Carla Cevasco
En 1676, Mary Rowlandson, la esposa de un clérigo inglés fue hecha cautiva en su casa en Lancaster, Massachusetts, en una incursión de Monoco, líder guerrero de los indios nashaway. Como prisionera, a Rowlandson la llevaron a través de lo que ahora es Massachusetts. Viajó con integrantes de las tribus wampanoag, nipmuc y narragansett que dirigía Weetamoo, la pocasset Wampanoag saunkskwa o líder femenina. El día que la capturaron, un miembro del grupo le dio a Rowlandson un pedazo de pastel.
Rowlandson lo guardó en el bolsillo. Ahí permaneció semanas, moldeándose, desmoronándose y finalmente fragmentándose. Durante las once las once semanas de viaje, Rowlandson buscó en su bolsillo esas migajas secas. Cada vez que comía una, pensaba que si alguna vez regresaba a su hogar le “diría al mundo la bendición que el Señor le dio a una comida tan mala”.
Desde un punto de vista moderno y secular, la historia de Rowlandson es extraña y pocas veces se cuenta. Sin embargo, a fines del siglo XVII, los lectores en inglés de ambos lados del Atlántico, consumían este tipo de historia con un apetito voraz.
En 1682, Rowlandson publicó una narración de sus experiencias con el título La soberanía y bondad de Dios. Reflejaba su alivio por su liberación del cautiverio. El libro se convirtió en un éxito de ventas, tanto que sobreviven algunos pocos ejemplares de las primeras ediciones del texto. La gente lo leyó con interés y todavía sigue siendo una fuente central en los primeros estudios estadounidenses.
El hambre no les dejaba ver que podían alimentarse de otra manera
Rowlandson se vio envuelta en la guerra del rey Felipe o la primera guerra india, la Rebelión de Metacom, uno de los líderes indígenas de la guerra. Metacom y otros jefes reconocieron que el hambre de tierras de los colonos nunca se saciaría y unieron a los pueblos nativos del noreste en un intento de expulsar de una vez por todas a los ingleses invasores.
En la sangrienta guerra que siguió en 1675 y 1676, murió entre un quinto y un tercio de la población colonial de Nueva Inglaterra. También afectó terriblemente a las poblaciones nativas. Los colonos se volvieron contra las comunidades nativas que se habían convertido al cristianismo y los confinaron en las islas del puerto de Boston en pleno invierno. Muchos murieron por enfermedades o exposición al mortal clima. Las autoridades coloniales vendieron a los sobrevivientes como esclavos en el Caribe.
Al final de la guerra, Weetamoo se ahogó en el río Taunton mientras huía de las tropas inglesas, y los ingleses colocaron su cabeza en un poste en Plymouth. Aunque los invasores ingleses sobrevivieron a la guerra, también lo hicieron los nativos del noreste. La resistencia la describió Rowlandson en detalle.
La narrativa de Rowlandson tiene muchos temas: su creencia de que su cautiverio fue una prueba espiritual para poner a prueba su fe calvinista; su indignación por convertirse en sirvienta de una mujer nativa, Weetamoo, cuando ella misma había tenido sirvientes nativos; su temor por la vida de sus tres hijos, uno de los cuales murió en sus brazos a causa de las heridas sufridas en el allanamiento; su asiento de primera fila en el desarrollo de la guerra del rey Felipe, incluido su propio encuentro con Metacom (cosió algunas camisas para su hijo); su profunda ineptitud para adaptarse a las costumbres nativas.
Todavía en Estados Unidos la opción indígena siguen siendo una poderosa alternativa
Pero la preocupación más evidente de la narrativa de Rowlandson era el hambre, específicamente la suya, y sus intentos desesperados por saciarla. Su hambre es el trasfondo vibrante de su viaje. Rowlandson no estaba sola entre los colonos insaciables. La codicia es fundamental para la colonización, pero su relación con el hambre ayuda a comprender por qué las actitudes coloniales con respecto al hambre predominan en Estados Unidos tres siglos y medio después, y cómo los hábitos alimentarios indígenas siguen ofreciendo poderosas alternativas a la rapacidad colonial.
En su cautiverio, Mary Rowlandson luchó por adaptarse a los alimentos nativos. “La primera semana que estuve entre ellos, casi no comí nada. La segunda, fue muy difícil sacar su basura sucia”. Sin embargo, a la tercera semana de cautiverio, encontró alimentos indígenas dulces y sabrosos para su gusto.
