Por Gorka Landaburu e Iñigo Aduriz | Foto Fernando Sánchez
09/04/2017
Lejos de los malos augurios de Donald Trump o de las fuerzas euroescépticas que han cobrado protagonismo en distintos países europeos, Joaquín Almunia (Bilbao, 1948) habla de la Unión Europea y de su futuro con relajación y optimismo. Profundamente europeísta, quien ocupó la Vicepresidencia de la Comisión Europea hasta 2014 tras ser comisario de Asuntos Económicos y también de Competencia, considera que lo que le falta al continente son líderes con vocación de entendimiento y que no piensen únicamente en intereses mediáticos nacionales.
Recibe a Cambio16 en el Círculo de Bellas Artes de Madrid durante un viaje a la capital española en un descanso de su actual ocupación como profesor de la Paris School of International Affairs (PSIA) dependiente del prestigioso Instituto de Estudios Políticos de París. Reivindica una reformulación de la socialdemocracia, pero advierte de que no va a decir ni palabra de la situación interna del PSOE, partido que lideró entre 1997 y 2000.
¿Cómo ve la Unión Europea cuando se cumple el 60 aniversario de su fundación a través del Tratado de Roma?
La mayoría de los firmantes de ese tratado no se imaginaban que la integración iba a llegar tan lejos y que iba a haber tantos países participando en el proyecto. Fueron seis los que suscribieron aquello, que era un mercado común, y tenían la experiencia previa de la Comunidad del Carbón y del Acero (CECA). Empezaron con una unión aduanera y poniendo en marcha una política agrícola común y medidas para los sectores más importantes de la economía en aquella época. Pero no se podían imaginar que tuviéramos una moneda única, un peso en la economía mundial como el que tenemos –somos la economía más grande junto con EEUU–, que fuésemos la mayor potencia comercial o que tuviésemos una discusión sobre temas de defensa y seguridad. Y, por supuesto, la libre circulación. No se podían imaginar que iba a ser un proyecto de tanto éxito, garantizando la paz y el bienestar y la reducción de las desigualdades. El éxito es evidente.
Pero, en cambio, estamos en uno de los momentos más críticos para Europa.
Cumplimos el 60 aniversario en un momento difícil. No podemos ignorar los problemas que tenemos, pero soy optimista en el sentido de que nos interesa mucho resolverlos cuanto antes. Es verdad que los ingleses no han estado nunca del todo con nosotros. Han tenido siempre un pie fuera y ahora han decidido poner los dos e irse. Van a pasarlo mal estando fuera, pero es su decisión y hay que respetarla. No obstante, tenemos energía suficiente como para superar los problemas y seguir avanzando.
Superar los problemas es, por tanto, la única solución. ¿O hay otras salidas?
Hay otras soluciones, pero son peores. Que cada uno vaya por su lado, tratando de crecer a costa del vecino, cerrando fronteras y estableciendo proteccionismo comercial, lo que nos lleva no solo a malos resultados económicos, sino también a muchos riesgos políticos de reproducir en el territorio europeo enfrentamientos que, por desgracia, han sido tremendos a lo largo de nuestra historia.
¿Cuáles han sido los principales beneficios que han disfrutado los ciudadanos europeos en estos 60 años de historia de la UE?
El éxito por antonomasia es la paz. Las guerras han desaparecido de nuestro continente y ya no imaginamos que podríamos resolver cualquiera de los problemas y tensiones que tenemos entre nosotros a través de conflictos armados. Cuando tienes paz, tienes la posibilidad de desarrollar las libertades de los ciudadanos, de proteger mejor sus derechos humanos y de promulgar la libertad o la democracia.
Europa es, por ello, referente en el mundo.
Tenemos que ser realistas. Éramos una referencia mucho mayor hace 15 años que ahora. El gran éxito de política exterior de la Unión Europea ha sido exportar nuestro modelo de democracia, de libertades y de Estado del bienestar. Y hoy en día nuestro modelo no es tan apreciado o tan querido en otras partes del mundo. Tenemos que hacer un esfuerzo grande por mejorar nuestra situación interna desde el punto de vista económico, social y político para volver a ser referencia.
