Más de dos años de minuciosa investigación. Un caso abierto. Un centenar de entrevistas. Fuentes desde dentro. ‘Bankia Confidencial’ (Deusto S. A. Ediciones) ayuda a comprender cómo se llegó al rescate de la cuarta entidad financiera de España y a descubrir los intereses económicos y políticos detrás de las decisiones que se tomaron.
Su autor, el periodista especializado en economía y en el caso Bankia Nicolás Menéndez Sarriés, arroja interesantes conclusiones como que «Bankia no era el agujero que se describió en 2012; de hecho es la única entidad con la que se va a recuperar buena parte del dinero público».
Este extracto del libro detalla la llegada del exvicepresidente Rodrigo Rato a Caja Madrid.
Por Nicolás Menéndez Sarriés
22/10/2014
Rodrigo Rato (Madrid, 1949), el que fuera flamante director gerente del Fondo Monetario Internacional, llevaba desde mediados de 2007 de vuelta en España. En un movimiento que descolocaba tanto a la opinión pública como a las autoridades, Rato había renunciado a su puesto en el FMI —que conllevaba, entre otros privilegios, el estatus de jefe de Estado— de forma anticipada y alegando motivos personales. A pesar de que el estilo de vida de Estados Unidos no era nuevo para él, ya que siendo más joven había cursado estudios la Universidad de Berkeley (California), ambas situaciones eran incomparables y no tuvieron el mismo éxito. Quienes le conocieron y trabajaron con él explican que su adaptación a la vida en Washington y a su puesto como máximo responsable del FMI no había sido óptima por diversos motivos. Más allá de la esfera personal —que no puede ni debe ser obviada— desde el punto de vista profesional su mandato no había sido en exceso brillante, tal como relatan funcionarios del FMI que coincidieron con el que fuera también ministro de Economía y vicepresidente del Gobierno.
Un informe de la Oficina de Evaluación Independiente del FMI sobre la etapa de Rato, publicado en 2011, concluía que su gerencia se «quedó corta» a la hora de cumplir con el principal objetivo de la institución —«prevenir a los países miembros sobre los riesgos de la economía global y la generación de vulnerabilidades en sus propias economías»— a la vista de la crisis desatada a partir de mediados de 2007 (justo cuando Rato dejaba el FMI). Entre otras carencias y errores, los evaluadores independientes del Fondo Monetario Internacional constataron un exceso de confianza en el mensaje lanzado por la institución respecto a la resistencia y la capacidad de afrontar los problemas de las grandes entidades financieras globales. «Los riesgos asociados a los bums inmobiliarios y las innovaciones financieras fueron minimizados, así como la necesidad de una regulación más fuerte para gestionar estos riesgos», concluían los auditores independientes del propio Fondo Monetario Internacional. En países como España se habían acumulado fuertes vulnerabilidades durante el periodo expansivo, pero los mensajes de la inspección del FMI habían «diferido en contenido y rotundidad» en función de cada uno de ellos. El documento aclara que buena parte de los errores y carencias provenían de tiempos pasados, si bien reconoce también que no habían sido abordados durante el mandato de su primer director gerente nacido en España.
Fuera o no su etapa en el FMI un fracaso, y se viera su imagen tocada tras esta decisión o no, lo cierto es que Rato regresaba a España para, entre otras cosas, estar más cerca de su familia y —ante unas expectativas más halagüeñas para el PP a medio plazo— regresar a la vida política y económica de una España en la que aún era uno de los grandes pesos pesados. Como había ocurrido en otras ocasiones con otros líderes políticos españoles como Javier Solana (OTAN y Consejo de Europa), Joaquín Almunia (Comisión Europea), Pedro Solbes (Comisión Europea), Josep Borrell (Parlamento Europeo) o Loyola de Palacio (Comisión Europea), la estancia con cargos de responsabilidad en organismos o instituciones internacionales concedía a quienes los ostentaban o habían ostentado una suerte de patina de estadistas, un plus de credibilidad y cosmopolitismo que —en un país en el que los futbolistas, si vienen de fuera, son cracs, y si vienen de la cantera, son «chavales»— no era poca cosa. Pero Rato no podría sumarse al periodo electoral en un primer momento; Rajoy perdía las elecciones en 2008 con un peor resultado que en 2004, cabalgando a lomos del discurso de la inminente crisis que se nos avecinaba. El socialista Zapatero y su ministro Pedro Solbes, en cambio, triunfaban ante el electorado diciendo justo lo contrario: que España estaba mejor situada que el resto de países para ahuyentar cualquier fantasma de recesión económica. Por si fuera poco, los números y las estadísticas, que no se desplomarían hasta 2009, le daban la razón al menos de forma aparente en aquel 2008 en el que el resto del mundo luchaba por no despeñarse.
