Cuando mi marido y yo llegamos a la Tierra, pudimos comprobar por nosotros mismos lo que ya se rumoreaba desde hacía tiempo, que todo el planeta estaba lleno de unos animales que poseían la extraordinaria capacidad de ponerse nombres los unos a los otros y de ponérselo también a muchas de las cosas de su alrededor. No solo eso, además lograban comunicarse entre sí valiéndose de muy curiosos medios.
Yo, nada más bajar de la nave, me encapriché de uno de pelo negro y escasa estatura al que otros de su especie llamaban Paco. Sin pensarlo dos veces decidí llevármelo a casa para cuidar de él. Por el camino, valoré la posibilidad de cambiarle el nombre por otro de más fácil pronunciación, pero, no me pregunten por qué, el caso es que me dio apuro y le dejé el que tenía…
Aparte de su inteligencia, lo que más nos admiró de Paco fue la docilidad que mostraba hacia nosotros. Estas dos cualidades fueron decisivas a la hora de que mi marido y yo nos embarcáramos, aun desconociendo si todos los humanos iban a tener un comportamiento igual de favorable que el de Paco, en el negocio de los animales de compañía. De manera que días después iniciamos la captura de unos cuantos ejemplares y nos volvimos con ellos a Saturno, porque, aunque la Tierra es un planeta agradable para establecerse, lo cierto es que como aquí no se vive en ningún sitio.
Hoy la empresa no puede ir mejor. Disponemos de una nave de cinco mil metros cuadrados a las afueras de Brrrt en la que desarrollamos una cría selectiva según el uso que se vaya a dar al animal. Los tenemos para todos los gustos y nos los quitan de las manos. Aunque para darles salida, lo admito, no hubo más remedio que efectuar algunos cambios en su genética.
Muy pocos estaban dispuestos a comprar un bicho que vivía, de media, dos veces más tiempo que ellos. De modo que nuestros científicos consiguieron que su ciclo vital se redujera apenas a treinta años —que ya está bien—, entre otras cosas haciendo que alcanzaran mucho antes la edad adulta, que es cuando más graciosos están. Mi Paco, por ejemplo, ha desarrollado una gran abundancia de pelo por todo el cuerpo, un pelo ensortijado y duro que, también es verdad, lo está empezando a perder en la cabeza, circunstancia que lo hace, si cabe, aún más entrañable.
Para nosotros, Paco se ha convertido en uno más de la familia. Nunca pone malas caras ni da una voz más alta que otra. Además es el colmo de la prudencia. El pobre, para no molestar, se pasa el día entero tumbado en el sofá, medio dormido frente al televisor. El único inconveniente es que luego hay que ir con el cepillo a quitar los pelos que deja pegados en los cojines; pero se le perdona.
Por otra parte, Paco siempre está dispuesto a socializar con otros de su especie, lo que no es algo tan común en estos animales. Así, cuando lo sacamos de paseo, hay que estar continuamente tirando de la correa porque humano con el que se cruza, humano con el que se para a hablar. No saben lo cómico que resulta verlos en plena conversación, unas veces haciendo chistes y otras como si estuvieran arreglando el mundo.
Sin embargo, también tiene sus rarezas de carácter, no crean. La más sorprendente, y en ello coincide con gran parte de sus congéneres, es la exagerada reticencia que manifiesta a hacer sus necesidades en la calle. Yo, al principio, pensé que todo se reducía a un problema de estreñimiento, hasta que una mañana, sorpréndanse, lo descubrí en nuestro cuarto de baño. Menos mal que después de mucho trabajar con él hemos conseguido que comprenda que sus cosas las tiene que hacer fuera de casa. En esto les aconsejo que sean inflexibles.
Reconozco, no obstante, que hay algo en lo que me ha ganado la batalla. Por la noche, cuando mi marido y yo estamos dormidos, abre con disimulo la puerta del dormitorio y se acuesta con nosotros. El animal ya sabe que esto a mi marido no le gusta nada, así que viene directo a mi lado de la cama y se acurruca junto a mí. Enseguida se pone a roncar.
Por lo que se refiere a la comida, no hay que preocuparse, pues comen de todo. Nosotros a Paco le damos un pienso de primera calidad a base de bolitas secas; un pienso, eso sí, especial para humanos esterilizados. Ya saben, para evitar que engorde.
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