Cuando se incorporó a la Unión, España era una de las más europeístas y ahora, en cambio, parece que crece el euroescepticismo.
En el 85 vivíamos una época de europtimismo, pero también de hispanoptimismo. España era un país optimista, confiaba en su propio futuro. Hoy en día, en cambio, por la crisis, las desigualdades y la situación de los jóvenes ni hay europtimismo ni hay hispanoptimismo. Lo cual no quiere decir que los ciudadanos españoles, como los de otros países, estén recelosos de la democracia. La quieren, pero no les gusta cómo funcionan las democracias actuales. Y siguen queriendo Europa, pero no les gusta la manera en la que funciona en muchos ámbitos.
En la crisis por la que atraviesa Europa, ¿quién tiene más culpa, los gobiernos o las instituciones europeas?
Todavía las decisiones más importantes las siguen tomando los jefes de Estado y de gobierno cuando se reúnen en el Consejo Europeo. Es verdad que los estados-nación tienen menos capacidad de ofrecer soluciones a los ciudadanos, pero los gobiernos nacionales siguen siendo los máximos responsables de las decisiones más importantes que se adoptan en la UE. Y son los mismos los que, cuando vuelven a su país, critican a las instituciones europeas.
En la etapa de Jacques Delors como presidente de la Comisión Europea –entre 1985 y 1995– sí tuvo más peso esa institución.
Porque él, que no siempre tuvo éxito en todas las decisiones que quiso tomar, iba al Consejo Europeo con su capacidad de propuesta y se encontraba con el canciller alemán Helmut Köhl, que estaba de acuerdo con los grandes objetivos; François Mitterrand, que era un europeísta convencido y activo; o Felipe González, quizá el político español más europeísta. Eran unos jefes de Estado y de gobierno que tocaban la misma música. Se pusieron de acuerdo en Maastricht con la moneda única, con la ampliación de la UE al este, con la política de cohesión territorial o con dar los primeros pasos de la ciudadanía europea. Remaban en la misma dirección.
¿Los líderes de entonces eran más europeístas que los actuales?
Hoy están más mediatizados por la presión que reciben de su ámbito nacional. Quieren ser antes líderes nacionales que europeos. Ponen sus intereses electorales por delante de su capacidad de liderazgo para contribuir a la toma de decisiones en común en Europa. Eso hace que se tarde más en adoptar esas decisiones y haya que hacer más transacciones. Es una época complicada que se superará.
¿Cuál es la salida para solucionar esta crisis en la que se encuentra el pueblo europeo?
Sin duda la integración va a seguir avanzando. En estos momentos tenemos problemas económicos importantes dentro de Europa a los que se tarda en encontrar una salida, hay actitudes muy diferentes respecto a la inmigración que imposibilitan avanzar con claridad en una política común, resistencias en muchos países para la acogida y readaptación de los refugiados. También hay conflictos a las puertas de Europa, como en Siria o Libia. Pero, a la vez, la existencia de esos conflictos ha generado una toma de conciencia entre los líderes europeos de que necesitamos avanzar cuanto antes y en serio en una política común de seguridad exterior y de defensa.
Donald Trump puso fecha final a la vida a la UE. ¿Cree que es posible que el proyecto comunitario fracase?
No. Que tiene dificultades es evidente y siempre existe un riesgo de fracaso como en cualquier proyecto político. Pero yo estoy convencido de que la integración europea va a seguir avanzando y que cualquiera que intente dividir a la UE creándole dificultades serias al proceso de integración fracasará. Desde luego Trump fracasa. Lo que están logrando Trump y el Brexit es unir más al resto de los europeos. Estamos ahora más unidos que hace un año.
El avance en la integración, ¿debe hacerse a distintas velocidades o en círculos concéntricos como propone Felipe González?
