Por Javier Herrero (Efe)
22/05/2016
¿Puede un concierto de Bruce Springsteen dejar a alguien insatisfecho, aunque el sonido (como el de este sábado en Madrid) no sea el mejor, si perdura esa fuerza contagiosa que invita a la comunión colectiva y un repertorio que fluye más allá del río al que pretende honrar, desbordándose en forma de enorme antología?
Parece imposible, máxime cuando este The River Tour llegaba al estadio Santiago Bernabéu muy crecido tras su paso previo por Barcelona, donde se inició la gira europea, y San Sebastián; además, había probadas ganas del Boss y de su E-Street Band tras 4 años lejos de la ciudad (las 55.000 entradas, el aforo completo, se vendieron en tres horas).
Lo mismo parece dar que desde su llegada a este lado del Atlántico el leit-motiv de la gira –honrar el 35 cumpleaños de uno de sus discos más míticos– sea una anécdota frente a los conciertos de EEUU, donde lo tocó entero. Aquí elimina los pasajes más ásperos y enchufa a plena potencia el motor de la barca con un combustible basado en grandes éxitos.
Un público entregado
Cierto es también que el público estaba entregado e igualmente vendido desde el primer tema, Badlands, tan potente como el grueso del concierto, pese al sonido emborronado en el que la mayor parte del tiempo se ahogaban las palabras y los matices instrumentales.
«¡Buenas noches, Madrid!», gritaba solo diez minutos después de la hora estipulada, las 21 horas, tras dejar tiempo a los últimos rezagados para ocupar sus asientos, sin grandes problemas finalmente para llegar al estadio pese a los servicios mínimos decretados por una huelga de Metro.
Ni proyecciones ni enrevesados juegos de luces. Experto artesano en el oficio de enardecer a las masas, a Springsteen le basta su música, tres enormes pantallas, un muro de guitarras que por momentos se armaba con seis hombres y algún que otro guiño facilón como un «¡Vamos, Madrid! Más alto», gritado en castellano.
Los perfiles sociales más variopintos
Enseguida llega su primer baño de masas con Sherry darling, al que siguen Two hearts, Wrecking ball y My city of ruins, que va subiendo el nivel del agua con ese «crescendo» poderoso que parece beber de los cantos espirituales, antes de establecer una primera acometida contra las compuertas del dique a lomos de Hungry heart.
La lúdica Out in the street constata su capacidad para incitar a la camaradería, al intercambio colectivo de energía, más allá de las diferencias de clase (su mismo concierto es una amalgama de los perfiles sociales más variopintos).
El río ralentiza su ritmo entonces para abordar recodos más densos, pero igualmente gratos, especialmente con The river, la canción que podría justificar esta noche y toda esta gira, cuando en la oscuridad brota su armónica y se encienden las lamparitas del público en el graderío, como un planisferio súbito.
Así marcha la noche. El río Springsteen avanzaba ligero, sin interrupciones, correcto según los cánones a los que acostumbra el artista, pero con cierto sentimiento de cauce marcado, de automatismo.
Entonces, el Boss agita las aguas. El sonido se vuelve más nítido de repente. Tras dos decenas de canciones, el animoso poso country de Working on a highway engancha con la optimista Waiting on a sunny day y el caudal aumenta. Y justo en medio de los pasajes más animosos, un niño salta al escenario y él lo recoge entre sus brazos. El concierto es un «oooh» generalizado.
A partir de ahí se desata el éxtasis. En bandada se suceden Because the night, Human touch (construido como un diálogo cómplice junto a su mujer, Patti Scialfa) y The rising… El público eleva los brazos en señal de júbilo o devoción.
Aún queda lo mejor, con Born in the USA, Born to run, Glory days, la siempre enorme Dancing in the dark, en la que permite a un muchacho cumplir su deseo «de bailar con su esposa pelirroja», mientras él aporrea la guitarra junto a otra jovencita que casi le roba el show.
El recuerdo a Clarence Clemons a través de Tenth avenue freeze-out no hace sino aumentar el componente emocional de la cita, que parece concluir tras tres horas y 15 minutos aproximadamente con Bobby Jean y el clásico de los Top Notes Twist and shout.
Pero no, aún queda un último suspiro. Reaparece solo, se planta sobre las tablas e interpreta en formato acústico Thunder road, desbordando con esa última gota completamente el dique. Ábranse las aguas, ha vuelto el jefe a la ciudad.