Sea como fuere, el caso es que Rodrigo Rato aterrizaba en Madrid con la intención de cubrirse las espaldas profesional y económicamente. A pesar de ser miembro de una saga familiar acaudalada y de ser propietario o copropietario de un número considerable de negocios (hoteles, manantiales de agua mineral, promotoras, etc.), no le faltaban a su llegada ofertas de trabajo de esas que, sencillamente, no se pueden rechazar: consejero externo de Criteria, asesor para asuntos internacionales del Banco Santander, directivo de la división internacional del banco de inversión Lazard (el cual dirigía en España su amigo y socio Jaime Castellanos)… Tras más de quince años en la primera línea política, donde los salarios están muy limitados en relación con los de sus homólogos en el sector privado, Rato regresaba del FMI y alcanzaba en poco tiempo un estatus de asalariado del más alto nivel. Mucho dinero, pero quizá poca repercusión para las aspiraciones que aún mantenía el que era por entonces uno de aquellos pocos políticos que despertaba respeto —si no admiración— más allá de las filas de su propio partido.
Decir Rodrigo Rato era —para amplias capas de la opinión pública— mencionar a un gestor político de éxito y repercusión internacional, en el que hasta el momento pesaban mucho más las luces que las sombras. El hecho de haber estado apartado de la primera línea política durante los años posteriores al 11-M le habían alejado de los sectores del Partido Popular más ultras y resentidos a raíz de la inesperada derrota electoral. La imagen que tenían de Rato tanto sus correligionarios como incluso sus rivales era que podría llegar a ser un candidato solvente para suceder a Mariano Rajoy al frente de un PP por entonces muy tocado, y, si se diera el caso, estar al frente del gobierno de España. Pero eso no tocaba en aquel momento. Lo que le deparaba Mariano Rajoy a su antiguo colega en el gobierno era todo un desafío, una patata caliente y una bicoca, todo al mismo tiempo: sustituir a Miguel Blesa al frente de la presidencia de Caja Madrid. El máximo dirigente popular proponía a Rato tanto por su prestigio profesional e internacional como por el hecho de que su peso específico neutralizaría cualquier posible discrepancia en el seno del por entonces opositor PP madrileño.
Y así era. El nombre de Rato despertaba una cierta sensación de unanimidad en los distintos bandos políticos y sectoriales que habitaban en el seno de Caja Madrid. Tanto que, quienes movían los hilos para intentar una última oportunidad de renovación de Blesa se rendían y asumían la llegada del exministro a la entidad. En enero de 2010, Rato alcanzaba la presidencia ejecutiva de la Caja, que afrontaba por entonces los mayores desafíos de su historia.