La UE ya tiene niveles de integración diferentes entre sus estados miembros: los que estamos en el euro y los que no están, los que participamos en Schengen y los que no lo hacen, los que integran la OTAN y el resto o los plenamente integrados en materia de Justicia e Interior y los que tienen excepciones. Cuantos más somos nos convertimos en más diversos. Mucho más de lo que eran los seis fundadores. Tenemos niveles económicos muy diferentes y también dispares situaciones históricas. A mí no me asusta que haya un nivel determinado de integración para unos países siempre que los que se integren más rápido no cierren la puerta a los demás y que haya mecanismos que incentiven esa integración.
¿Eso no puede provocar que unos países decidan sobre otros?
No, porque la toma de decisiones en la UE es compleja y difícil, pero es democrática. La inmensa mayoría de los países prevalecerán con su voto frente a quien se vea tentado de dividir a la UE.
¿Cómo ve Europa dentro de 10 o 15 años?
Habrá aumentado en la toma de conciencia de que necesitamos más inmigrantes por el envejecimiento de la sociedad. Europa se va a dar cuenta de que es imprescindible porque no podemos pensar que dentro de unas décadas los mayores de 70 años sean mayoría. Si somos capaces de mejorar las proyecciones demográficas y la población crece vamos a salir adelante económicamente. La UE necesita tomar conciencia de que tenemos que asegurar nuestra propia seguridad porque no podemos depender de EEUU y dado que con el final de la Guerra Fría no han desaparecido las amenazas exteriores. Veo una Europa con más conciencia de que tiene que ser un actor relevante en el exterior, de que nos interesa seguir siendo una sociedad abierta y que va a encontrar la manera de superar las barreras económicas para ir creciendo.
¿La OTAN seguirá teniendo sentido con esa unión militar que plantea?
Ahora Trump dice que los europeos deben financiar más la defensa y probablemente tiene razón. En lo que no la tiene es pensando que si los europeos gastamos más en defensa, ellos se van a poder desinteresar de lo que ocurre en Europa. Los americanos van a seguir ocupándose de que la OTAN esté ahí. Hay que equilibrar el peso y que los europeos tengamos más responsabilidades en materia de defensa y que, por lo tanto, tengamos más y mejor gasto. Lo que no podemos es estar inermes, porque entonces los que mandarán sobre los europeos serán Rusia, China u otros países que están creciendo a gran velocidad.
¿Ve factible o cerca un ejército europeo?
No creo que esté para mañana, pero veo posible que se avance cada vez más hacia algo que se parezca a un ejército europeo.
¿Cómo deben ser las relaciones con el Gobierno de EEUU?
Nos interesa que sean buenas, tanto a ellos como a nosotros, tanto desde el punto de vista de la seguridad como desde el económico. Somos el mejor y más grande interlocutor económico de EEUU y viceversa. Nos interesa llevarnos bien y desarrollar nuestras relaciones económicas. Si Trump no entra en ese juego y dice que ante todo está América, eso generará incentivos en los europeos para asumir nuestras propias responsabilidades y para que profundicemos en la integración.
¿La crisis de la socialdemocracia perjudica a Europa?
Sin duda. Para estar cohesionada la sociedad europea necesita la socialdemocracia y también un centroderecha. Pero Europa no se puede construir con una socialdemocracia débil y sin proyecto. Es un problema no solo desde el punto de vista de nuestra ideología sino para el conjunto del territorio europeo.
¿Qué le pasa a la socialdemocracia europea?