En su vida pasada, Rowlandson habría encontrado repugnantes esos alimentos de sabores «dulces y salados». Estando cautiva, comió un hígado de caballo parcialmente cocido, masticó rápidamente «con la sangre en la boca»; un trozo de carne de oso que estuvo día y noche en su “apestoso bolsillo” antes de ser cocinado; y esas migas de pastel mohoso.
Si estos alimentos eran repugnantes, también lo eran las profundidades del hambre de Rowlandson. A presenciar a un niño inglés cautivo luchando por comer un trozo de pezuña de caballo hervida, ella le arrancó el bocado al niño de la mano y se lo comió».
Por qué limitarse a comer pollo y papas
Al final de la narración, Rowlandson hace una lista larga y variada de los alimentos que ella comía y los que consumían los pueblos indígenas que la rodeaban.
El alimento principal, y más común, era la nuez molida. También comían nueces y bellotas, alcachofas, raíces de lirio, frijoles molidos y varias otras hierbas y raíces. Comían tripas de caballo y orejas, y todas la aves silvestres que podían atrapar. También osos, venados, castores, tortugas, ranas, ardillas, perros, zorrillos, serpientes de cascabel y la corteza de los árboles; además de todo tipo de presas de caza, animales domésticos y provisiones que saqueaban a los colonos.
Los ingleses trataban de matarlos de hambre a los aborígenes. Saqueaban o destruían su campos de cultivo y sus almacenamiento de alimentos.
La historiadora Lisa Brooks, especializada en los abenaki, señala que la cuadrilla que capturó a Rowlandson la integraban con líderes nativos que buscaban comida en la región agrícola en que la familia de Rowlandson se había asentado.
Sin embargo, a pesar de la posible escasez de alimentos que amenazaba al grupo de Weetamoo, Rowlandson observó que en todo el tiempo que estuvo con ellos ni un solo hombre, mujer o niño murió de hambre”.
La esposa del clérigo recurrió a su fe en busca de respuestas y la única explicación posible fue que Dios estaba usando a los nativos como una herramienta de castigo contra los ingleses. “En lugar de dejar que los pueblos indígenas sientan los efectos del ataque británico sobre sus recursos alimentarios, el Señor los alimenta y los nutre”, razonó.
Cultivos sustentables y con mayor productividad
No obstante, hay otra explicación en la evidencia que narra Rowlandson: los pueblos indígenas estaban mejor preparados para enfrentar el hambre que sus contrapartes coloniales. Como pueblos originarios, pasaron muchas generaciones subsistiendo y prosperando en sus entornos, produciendo conocimientos sobre cómo sobrevivir a la escasez. El conocimiento que enseña el hambre y que tomó muchas formas.
Brooks describe cómo Weetamoo armó alianzas y relaciones recíprocas para asegurar alimentos. Envió agentes a una peligrosa misión para transportar maíz de los aliados narragansett. Como ilustran las largas listas de alimentos nativos de Rowlandson, los pueblos indígenas tenían una variedad mucho más amplia de alimentos que los colonos. Mientras los colonos se limitaron a un puñado de plantas y animales domesticados, los pueblos indígenas consumían una variedad de alimentos más allá de maíz, frijoles, calabaza, nueces, tubérculos, bayas, caza y pescado.
Además, si los colonos como Rowlandson desdeñaban las formas de alimentación indígenas, los nativos no tenían escrúpulos sobre la requisición de granos y ganado ingleses para mantener su esfuerzo de guerra. Asimismo, el valle del río Connecticut no era el desierto bíblico que veía Rowlandson, sino una rica tierra aluvional de generosidad agrícola que sustentaba a una gran población de los pueblos indígenas pocumtuck y sokoki.
Para identificar el oro hay que conocerlo
Mirando la evidencia, desde el momento del viaje de Rowlandson a fines del invierno y principios de la primavera, no hay duda de que el grupo de Weetamoo arriesgó el hambre en medio de la guerra total. No había alimentos. Sin embargo, los indígenas combinaron sus conocimientos sobre el hambre para sobrevivir a la escasez.
Rowlandson atribuyó la supervivencia de los indígenas a la voluntad de Dios. Nunca a sus conocimientos sobre el hambre. Sin embargo, sus descripciones proporcionan un registro de la destreza de los pueblos nativos para eludir la escasez de alimentos,
Rowlandson formaba parte del patrón colonial que suponía que los pueblos indígenas no podían alimentarse por sí mismos, que se estaban muriendo de hambre, eran incompetentes y no merecían su propia tierra. Además, criticaban los patrones de uso de la tierra de los nativos como ineficientes, contra la clara evidencia de que la agricultura hermanada –cultivar maíz, frijoles y calabazas en las mismas parcelas– produce más alimentos por acre que el monocultivo colonial.
