Por Andrés Tovar
17/02/2017
Completamente sumergido bajo el océano, el Museo Atlántico es un llamativo recordatorio del impacto siempre cambiante y muchas veces destructivo de los seres humanos en el mundo natural. Y, con un poco de ironía, estas esculturas hechas por el hombre se sostienen en el tiempo que la naturaleza tenga a bien para ellas.
El museo submarino, el primero de su clase en Europa, está situado frente a la costa de la isla de Lanzarote, la más oriental de las Canarias. La exposición oceánica está destinada a enviar un mensaje sobre la conservación, explorando cómo crear una interacción ecológicamente responsable entre los seres humanos y la vida del océano.
Las esculturas, creadas por el artista británico Jason deCaires Taylor, ilustran el impacto del comportamiento de la gente en el medio ambiente: algunos presentan una balsa de refugiados en un viaje incierto; otros muestran a los seres humanos posando para selfies o tomando fotos.
Taylor también ha construido arrecifes artificiales a los que se unen los microorganismos marinos, lo que atrae más crecimiento coralino y ayuda a proteger los delicados arrecifes de coral naturales.
El hormigón en las esculturas es pH neutro y no tóxico para la vida marina, lo que significa que sirve como la base perfecta para que los microorganismos habiten y formen arrecifes artificiales donde la biodiversidad se dispara en las zonas una vez estériles. Setenta esculturas ya están en ese lugar, y por la finalización de las diez fases de las instalaciones se prevé que el número pueda llegar hasta alrededor de 300.
En esencia, este museo único es en sí mismo un ecosistema en evolución, una colección de obras de arte vivientes que cambian en el tiempo con al ambiente, así como la naturaleza cambia con el tiempo por las acciones de los seres humanos.
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