Hay un problema de estrategia en política económica. No ha conseguido diseñar un modelo de política económica coherente con una economía globalizada. En los años 80 y 90 hubo una deriva hacia el paradigma neoliberal de Reagan y Thatcher y hubo un cierto ensimismamiento y atracción de políticas de liberalización que iban más allá de lo razonable para mejorar la eficiencia en el funcionamiento económico. Ahora que esas políticas también han fracasado el ensimismamiento se ha acabado y el riesgo que tiene la socialdemocracia es radicalizarse y convertirse en una fuerza política que no aspira a gobernar, sino que solamente quiere satisfacer sus impulsos de ser más de izquierdas que nadie. Es otro error que nos lleva a la pérdida de influencia y relevancia. Es el riesgo que estamos viendo en el laborismo del Reino Unido o en Francia con el Partido Socialista. Hay que hacer un es esfuerzo por encontrar el modelo de estrategia económica capaz de sostener el Estado del bienestar, adaptándolo para que sea atractivo y que una mayoría de votantes confíen en ese proyecto más que en unas políticas conservadoras. La socialdemocracia no puede dirigirse a una sociedad del siglo XXI, sometida a cambios muy rápidos, con esquemas y propuestas que responden a los años 60 del siglo pasado.
¿Volverá a renacer?
Sin duda. Lo hemos hecho varias veces. El PSOE en España es el partido más antiguo. Tenemos casi 140 años y desde su nacimiento se ha refundado no sé cuántas veces. La innovación y el progreso en España han estado siempre ligados a los procesos que el PSOE ha ido protagonizando. Lo que no se puede es innovar un proyecto político acudiendo a grabados de hace 60 años. Hay que ver cómo hacer realidad principios y valores en 2017.
¿Qué papel tiene que jugar España en Europa? ¿Quizá más preponderante que el que le dieron Aznar, Zapatero o Rajoy?
Aznar sí le daba importancia, pero sus posiciones políticas dividían a la UE –como con la guerra de Irak– más que unirla. Es cierto que Zapatero y Rajoy no han jugado un papel relevante. En el caso del primero porque la crisis económica absorbió demasiadas energías y, además, con problemas que no fueron bien resueltos y que generaron distancia de otros países que estaban afrontando la crisis de otra forma. Y Rajoy tampoco ha sido muy activo. A mí me gustaría que el papel de España fuese mucho más activo que el que mantiene en la actualidad, con propuestas, con iniciativas y con voluntad de unir a quienes tienen dificultades para coincidir en determinadas posiciones. Eso exige dedicación y dar importancia a la UE. Y, además, en Europa hay que sumarse a un eje. Vamos a ver si tras las elecciones en Francia y Alemania se recompone esa alianza de manera constructiva. Sin una sintonía francoalemana no funciona la UE. Y España e Italia tienen que contribuir a que ese eje funcione y estar dentro de esa dinámica. Eso lo hizo estupendamente el expresidente Felipe González.
Hemos soñado con la construcción de la democracia y de Europa. Pero da la sensación de que cuando llegan momentos críticos los partidos no hablan de Europa. ¿Es necesaria más pedagogía y comunicación?
En todo caso la comunicación necesita un contenido para ser comunicado. Hemos visto esos sueños convertidos en realidad. Queríamos democracia y la tenemos igual que las mejores del mundo. También libertades, reducción de desigualdades apertura de las fronteras e integración en Europa. Todo eso no se ha esfumado, sigue ahí. Tiene insuficiencias que hay que completar pero echar por la borda todo lo que se ha conseguido durante décadas, como intentan hacer muchas fuerzas populistas, es de una irresponsabilidad total.
Y el populismo euroescéptico crece en muchos países europeos. ¿A usted le preocupa?
Por supuesto. Me viene preocupando en los años anteriores al estallido de partidos de esa índole con perspectivas de ganar elecciones. Este clima de xenofobia antiinmigración ya se venía fraguando. Antes de la crisis, este ambiente contribuyó a que Francia rechazara la Constitución Europea, con aquella teoría del peligro de los fontaneros polacos que iban a inundar Francia. Resulta que no había más que tres o cuatro. Era pura demagogia populista. Y, por desgracia, esa idea no solo provenía del Frente Nacional de Le Pen. También lo defendían partidos que venían de las familias tradicionalmente proeuropeas que se dejaron llevar por esa tentación. En Holanda se rechazó, asimismo, ese texto con argumentos relacionados con la inmigración. Había un caldo de cultivo que se daba en partidos populistas e iba contaminando a partidos de las familias proeuropeas. La crisis ha exacerbado todo eso y lo ha hecho sobre todo por la derecha. Es cierto que hay populismos de izquierda como Podemos. Ellos mismos se califican como populistas.