Nunca entendieron las estrategias indígenas contra el hambre
Historiadores como William Cronon y Jennifer Anderson han identificado la obsesión de los colonos con “la pobreza nativa” como un pilar de las justificaciones coloniales para el robo de tierras, el despojo y el genocidio de los pueblos indígenas. Un esfuerzo se extendió a la elaboración del propio registro histórico de la Rebelión de Metacom.
Como ha argumentado Jill Lepore, hubo una competencia de narrativa. Los colonos estaban decididos a escribir sus propias historias de la guerra y destruir las de los nativos. El cautiverio de Mary Rowlandson ha eclipsado el cautiverio, la muerte y la esclavitud de miles de nativos durante la guerra. Igualmente, los colonos como Rowlandson crearon un archivo colonial que malinterpretó las estrategias nativas contra el hambre.
A principios del siglo XVII, por ejemplo, el misionero jesuita francés Pierre Biard se quejaba de que los wabanaki no tenían que trabajar mucho para alimentarse, “una condición que, en su opinión, solo debería encontrarse en el paraíso”, escribe la poeta abenaki Cheryl.
Savageau, en su poema de 2006 «Algonkian Paradise», pregunta si Biard alguna vez participó en el trabajo de los hábitos alimentarios de Wabanaki: “¿Alguna vez fue a pescar? ¿Recolectó nueces o bayas en lo profundo de las espinas y los mosquitos? ¿Alguna vez rastreó un ciervo a través de la nieve, desolló un conejo?
Con estas preguntas, Savageau sugiere que Biard no podía ver los conocimientos del hambre de Wabanaki en acción.
Ningún indio murió de hambre, ninguno recurrió al canibalismo
Cuando impugnaron o pasaron por alto los conocimientos nativos sobre el hambre, los colonos como Biard y Rowlandson demostraron su propia incapacidad para alimentarse. Desde el nativo wampanoag, de nombre Tisquantum, que enseñaba a los colonos de Plymouth a cultivar maíz, frijoles y calabazas hasta las tiendas de alimentos de los powhatan que sustentaron a los colonos de Jamestown en sus primeros días en Virginia (y el deterioro de las relaciones con los powhatan que dejó a los colonos hambrientos que recurrierron al canibalismo) está claro que sin los conocimientos indígenas sobre el hambre, compartidos voluntariamente o tomados por la fuerza, las primeras colonias inglesas no habrían sobrevivido. Dicho de otra manera, sin comida indígena, no habría Estados Unidos.
Los colonizadores devolvieron este conocimiento con violencia. Estados Unidos ha atacado la soberanía alimentaria indígena a lo largo de la historia: matando búfalos, represando ríos, obligando a los nativos a vivir en reservas y despojando a los niños nativos de sus conocimientos tradicionales al encarcelarlos en escuelas residenciales mortales.
La tierra que robaron los colonizadores se ha rebelado a su vez contra ellos, ya que las prácticas coloniales de gestión de la tierra han llevado a las tormentas de polvo en el siglo XX y a los apocalípticos incendios forestales e inundaciones de los tiempos recientes.
Los conocimientos están ahí, también sus guardianes
Sin embargo, contra estos obstáculos, los pueblos nativos han mantenido sus conocimientos sobre el hambre a lo largo de generaciones. En los últimos años, la tribu mashpee wampanoag ha luchado contra los intentos del gobierno federal de revocar su reserva en Mashpee y Taunton, Massachusetts, donde continúan pescando y cazando en sus tierras ancestrales y recientemente construyeron un invernadero para cultivar vegetales tradicionales y plantas medicinales para los ancianos sabios.
Los métodos de supervivencia indígenas han persistido, también sus guardianes, durante cientos de años a pesar de invasiones, enfermedades y catástrofes ecológicas. Los colonizadores todavía pueden aprender mucho de la resiliencia indígena. Todos enfrentamos un siglo XXI tan inquietante como el XVII: acosado por la violencia, la enfermedad y el odio.
Las hambrunas coloniales han amenazado durante mucho tiempo con oscurecer los conocimientos tradicionales de los pueblos nativos. Pedir una mayor apreciación de los conocimientos indígenas sobre el hambre no es abogar por su apropiación. En cambio, deberíamos leer la narrativa de Rowlandson como una advertencia del pasado, de los peligros del hambre insaciable y de los conocimientos que pueden mantener a raya el hambre.
Carla Cevasco es profesora asistente de estudios estadounidenses en la Universidad de Rutgers, New Brunswick. Es autora de Violent Appetites: Hunger in the Early Northeast. Traducción Cambio16.
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