Disfrutar de la música es algo común para muchas personas, incluso para aquellas que no cuentan con ningún tipo de educación musical. Es una práctica tan placentera y emocionante que las personas no dudan en gastar dinero para disfrutar de ella. Basta ver la magnitud del mercado mundial de la música.
Es un comportamiento que no se da de manera universal con otras manifestaciones artísticas y justamente los investigadores quienes saber cómo la música provoca esta respuesta. Una que, además, es ancestral y que se da en todas las civilizaciones.
Justamente por eso, un grupo de científicos franceses midieron la actividad cerebral cuando la música causa tanto placer que produce efectos físicos, bien sea escalofríos, cosquilleos, pone la carne de gallina o incluso provoca orgasmos cerebrales. Quieren definir esa particular sensación que experimenta por lo menos la mitad de las personas que escuchan música.
La música, un estimulante único
La música es capaz de producir sentimientos positivos tan fuertes que activan el sistema de recompensa del cerebro. Los investigadores señalan que el sistema que produce y transmite dopamina es el mismo que guía el comportamiento emocional humano en general y activan la respuesta a los estímulos positivos primarios que dan placer.
Es lo mismo ocurre con la comida y la reproducción, que están relacionados en la evolución con la capacidad de sobrevivir. Y es el mismo que afectan las drogas y causa adicción. En el caso de la música se podría indicar que el sistema de recompensa se sobrecarga hasta producir efectos fisiológicos.
Los participantes en el estudio que se publicó en la revista Frontiers in Neuroscience, señalaron de antemano cuáles eran las partes de su música preferida que les producían una respuesta fisiológica. Sin embargo, Thibault Chauvin, de la Universidad de Borgoña, señaló que los expertos registraron también una respuesta fisiológica en la mayoría de los casos en otros pasajes musicales.
La respuesta fisiológica responde a una cantidad mayor de conexiones momentáneas en la corteza cerebral. La midieron a través de un tipo de electroencefalografía (EEG).
De este modo, los investigadores determinaron que aunque la música no parece tener ningún beneficio biológico, la implicación de la dopamina y el sistema de recompensa en el proceso del placer musical sugiere que tiene una «función ancestral».
Una «función ancestral» estudiada en pruebas
Los investigadores suponen que la función ancestral se da en el tiempo en el que se anticipa el placer, cuando el cerebro trata de predecir el futuro. Algo importante para la supervivencia que, no obstante, no parece depender de la música.
De hecho, el placer que se asocia con escalofríos al oír música se compone de dos fases. Una de anticipación, cuando se acerca el pasaje musical preferido, y una de culminación. En cada una de estas se libera dopamina en una parte distinta del cerebro. Con esto aumenta la actividad cerebral en las regiones ya relacionadas con el placer musical.
Los participantes dijeron que cada uno experimentó una media de casi 17 escalofríos o cosquilleos en la cabeza y cuerpo durante una sesión de 15 minutos, compuesta por sus pasajes favoritos y algunos desconocidos. La duración media fue de 8,75 segundos, aunque varió entre unos y otros.
Los investigadores reconocieron que el hecho de que el experimento se hiciera en un contexto aséptico en lugar de un concierto o su domicilio, y que los participantes conocieran el objetivo, pudo afectar las reacciones en algunos. Por eso esperan ampliar su trabajo con sistemas inalámbricos de EEG en contextos mucho más naturales.
Eso sí, no tienen dudas de cuán inmenso puede ser el poder de la música. Tanto que incluso puede ser capaz de que alguien enfermo de alzhéimer pueda revivir momentos del pasado, como ocurrió con Marta C. González, una exbailarina que vive en una residencia de Alcoi, en Alicante, cuyo caso se hizo viral recientemente.
El poder de la música en el caso de una mujer con alzhéimer
Marta González fue primera bailarina del Ballet de Nueva York en los años sesenta, pero con el alzhéimer varios recuerdos se fueron borrando de su memoria. Así fue hasta que llegó una terapeuta a la residencia donde ella se encuentra y decidió probar con ella un método para paliar los efectos de la demencia y otras enfermedades a través de la música.
Marta permaneció sentada en su silla de ruedas mientras le pusieron los cascos. Y allí sentada comenzó a escuchar los primeros compases de El lago de los cisnes de Tchaikovsky. Sus brazos comenzaron a moverse y su tronco a contonearse. Con las manos «recordaba» cada movimiento como si estuviera encima de las tablas ejecutando el ballet.
Después de algunos meses, Marta falleció. Sin embargo, el proyecto «Música para Despertar» publicó el video y a través de él su experiencia perdura, pues sobrepasó las 380.000 visualizaciones en Youtube.
Desde esta ONG explican que aplican esta forma de terapia musical en el trato diario con sus pacientes. Más allá del chispazo de felicidad que aporta la música, la usan como estimulación cognitiva y consiguen que la enfermedad avance de manera más lenta y que las personas sean más autónomas.
Música y sentimiento
La música da para casi todo. Es propicia para un encuentro con los sentimientos y un redescubrimiento de la memoria; es parte de lo que plantea John Mauceri en su libro Por amor a la música: una guía para el arte de escuchar para directores.
A lo largo del libro establece un viaje que va guíado por la música clásica y la confianza en los sonidos que hacen sentir alegría, tristeza, miedo. Es confiar en las propias opiniones sobre géneros de música, ya sea si se entienden o no. Tiene que ver con apreciar lo que se escucha.
Es una obra en la que le lector podrá entender cómo adentrarse al mundo de la música sin presiones, pero esbozando también el disfrute intelectual y filosófica que puede ofrecer. Eso sí, advierte que una vez adentro la música lo controlará todo hasta que deje de sonar. Es un mundo entero de sensaciones al que posiblemente unos pocos se nieguen a acceder.
Un refugio
Y es que el poder de la música está presente en casi cualquier situación. Se remonta incluso a los campos de concentración nazis, donde se reunían para reír, llorar y cantar. Algunos incluso se saltaban sus raciones diarias de comida para asistir a encuentros a escuchar el murmullo de un violín..
La «Oda a la alegría», de Schiller fue tocada incluso frente a los crematorios de Auschwitz. Algo que quizás se puede clasificar como un absurdo o como una maravilla, pero el hecho es que estuvo allí presente, incluso entre los momentos más repudiables de la historia de la humanidad.
Incluso algunos de los músicos que resultaron prisioneros en estos campos llenaron los vacíos y el miedo con el sonido de su música, algunos lo hicieron a través del violín. Tocando piezas de Beethoven antes de morir.
La música siempre ha estado allí. En todo momento, como refugio, como recuerdo, como placer, despertando emociones. Incluso en los momentos más inimaginables, quizás por eso los investigadores franceses consideran que la música es algo ancestral. Solo de esa forma se explica que pueda sobrepasar cualquier barrera.
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