Ve entonces al populismo como un riesgo para Europa.
Sin duda. Pero estamos viendo una reacción en positivo. En Francia, Emmanuel Macron es el que sube en las encuestas y el que más probabilidades tiene de ganar las elecciones presidenciales en la segunda vuelta. Él hace un discurso proeuropeo y está ganando. En Alemania, el nuevo líder socialdemócrata, Martin Schulz, es un europeísta de convicciones profundas y ha conseguido, en poco tiempo, dar un empujón al SPD que en las encuestas está incluso por encima del partido de Angela Merkel. También existen casos siniestros como los de Polonia y Hungría, gobernados por dos políticos populistas xenófobos. Pero hay una reacción y es la que tiene futuro. Los populismos son una efervescencia que va a bajar. La sociedad europea tiene anticuerpos contra estos partidos que recurren a argumentos demagógicos, que establecen diferencias por el lugar de nacimiento, por religión o sexo. Y esas ideas que dividen a la sociedad en un momento dado pueden llamar la atención de una parte del electorado desconcertado y con miedo al futuro, pero las voces racionales son las que siempre ganan.
Entonces, ¿no se imagina a Marine Le Pen ganando en Francia?
No. Y no digo que el riesgo sea cero. Creíamos que el riesgo de Trump era muy bajo y ahí lo tenemos y lo mismo ocurrió con el Brexit. Pero con el sistema electoral francés, el candidato alternativo a Le Pen en la segunda vuelta –que probablemente sea Macron– va a ganar con una diferencia clara.
¿Cuál es la mejor medicina para luchar contra el populismo?
Tener el coraje político de decir a los ciudadanos la verdad, de contar los hechos y aportar los argumentos básicos de una democracia, de un Estado de derecho y de un sistema de libertades. No se pueden poner en riesgo por las voces demagógicas que dividen a la sociedad.
¿En qué se basa el mensaje de estos partidos o corrientes políticas?
Establecen una dicotomía entre ellos, que son los únicos que representan al pueblo, –se asignan esa representación aunque el pueblo no les vota en un 90%– y a todo lo demás lo incluyen en una especie de bola oscura a la que llaman la casta o el establishment. Aquí, algunos de Podemos hablan del régimen del 78. ¡Régimen era el que teníamos antes del 77, que era una dictadura! Tenemos que disfrutar de que hayamos consolidado entre todos un sistema en el que es inimaginable una marcha atrás. Despreciar eso es un ejercicio de ignorancia o, si no, es un engaño.
¿Ve riesgo de que surja una fuerza euroescéptica en España?
Es muy difícil porque existen críticas al funcionamiento de las instituciones europeas, pero hay otras más duras, con un elevado grado de desconfianza hacia el funcionamiento de las instituciones españolas. Aquí la experiencia histórica ha sido evidente respecto a lo que hemos perdido cada vez que los Pirineos se levantaban y eran más altos y lo que hemos ganado cada vez que hemos abierto nuestras fronteras. Es muy difícil que el euroescepticismo se desarrolle.
¿Y es posible que aquí tenga éxito un partido xenófobo como el Frente Nacional?
Si uno se pasea por los bares, por las calles o escucha conversaciones en el metro se puede encontrar opiniones xenófobas a nivel individual, como posturas machistas o sectarias. Pero políticamente tenemos la suerte de que no hay ni una sola fuerza política que haya llegado al Parlamento que levante esa bandera. Tenemos la inmensa suerte de ser un país abierto igual que aceptamos la diversidad en materia de género y fuimos los primeros que aprobamos el matrimonio homosexual. Somos un país que acepta bien la llegada de gente de fuera y es una posición muy inteligente. Nos aceptamos peor entre nosotros.
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