Por Ana Franco
23/04/2016
a ruta mundial del shopping de lujo ya no sólo pasa por la Via Montenapoleone de Milán, por el Faubourg Saint-Honoré parisino y por la Calle de José Ortega y Gasset de Madrid. Ahora, además, se puede hacer parada y compra en casas de subastas como Christie’s, Sotheby’s, Kerry Taylor y Heritage Auctions para adquirir un bolso de Chanel o una americana de Balmain. Porque estas empresas despachan ropa y complementos de alta gama de segunda mano con el mismo rigor y ceremonia con los que liquidan cuadros de Picasso.
Christie’s ha fichado en los últimos años a expertos en bolsos como si fueran entendidos en las pinceladas de Van Gogh. En sus salas físicas y virtuales (la compañía lanzó su departamento de bolsos y accesorios de lujo en 2012 con ventas exclusivamente online), las marcas más renombradas, como Hermès y Balenciaga, se codean con los grandes maestros de la pintura y sus artículos, tratados como obras de arte, alcanzan récords.
Cada vez más casas de pujas incluyen este tipo de subastas en su calendario. Heritage Auctions, con sede en Dallas (Estados Unidos), creó en 2010 su división de complementos de lujo, que ha crecido desde entonces más del 50% al año. La parisina Artcurial tiene su sección Hermès Vintage y Artes de la Moda. Las españolas (Sala Retiro, Durán y Alcalá Subastas, entre otras) carecen del tamaño necesario como para dedicar un apartado a este tipo de objetos, pero las internacionales están diversificando su negocio hacia esta actividad en pleno crecimiento.
El mercado secundario de moda de lujo está que arde, como pone de manifiesto la expansión de tiendas del ramo como las estadounidenses What Goes Around Comes Around (WGACA) y Fashionphile, que comparten las ricas aceras de Beverly Hills (California) con Louis Vuitton y con Prada; o el auge de exitosos negocios online como Vestiaire Collective. Las empresas que venden ropa y accesorios de segunda mano no dejan de reproducirse, porque las prendas de épocas pasadas que comercializan son únicas y más asequibles que las de temporada. Y esto se ha trasladado a las pujas. “Además, las mujeres son cada vez más expertas a la hora de comprar y vender sus bolsos en las subastas. Se están dando cuenta de que un buen bolso es una inversión, y por eso están más dispuestas a vender los que ya no usan”, dice Max Brownawell, especialista sénior en accesorios de lujo de Heritage Auctions. Una razón más para explicar el boom: teniendo en cuenta el gran volumen del mercado de las falsificaciones, las casas de subastas ofrecen a su clientela la seguridad de que disponen de un equipo que autentifica cada pieza antes de su venta.
¿Qué se puede encontrar en este tipo de citas? Sobre todo, bolsos. Y, sobre todo, de Hermès, los más codiciados. Los modelos Birkin (bautizado así en honor a la cantante y actriz Jane Birkin) y Kelly (el que solía llevar Grace Kelly) son los reyes del martillo, ya que para lucir uno de primera mano (que parte de 6.000 euros) es necesario registrarse en una lista de espera que ronda los dos años. No todos los mortales pueden adquirir el que desean: sólo tienen acceso a dos por año y no pueden elegir el color. Los pasean del brazo desde ricas y famosas como Kim Kardashian a nobles, veinteañeras y octogenarias. Y, como hay más demanda que oferta, la escasez da alas a las subastas, donde se encuentra más variedad que en las tiendas. En mayo del año pasado, en la mayor puja que ha organizado Heritage Auctions, se sacaron a la venta 950 lotes, de los que unos 600 correspondían a productos de Hermès (400 de ellos, bolsos). En 2011, esta misma casa traspasó un Birkin en piel de cocodrilo roja con herrajes de oro blanco y diamantes por 184.880 euros, un récord que batió el año pasado otro Birkin fucsia de 2014 vendido en la sede de Christie’s en Hong Kong por 196.936 euros.
Chanel es otro de los nombres favoritos de las pujas, aunque a gran distancia de Hermès. Según Brownawell, los bolsos de esta firma parisina “pierden el 40% de su valor” en cuanto salen por la puerta de la boutique.
Pero no solo de bolsos viven las subastas de artículos de lujo. Los trajes de las principales casas de alta costura del siglo XX ya desaparecidas, como la de Mariano Fortuny, Poiret, Schiaparelli y Vionnet (estas dos últimas, resucitadas), se revalorizan considerablemente. Y las conocidas marcas francesas e italianas Louis Vuitton, Prada, Chanel, Gucci, Yves Saint Laurent y Dior, que han marcado una época y se mantienen en el tiempo, también gozan de mucho tirón. Pero el factor que más puede encarecer una prenda es que haya abrigado a una celebrity. Así, el famoso vestido blanco que envolvió a Marilyn Monroe en la película La tentación vive arriba (1955) es el más caro hasta la fecha. Se subastó en 2011 por 3,2 millones de euros.
En esta industria se mueve con soltura la experta Kerry Taylor, que trabajó en Sotheby’s antes de fundar en 2003 la firma de subastas que lleva su nombre, radicada en Londres. Es especialista en moda antigua y en tejidos, y afamada por vender con éxito piezas del desaparecido diseñador británico Alexander McQueen. En sus pujas se puede hallar desde un par de medias de punto de color salmón del siglo XVIII con un precio estimado de salida de entre 1.300 euros y 1.940 a un abrigo de damasco rosa de 1944 de Schiaparelli por entre 12.800 y 19.200 euros.
Taylor subasta alta costura de Nina Ricci, Balenciaga, Balmain y Lanvin, entre muchas otras enseñas tanto para vestir como para coleccionar. Despacha prendas para ellas y también para ellos. El pasado diciembre estableció un récord mundial para Balenciaga: un vestido de novia de seda color marfil de 1968 que se vendió a una colección privada por 76.722 euros. Y también para la japonesa Comme des Garçons, con un jersey de punto con aberturas, cuyo valor residía en que era un buen ejemplo de las primeras creaciones deconstruidas de la marca. Se vendió, junto con unos pantalones de punto, por 33.246 euros.
Kerry Taylor organiza unas cinco subastas al año. Su próxima cita con los amantes de la moda de segunda mano está programada para el próximo 14 de junio. Como en convocatorias anteriores, acudirán coleccionistas en busca de rarezas en las que invertir y compradores que quieren vestir con un toque de distinción de otros tiempos. “Tenemos clientes que compran vintage para ponérselo, pero en el extremo superior del mercado (es decir, el más caro) tienden a ser coleccionistas o instituciones”, dice una portavoz de Kerry Taylor Auctions. Por sus salas circulan conservadores de museos de moda como The Museum at FIT, en Nueva York, y el Fashion Museum Bath británico, que se nutren de estas pujas para ampliar sus colecciones. Y que cada vez más se mezclan con anónimos que han recobrado en estos eventos la pasión por el lujo realmente exclusivo… aunque sea de segunda mano.