Por Ana Franco
Un avión nunca muere del todo. Aunque su ciclo operativo termine y le unjan la extremaunción. Aunque le pongan rumbo a un cementerio como el de la base aérea Davis-Monthan, cerca de la ciudad de Tucson (Arizona, EEUU), que es el más grande del mundo con unas 4.500 aeronaves en tierra. Todas esas toneladas de aluminio, acero y titanio aún colean con vida. Sus piezas se desmontarán y ejercerán de recambios para aviones en activo. Se emplearán como espacios culturales (ése era el propósito del Ayuntamiento de Córdoba cuando trasladó un Douglas DC-7 del aeropuerto a la urbe andaluza). Se convertirán en hoteles, como el Costa Verde de Costa Rica, que ha ubicado una de sus suites en un Boeing 727 de 1965. Y servirán también para adornar hogares y oficinas, pues la decoración de interiores, ávida de originalidad, ha hallado un filón en los aeroplanos y les ha hecho un hueco en cocinas, despachos y cuartos de baño.
Hay firmas de diseño que rentabilizan la chatarra de aviones que se encuentran fuera de circulación, transformando una turbina en una cama (para que luego digan que dormir en los aviones es incómodo) o un fragmento de ala en una silla. La empresa Skypak, con sede en Colonia (Alemania), hace virguerías con uno de los símbolos de la aviación comercial: el carrito que emplean los tripulantes de cabina para servir comidas y bebidas. Los muda en futbolines y en muebles-bar que ornamentan viviendas. Lo mismo forra a mano las paredes de un trolley con madera de barricas de vino viejas para crear una bodega portátil (a un precio de 1.789 euros) que cubre otro con oro de 24 quilates a 4.000 euros el carrito. La pieza más cara de Skypak (27.800 euros) está confeccionada con unos 82.000 cristales de la marca Swarovski. Los muebles de esta enseña se pueden personalizar, están a la venta en Internet y llegan a la dirección del cliente en un plazo de entre cinco y diez días laborables.
Antes que Skypak, que vio la luz en 2010, había nacido Bordbar, también en Colonia. La idea inicial de sus fundadores, Valentin Hartmann y Stephan Boltz, ambos diseñadores de interiores, fue utilizar muebles viejos, como butacas de cine antiguas y armarios de acero, en diferentes contextos. Después de un tiempo se colaron en su almacén algunos carritos de avión, y fueron tan bien recibidos por el mercado que dieron lugar a la fundación de la empresa, en 2006. Actualmente emplean a nueve trabajadores, tienen 350 socios comerciales que venden sus artículos en todo el mundo y un volumen de negocio de 1,5 millones de euros.
Como Skypak, Bordbar también se ha especializado en trolleys. Dicen sus responsables que los reparan de forma manual y que los revisan uno a uno tras un proceso de varias horas en el que se pulen, se alisan y se laminan con un recubrimiento muy duradero. Los carritos, con unas medidas estándar de 103 centímetros de alto por 30 de ancho y 40 de profundidad, tienen los usos más variopintos: algunos están dotados de tablas de cortar a modo de cocinas móviles; otros disponen de varios compartimentos para almacenar documentos, y otros incorporan estaciones para acoplar un iPhone e iluminación LED con programas de color. Sus clientes no sólo son entusiastas del diseño, sino también compañías que emplean los trolleys en ferias comerciales para la promoción y el marketing.
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Made in USA
La compañía que ha elevado el reciclaje de aviones a la categoría de arte y diseño es estadounidense. Se llama MotoArt, vende historia de la aviación y es experta en sacar de contexto las piezas de un aeroplano, ideando con los desechos desde esculturas a lavabos, aparadores y lámparas. Su fundador, Dave Hall, ve lo que otros no ven en los desguaces de aviones. Es capaz de visualizar una mesa en los restos de un C-119 Flying Boxcar, una aeronave de transporte militar construida entre 1947 y 1955. “Compramos material en todo el mundo. La mayoría de los aviones comerciales que utilizamos provienen de los desiertos de California y Arizona, pero algunas de nuestras piezas más raras llegan de todas partes, hasta de Tailandia, Alaska y Brasil”, explica Hall.
Como si de una empresa tecnológica de Silicon Valley se tratara, MotoArt vio la luz en el garaje de Dave Hall, quien, con su socio Donovan Fell, arrancó la compañía en 2001. Hoy tienen una fábrica de 1.900 m2 en la localidad de El Segundo, en California, así como distribuidores en todo el mundo. Y se quejan de que les han crecido imitadores como setas. “Es muy frustrante”, reconoce Hall. Para evitar copias, basta con comprobar que el mueble cuenta con el sello original del fabricante.
La empresa emplea a 18 artesanos, y entre sus clientes destacan grandes corporaciones como Delta Airlines, Boeing, AOL, Microsoft, GoDaddy, Lockheed Martin y General Electric. Hall asegura que algunas estrellas de Hollywood también adquieren sus diseños, aunque no da nombres. Lo cierto es que se requiere de una casa holgada para albergar los muebles, que tienen grandes dimensiones.
MotoArt produce más de 150 diseños de ediciones limitadas (de entre seis y mil piezas cada edición, según los fuselajes disponibles). Está especializada en aviones que ya no se fabrican, como el C-124 Cargo, que transportaba de todo (incluso armas nucleares) hasta 1974 y del que sólo existen hoy ocho ejemplares; o el famoso B-52, un bombardero estratégico del gigante Boeing que pasó a mejor vida tras la Guerra Fría, cuando se destruyeron muchos como parte del Tratado de Reducción de Armas Estratégicas.
Uno de los distribuidores de las piezas de MotoArt en España es la tienda Portobello Street. Vende desde un taburete de bar creado con el asiento de un avión de combate F-4 Phantom (por 13.125 euros) hasta una cama redonda 747 Jet Liner, que emplea como cabecera parte del motor de un auténtico Boeing 747 (uno de los aviones más grandes del mundo) y que cuesta 21.875 euros.
Si el asiento de la clase económica le resulta incómodo, pruebe a sentarse en él sin tener otro asiento delante que le impida estirar las piernas. Sillas así las despacha SkyArt, otra compañía que vende aeromuebles funcionales. Un portavoz de la marca dice que estos asientos extraídos de un Airbus 300 y fabricados por Recaro Aircraft Seating Company son de lo más confortable que hay. Tanto, que es uno de sus productos más populares. Y no necesita abrocharse el cinturón de seguridad para disfrutarlo.
Puede que no tarden en surgir más firmas del ramo. La crisis ha agudizado la sensibilidad de muchos consumidores con respecto al reciclaje, y buscan artículos responsables con el medio ambiente. Además, según la Aircraft Fleet Recycling Association de Estados Unidos, la mayor asociación de reciclaje de aviones, en los próximos 20 años se retirarán 12.000 aeronaves. Así que habrá chatarra para rato.
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