años.

Más allá de un cuestionamiento moral que se pueda hacer con una perspectiva contemporánea, ese método –agotar los recursos y después movernos al siguiente lugar– fue tremenda­mente exitoso y efectivo para nuestra espe­cie porque, en un contexto en el que éramos muy pocos seres humanos y, para todos los fines prácticos, la Tierra era infinita, las comu­nidades caminaban y caminaban y nunca se acababa el mundo. Hoy las circunstancias son distintas. Nuestro cerebro es el mismo: esta­mos programados para extraer recursos, para prosperar, tener familia y una vida cómoda. El problema es que ahora el terreno se nos quedó chico. Y no es porque seamos muchos más, sino porque la capacidad tecnológica para extraer energía y recursos del entorno es tan extraordinaria que el planeta definiti­vamente ya no es capaz de absorber el me­tabolismo de la actividad económica humana.

“CON LA PANDEMIA, NOS HEMOS DADO CUENTA DE QUE, SI NO ACTUAMOS EN CONJUNTO COMO COMUNIDAD INTERNACIONAL PARA ENFRENTAR LOS DESAFÍOS DE LA RAZA HUMANA, NO NOS VA A IR BIEN”

Lo curioso es que estamos tratando de utilizar –ojalá podamos– la parte racional de nuestro cerebro, darnos cuenta de lo que está ocu­rriendo para cambiar nuestro comportamien­to, pero es complicado. Supongo que, a largo plazo, no hay otra manera de seguir siendo humanos que no sea seguir expandiéndonos. Esta idea está anclada en nuestra naturaleza y no tengo ninguna duda. Salvo que haya un desastre climático mayor, para mí es absolu­tamente inminente que el ser humano se va a extender a otros mundos.

Vamos a desarrollar la tecnología para explorar recursos, la mine­ría asteroide es absolutamente inevitable y le seguirán colonias de producción y comenza­rán a surgir ciudadelas en asteroides, pero no como algo de ciencia ficción, sino como un paso natural. Si uno mira la historia humana, siempre ha habido pequeños grupos, perso­nas más ambiciosas que han decidido salir de su zona de confort para buscar riqueza. No hay nada que nos invite a pensar que no va a seguir siendo así. En definitiva, somos una especie expansiva, que está programada para explotar los recursos de nuestro entorno y solo ahora estamos en unas circunstancias muy especiales en las que, por primera vez, el territorio que nos rodea no es infinito.

Aborda la pérdida de biodiversidad y ecosiste­mas desde la perspectiva darwiniana de selec­ción natural. Lamentablemente, en el apocalip­sis climático sucumbirá la civilización y, por lo tanto, nadie sobrevivirá. ¿Estamos ante un pro­ceso evolutivo o ante un suicidio colectivo?

La primera parte de la pregunta no se corres­ponde con el contenido de mi libro. Es incier­to que aborde la pérdida de biodiversidad y ecosistemas desde la selección natural. En los capítulos 6 y 7 de Clarity, en el apartado de selección, soy muy claro y enfático al se­ñalar que este no es un proceso darwiniano, no es un proceso de selección natural. Lo digo explícitamente y me interesa mucho aclararlo. Sé que ha habido críticas del libro en las que se refiere que se utiliza el darwi­nismo social, por eso soy tan claro al respec­to: no me baso en el darwinismo social ni en un proceso de selección natural que se apli­que sobre civilizaciones ni sobre la humani­dad en el presente.

En cuanto a la segunda parte, la del apocalipsis climático al que nadie sobrevivirá, se trata de una afirmación muy arriesgada, demasiado arriesgada. No creo que funcione así. No son procesos binarios. Es poco probable que en un momento dado la humanidad entera desaparezca. Lo que sí parece plausible es que se produzca un límite claro al desarrollo económico, es posible que nuestros niveles de vida tengan que reducirse y, en un escenario muy catastrófico, también es posible que algunos sectores vean cómo se reduce su nivel económico. No obstante, me parece extremadamente improbable ese apocalipsis climático.

Tendría que producirse un desajuste de las variables climáticas para que llegara a darse el escenario que usted plantea. No solo es­toy en contra de esa afirmación, sino que me parece muy arriesgado argumentar un futu­ro así. En cuanto a si estamos en un proce­so evolutivo o un suicidio colectivo, también me cuesta desentrañar el significado de esta cuestión. No sé si se refiere a un proceso evo­lutivo desde el punto de vista darwiniano o es un uso vago del término evolutivo como cam­bio a través del tiempo. Y con respecto al suici­dio colectivo imagino que se le da un uso ale­górico, pero también es una definición vaga.

¿Se puede afirmar que la muerte es una conse­cuencia de la obsolescencia programada?

La verdad es que no veo cómo ambos con­ceptos pueden conectarse. La obsolescencia programada es una técnica de mercadeo en la que los productos están diseñados de tal manera que, al cabo de un tiempo, su uso ya no sea valorado o ni siquiera posible. Es una estrategia de mercadeo. La muerte es un proceso biológico. Por intentar conectar ambos conceptos y entender el sentido de su pregunta, se me ocurre que la selección natural, como si fuese un agente, desarrolle un mecanismo de la muerte como una ob­solescencia programada. A la luz de la teoría de la selección natural, no le encuentro mu­cho sentido a esta reflexión.

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Juan Emilio Ballesteros

Juan Emilio Ballesteros

Español. Licenciado en Ciencias de la Información, Universidad de Navarra y en Periodismo, Universidad Complutense de Madrid. Experto en temáticas de diversa índole. Subdirector y secretario del Consejo Editorial, responsable de cierre y publicaciones (versiones digitales e impresas de Cambio16 y Energía16, y de la revista Cambio Financiero). Con amplia experiencia en el periodismo de investigación. Fundador y director del Diario de Andalucía y director de Cuadernos para el Diálogo (segunda época). Autor del libro El sindicato clandestino de la Guardia Civil, Serie Reporter, Ediciones B, Grupo Z. Membresía: Asociación de Revistas ARI, Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía, Asociación de la Prensa de Sevilla (APS) y Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE).

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