Aunque solo basta mirar alrededor para atestiguar que un amigo o vecino está contagiado de coronavirus. O atender, desde la trinchera del hogar, los partes informativos de los medios y redes sociales, para aterrizar en la difícil realidad de la pandemia. Cientos de miles de personas en el mundo niegan la existencia de esta brutal crisis por la COVID-19. Desprotegidos, marchan y vociferan contra el uso de mascarillas. Pertenecen a la corriente del negacionismo. ¿Por desconocimiento o desobediencia civil?
Estos movimientos se han acrecentado en las últimas semanas y, en medio del furor, han tomado las calles de Estados Unidos, punto crucial de las protestas. También en las principales ciudades de Europa. Berlín, Madrid, París, han protagonizado movilizaciones desafiando la autoprotección con mascarillas y el distanciamiento social.
En estas aglomeraciones –foco de contagios– participan defensores de teorías de la conspiración o activistas antivacunas. Así como ciudadanos que consideran vulneradas sus libertades, con el añadido de grupos ultraderechistas y negacionistas de capítulos anteriores de la historia, como en holocausto en Alemania.
En España, uno de los líderes de esta corriente, es Miguel Bosé. El cantante ha mostrado sus criterios y pareceres en forma activa por las redes sociales. Pero este lunes, desparecieron sus cuentas en Twitter, Facebook e Instagram tras sus vídeos sobre el coronavirus. Se desconoce si ha sido una decisión voluntaria o involuntaria.
Lo cierto es que el negacionismo, no es una teoría en sí, sino que se trata de un comportamiento humano. Consiste en negar una realidad probada por una única razón: nos resulta incómoda.
Visión del negacionismo de hoy
Alicia Martos, psicóloga, explica que este boom del negacionismo no es nada nuevo. “La gente que cae en estos movimientos no son incultos o faltos de inteligencia, según la investigación al respecto. El perfil se asocia con una clase media/alta y con estudios superiores”.
Se trata de “una conducta irracional, pero real, que algunas personas eligen para rechazar una realidad verificable, generalmente con el objetivo de evadir una verdad incómoda. El negacionismo suele generarse en situaciones críticas, angustiosas y de alta incertidumbre”.
Siendo sinceros, dice, en los tiempos iniciales de esta pandemia, todos en alguna medida hemos sido negacionistas. Al principio nadie creía en la magnitud de propagación del virus. No podíamos ni imaginar un confinamiento. Pensábamos que a nosotros no nos pasaría nada, que en España seríamos resistentes a la mortalidad de la enfermedad.
En ese punto temporal sí era lógica la reacción, porque no hemos tenido precedentes. “La negación es un mecanismo de defensa inicial ante el miedo, frente a cualquier circunstancia dolorosa que nos resulte increíble o insoportable”, advierte.
Después de este “efecto de irrealidad”, la mayoría rectificamos. Dejamos de minimizar lo que ocurría y aceptamos esta nueva realidad que nos ha tocado vivir. “Muchos de nosotros hemos perdido familiares cercanos o hemos padecido la enfermedad con más o menos virulencia. Comenzamos a creer en la información de organismos oficiales y a seguir las recomendaciones que los expertos iban dictando”, agregó.
En este punto, sostiene Martos, muchas de las personas negacionistas, lo son precisamente por la falta de confianza en las instituciones. Y cierto es que el caos y la opacidad fueron muy relevantes en varios países.
Otras percepciones y consecuencias
Otras voces resaltan los giros que puedan tomar estas conductas en el rumbo político y de las sociedades. Daniel Innerarity, primer filósofo español en publicar un libro sobre el coronavirus, (Pandemocracia, Galaxia Gutenberg), reflexionó sobre el negacionismo. “Dentro de esas disidencias, las hay que son realmente extravagantes. Esto no tendría demasiada importancia si entre ellas no hubiera algunas que tienen una enorme influencia en conductas que ponen en peligro la salud pública. Por la popularidad de quienes las suscriben o por su capacidad de difusión en las redes sociales”.
Martos recuerda que en estos meses se han registrado medidas contradictorias: presidentes que negaban el virus, pésima organización. Bulos que no favorecían una información veraz. Ocultación de datos por parte de los gobiernos, restricciones cambiantes, blanqueamiento de la muerte y del impacto de la crisis”.
Todo ello ha contribuido a que muchos dejen de creer y reaccionen con incredulidad y rebeldía a las autoridades. No es justificable, por supuesto, «pero el negacionismo es una consecuencia posible, señala.
Para el economista Jano García, autor de La gran manipulación (La esfera de los libros), «siempre hay un pequeño grupo de personas que trata de buscar respuestas ocultas a algo que tiene una respuesta obvia». Si bien entiendo, los casos de los movimientos antimascarillas al día de hoy son una «anécdota» y se tiende a «trasladar la realidad virtual a la realidad de la calle».
«Si este virus, como ocurrió con el MERS o el SARS, solamente hubiese afectado al sudeste asiático o a Oriente Medio, nadie estaría hablando de esto. El problema es que nos ha afectado a todos y aunque el proceso ha sido el mismo, lo único que ha cambiado es el número de gente a la que le ha trastocado la vida. Y por ende, es más probable que surjan este tipo de negacionista’. Debemos recalcar que son muy pocos; ruidosos sí, pero pocos», manifestó.
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