Rato llegaba a Caja Madrid, y de su mano se incorporaban a la misma un reducido núcleo de personas de su confianza. El primero de ellos era José Manuel Fernández Norniella, quien fuera secretario de Estado y diputado durante los mandatos de José María Aznar, y colaborador de la máxima proximidad a Rato. Era, en esencia, un político, aunque con experiencia y conocimientos de economía y finanzas, pero un político del entorno del Partido Popular. Junto a él llegaba también Luis Maldonado, un joven economista que ya había trabajado con Rato en el FMI y que haría las veces de su jefe de gabinete. Se trataba de un equipo «muy afín». Para el resto de labores de asesoramiento o planificación, el nuevo presidente contaría o bien con antiguos directivos de la Caja —y es que no hubo una «limpia», ni mucho menos, al menos en un primer momento—, o bien con las opiniones de una firma internacional como era el banco de inversión Lazard, su antiguo centro de trabajo y la entidad que en España dirigía su amigo y socio Jaime Castellanos. En opinión de un antiguo ejecutivo de la entidad que luego sería Bankia, Rato había creado un sistema de gestión en el que toda la información pasaba solo a través de él (y Norniella), «y de él pasaba al resto. Ningún departamento tenía relación con los otros, y se formaban compartimentos estancos, lo que provocaría una situación un tanto disfuncional, ya que solo dos personas tenían toda la información a la vez».
Frente al estilo «simpático pero desconfiado» de Miguel Blesa, la dirección de Rato se caracterizaría —según describen quienes trabajaron con él— por una mayor distancia en el trato personal, pero también por una mayor capacidad analítica y de estrategia. «Era un tipo tímido, pero muy educado, y con una visión más global que local.» Y frente a la Caja Madrid de los coches de lujo y las mansiones con embarcadero, Rato —quien, no obstante, también cobraba un salario millonario— imponía una nueva gestión algo más sobria, con viajes en clase turista y sin cocinero en la planta presidencial. «Caja Madrid era, cuando llega Rato, una empresa muy ministerializada, en el sentido de que las cosas se hacían de una forma porque siempre se habían hecho así. Con el tema de los gastos protocolarios era muy evidente. Las flores en los despachos y en las salas de reuniones, por ejemplo, se cambiaban todas las semanas y eran siempre frescas. Rato mandó buscarlas artificiales y dejar de gastar en eso», recuerda un antiguo colaborador cercano al presidente. También se reducirían gastos superfluos como los regalos a consejeros. «En la Comisión de Control se le daba a cada miembro una caja de bombones y caramelos junto con el bolígrafo y el papel. Eso se quitó también, así como los regalos a los miembros de la Asamblea General (presentes que se instauraban como incentivo para garantizar el quórum mínimo para celebrarla).»
Había muchos cambios con el nuevo presidente, pero no una revolución. Entre los directivos de la era Blesa que permanecían e incluso ganaban protagonismo estaba todo un veterano de la Caja: Ildefonso Sánchez Barcoj, que sería nombrado director general financiero. «Ildefonso tenía buenos contactos con el Banco de España y conocía bien la práctica diaria de lo que es un banco. Rato contó con él como un punto de apoyo, pero con la idea de irlo sustituyendo. Era de los pocos directivos que contraponía opiniones con el presidente, y por eso le valoraba», señala un antiguo consejero de Caja Madrid y, luego, de BFA-Bankia. «Lo que hizo Rato fue transferirle parte de sus poderes a Maldonado y al responsable de Intervención», añade. Con la ratificación de Sánchez Barcoj el nuevo presidente mantenía en cierta manera lo que en los mentideros de la Caja era conocido como el «clan del cochinillo»: un grupo de directivos —Ricardo Morado, Rafael Sánchez Lozano y otros—, todos afines al director general financiero, que los viernes por la tarde montaban en sus coches para ir a degustar este plato en algún asador de la cercana provincia de Segovia. Barcoj era «el puto amo» en la caja, un directivo de los de «sangre verde» con un gran poder real en la entidad —en algunos momentos controlaría tanto la dirección financiera como la de riesgos—, y de la cual conocía sus tripas como pocos. A otros altos directivos de la época de Blesa, que habían acumulado millonarios derechos de pensiones, les apartaba de la primera línea sin despedirlos. «Con otros llegó a acuerdos amistosos para prescindir de ellos.» Así, a Matías Amat, otrora director general financiero y de negocios, le mandaría a gestionar las participadas. Con este equipo tendría que afrontar Rodrigo Rato (y Caja Madrid) los inmensos desafíos y problemas que estaban a punto de estallar en la entidad, en el sistema financiero español y en la propia zona del euro.
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