Por Natalia Lobo
13/06/2018
A sus 31 años, Lionel Messi afronta su cuarto Mundial con una mentalidad nueva. Incluso su imagen, con barba y tatuajes, difiere enormemente de la de aquel «pibe» que el 13 de julio de 2014 veía la copa, ya del lado de Alemania, con dolor en sus ojos. Ese día, la FIFA completó su humillación al entregarle el premio del Mejor Jugador del Mundial. Messi miraba el trofeo sin saber qué hacer con él y seguro pensando en ese tiro. Ese tiro que hace mil veces en el Camp Nou y las mil veces entra… Pero que en el Maracaná se le fue de largo.
Sin embargo, el debatible galardón no hacía más que asegurar que sin él, Argentina suele ser cualquier cosa menos una selección temible. El 2014, con todo y derrota, se podría clasificar como un Mundial decente del 10. Messi en ese entonces había completado una temporada regular en el Barcelona, con lesión en el muslo y rumores de mala alimentación incluidos. En Brasil marcó 4 goles (todos en fase de grupos, uno providencial ante Irán), dio una asistencia y fue, cuando pudo, la brújula de un equipo sin mística.
Fundamental para clasificar
Aquella oportunidad parecía la única que tendría Lionel de levantar un trofeo con la albiceleste. El destino quiso que tuviera otras dos chances de ganar con su selección, en la Copa América 2015 y luego en la versión Centenario, cayendo en ambas ocasiones ante Chile. En la última, con Messi errando un penal en la tanda decisiva. Tanto fue la tristeza del 10 que decidió renunciar. “No se me da”, fue lo único que atinó a decir. “No se me da”.
Pero, como en toda buena historia, Messi entendió que no podía renunciar. “Me di cuenta que mandaba un mensaje erróneo a la sociedad, a la gente joven. Si tienes un sueño tienes que luchar por él”, admitió recientemente en una entrevista a Tyc Sports. Volvió entonces para las Eliminatorias de Rusia y, una vez más, su influencia positiva no pudo ser más comprobable.
Argentina, en dos años de eliminatorias, tuvo tres entrenadores distintos y muchos problemas. Lionel se perdió 8 partidos tanto por lesiones o suspensión, en los cuales su equipo sólo logró 17 puntos de 42 posibles (4 victorias, 5 empates y 5 derrotas). En cambio, con el 10 en cancha ganaron el 75% de sus puntos. Y Messi convirtió 7 goles en sus 10 partidos disputados, incluyendo el hat-trick ante Ecuador que le dio la clasificación a la albiceleste.
La ¿aceptación? de Messi
Sin duda, Messi ya está entre los mejores jugadores de la historia. Pero, ante la falta de un Mundial, da la impresión de que Leo no puede reclamar su espacio en el Olimpo del fútbol sin que lo vean con suspicacia. No importa que Maradona, Kempes, Menotti y muchos otros lo eximan de la obligación con la albiceleste. Siempre salta un Pirlo o un Rivaldo que digan lo contrario.
Por su parte, el propio Messi parece haber aceptado que el Mundial está más cerca de quedarse en un sueño que ser una realidad. E, increíblemente, parece estar feliz con ello. El 10 llegó a Rusia con una sonrisa, después de repetir en más de tres entrevistas que Argentina no era candidata, que Brasil, España y Alemania estaban mejor.
La nueva mentalidad de Lionel Messi
La nueva mentalidad de Messi es ir “partido a partido” y con “humildad”. Es quitarse un poco esa presión, absurda, de encima. Es decir que sí, que “Argentina tiene jugadores para ilusionarse” y que “siempre es candidata por historia” pero que la realidad es que hoy, a dos días de su debut mundialista, no juegan mejor que hace cuatro años. Y esa nueva mentalidad pasa por no obsesionarse con un sueño, porque “eso aleja las posibilidades de conseguirlo”.
A pesar de que Messi ha esbozado una posible salida de la selección si las cosas salen mal en Rusia, lo cierto es que al capitán albiceleste se le ve tranquilo. Más que nunca, Leo reflexiona sobre el camino recorrido y las conclusiones apuntan a que ha hecho el trabajo. Y cuando uno hace lo que tiene que hacer, tarde o temprano, llegan las recompensas. Tal vez no sea la Copa Mundial pero sí el respeto de sus compatriotas. Porque en Argentina, Messi pasó de ser el “pecho frío” a la única (real) esperanza.
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