Paul-Michel Foucault (Poitiers, 15/10/1926–París, 25/06/1984) fue un historiador de las ideas, teórico social y filósofo francés, profesor del Collége de France y varias universidades francesas y americanas.
Deseo citar a Foucault para referirme al orden del discurso, obra que analiza la “distancia entre el deseo, el poder y la palabra”. Nuestra hipótesis: Como “el arte del discurso” no sólo justifica las luchas o los sistemas de dominación, aquello por lo que y por medio de lo cual se lucha [el poder del que quiere uno adueñarse], sino, además, como consciente o subconscientemente nos hacemos sordos a la palabra [logofobia] inhibiéndonos, inmovilizándonos, prohibiéndonos un estado de racionalidad por creer que sería salvaje, utópico, una locura, responder, sublevarse. Es dejar de hablar por no creer en la palabra.
Literatura, lenguaje y dominación
Se pregunta Foucault: ¿Qué es lo que hace que la literatura sea literatura?” Y sentencia: “Es esa especie de ritual previo que traza en las palabras su espacio de consagración […] ¿Qué civilización en apariencia ha sido más respetuosa del discurso que la nuestra? ¿Dónde se lo ha honrado mejor? ¿Dónde aparece más radicalmente liberado de sus coacciones y universalizado?”.
Entonces es obra literaria aquella que a través del lenguaje logra “el saber como el espacio único del ser libre”, consagrando una verdad universalmente aceptada y deseada.
La distancia más corta entre el saber consagrado [literario] y la ignorancia [que también es dominación] es la educación. La educación –dice Foucault– “es una forma política de mantener o de modificar la adecuación de los discursos, con los saberes y los poderes que implican”, por lo que, frente al discurso utópico, dialéctico y ordenado, más educación, más historia, que es cultura, civilidad, ética, artes y felicidad.
La lógica de Marx comporta un ejercicio de ritualización del habla, una cualificación y fijación de las funciones que materializa el alma y destruye la historia y la cultura. Es constituirse en un grupo doctrinal cuando menos difuso. Mientras esa lógica de todos contra todos enseña a dividir y odiar, la respuesta [rebelarse] debe ser un discurso igualmente ordenado que enseñe a amar. Y a partir de amarse uno mismo, somos uno para todos.
Foucault: “La locura no se puede encontrar en un estado salvaje. La locura no existe sino en una sociedad porque no existe fuera de las formas, de la sensibilidad que la aísla y la repulsión que la excluye o la captura”.
En otras palabras, la locura es virgen, es natural, es radical, no es locura –sic– en un estado sustancialmente libre. La más noble de “las locuras” las cabalgó sobre rocinante, Alonso Quijano, aquel enjuto de rostro que decidió vivir cuerdo y morir loco, llamado don Quijote.
Morir loco por vivir cuerdo
Asistido de un discurso [Cervantino] impregnado de sensibilidad y repulsión a los modos mundanos de la guerra, el poder, el amor y el deseo, apela a la “locura” del señorío, el romanticismo y la alucinación, como la virtud más elevada del hombre, “de los caballeros de triste figura” (apodo de Sancho) que es su honor.
Un discurso ordenado con nuestros más profundos deseos -como el de platón- que etiquetamos de fantasmal. ¿Por qué? ¿Qué nos impide adueñarnos y asumir como verdad “las locuras” del Hidalgo de la Mancha, del Principito o de los sofistas? Profundos miedos tutelados por la ignorancia. Ya lo decía Quijano: “El que lee mucho y anda mucho, ve mucho y sabe mucho…” ¿Y el qué no?
Existe una estrecha relación entre el poder, lo que pretendemos de él y nuestros miedos más íntimos. Esos miedos aparecen al nacer y crecen entrelazados en “relaciones de poder múltiples, que constituyen y caracterizan el cuerpo social” [Foucault], y mueren con nosotros por no darle rienda suelta a nuestras “locuras”. Así, el Quijote murió loco por vivir cuerdo.
Algo impidió a Occidente abandonar por más de 2.000 años el ideal democrático. Lo inició Aristóteles, pero fue a finales del siglo XVII cuando lo consagra la Carta de Derechos del liberalismo inglés […] y un siglo después la independencia de Estados Unidos y la Revolución francesa. Algo ha impedido que en Venezuela y América se imponga la democracia. No es exagerado inferir que es el miedo a ser abiertamente liberal, demócrata y desafiantemente republicano, donde los cuerpos sociales han sido atrapados por la ritualización del habla socialista.
La dominación del discurso de lucha de clases, utopías proletarias, socialistas, el nacionalismo banal, miliciano o militarista, se imponen en la medida en que nuestro espíritu no sea capaz de disociarse de ello –por ser moralmente impropio y ajeno la verdad– embriagados de miedos y dudas, donde luchar por la democracia clásica, liberal y representativa, es “una locura”. Y moriremos locos sin intentarlo.
¿Qué es la ilustración?
Foucault, influenciado profundamente por la filosofía alemana, especialmente por Nietzsche, consciente de que la «genealogía del conocimiento», la «genealogía de la moral», es la acertada, en un entrevista declaró: «Soy un nietzscheano».
Martín Heidegger, su filósofo esencial, se atrevería a decir “que esa capacidad de cada ser de revisar y ajustar la moral a través del conocimiento y del discurso, el buen verbo que se antepone a la ritualización del habla, es un prístino acto de libertad”. Respondo luego existo, parafraseando a Heidegger. Era la búsqueda de Foucault.
Derrotar nuestros miedos más profundos desmintiendo perversas utopías. Y de qué manera lo hizo Foucault: “Hay dos clases de utopías: las proletarias socialistas que gozan de la propiedad de no realizarse nunca, y las capitalistas que, desgraciadamente, tienden a realizarse con mucha frecuencia”.
Las grandes hendiduras a la adecuación social del discurso, es la educación. Es la mejor forma de vincularnos. Concluía Foucault: “La mejor manera de asegurar la distribución de los sujetos en cierta categoría de sujetos no sumisos es vencer los temores de derrotar la veneración del discurso violento, discontinuo, batallador, desordenado e innoble por peligroso”.
Desechamos el discurso de barrida cultural que es el discurso de odio, guerra y muerte. “Por la libertad, así como por la honra, se puede y se debe aventurar la vida” sentenció el “caballero de figura triste, seco de carnes, pero pleno de sueños”. Don Quijote no le temía a una locura llamada libertad.
Lea también en Cambio16.com:
Suscríbete y apóyanos «Por un mundo más humano, justo y regenerativo»
Gracias por leer Cambio16. Vuestra suscripción no solo proporcionará noticias precisas y veraces, sino que también contribuirá al resurgimiento del periodismo en España para la transformación de la conciencia y de la sociedad mediante el crecimiento personal, la defensa de las libertades, las democracias, la justicia social, la conservación del medio ambiente y la biodiversidad.
Dado que nuestros ingresos operativos se ven sometidos a una gran presión, su apoyo puede ayudarnos a llevar a cabo el importante trabajo que hacemos. Si puedes, apoya a Cambio16 ¡Gracias por tu aportación!