La Unión Europea no está en su mejor momento. Cada uno de sus 27 miembros atraviesan su propia y especialísima crisis. Pero sobre ellos hay una sombra perturbadora el creciente recelo ante la islamización de Europa. Un temor que el populismo nacionalista alienta en su favor.
La victoria de Geert Wilders, declarado antiilamista en los Países Bajos, es el más reciente giro a la derecha entre los miembros de la Unión Europea. Expertos y observadores quedaron estupefactos ante unos inesperados resultados en un país con una larga tradición de tolerancia intercultural.
Es el más reciente en una cadena de elecciones que están reconfigurando el escenario político de Europa. Desde Eslovaquia y España hasta Alemania y Polonia, los partidos populistas y de extrema derecha han tenido éxito en algunos países de la UE con el discurso antiinmigración y desislamizante.
Se une Wilder al club que integran Víktor Orban en Hungría, Giorgia Meloni en Italia, y que cuenta con aspirantes a engrosarlo en Alemania, España y Francia. Su discurso se afinca en el rechazo a la creciente inmigración como motor de la islamización de sus naciones.
Victoria de Wilders
Wilder es en sí mismo un personaje controversial que acepta de buen grado que le califiquen como el “Donald Trump holandés”. Populista, nacionalista, antiislamista, y antieuropeísta, parecía destinado a ser una eterna voz en la oposición en los muy tolerantes y multiculturales Países Bajos. Pero los 37 escaños obtenidos por su partido (PVV), evidenciaron que los electores no hicieron oídos sordos a su discurso. Prometía prohibir el Corán, cerrar las escuelas islámicas y las mezquitas. Aunque ha moderado su discurso y anunció que estas medidas están en el “refrigerador”. Entre otras razones para poder ejecutarlas requiere cambios en la constitución.
Pero el freno a la inmigración sigue en el centro de su agenda, junto con la crisis del costo de la vida y la escasez de viviendas. Asuntos sobre los cuales es más factible que logre acuerdos con los otros partidos de centro derecha para armar una coalición estable que le permita formar gobierno y ser quien por primera vez, militando en la derecha ocupe la silla de Primer Ministro en su país.
El punto más candente es frenar lo que Wilder denominó el «tsunami del asilo». Fue la falta de acuerdos sobre el problema migratorio lo que produjo la caída de la coalición gobernante del primer ministro Mark Rutte y forzó las nuevas elecciones. Para abordarlo aún tendrá que lograr alianzas que le permitan alcanzar 76 escaños de los 150 del congreso.
Tensiones crecientes
Podría pensarse que en los Países Bajos existe una comunidad musulmana proporcionalmente muy alta. Se estima que apenas llega al 7,15% de la población. En 2010 era el 4%. Pero el asesinato contra Theo van Gogh en 2004, un crítico del islam, y las amenazas de muerte contra el propio Geert Wilders, aumentaron las tensiones y el rechazo. En un país en el que hasta hace pocos años ni el primer ministro tenía asignados guardaespaldas.
Wilders se hace eco de algunos de los argumentos contra el multiculturalismo que han convulsionado a Alemania en los últimos años. Como muchos miembros de la derecha tradicional alemana, quiere que la tradición judeocristiana europea sea reconocida formalmente como la cultura dominante.
Pero si Wilders comparte posiciones y objetivos con otros de la extrema derecha en Europa, también es un fenómeno holandés muy específico, que se ve a sí mismo como un provocador libertario como el difunto Pim Fortuyn o Theo van Gogh, que despotrica contra la “islamización”, como una amenaza a lo que solía ser el modelo holandés de tolerancia.
Corriente antiilamista en auge
La crítica al islam parece estar dando resultados. Y no solo en los Países bajos. En toda Europa, la nueva generación de populistas de derecha está intentando revivir su suerte apelando a los prejuicios antimusulmanes. El Partido Popular Suizo del belicoso multimillonario Christoph Blocher ganó una elección general. Al mismo tiempo llevó a cabo una campaña para cambiar la constitución suiza a fin de prohibir la construcción de minaretes en las mezquitas. En Amberes, líderes de extrema derecha de 15 ciudades europeas y de partidos políticos de Bélgica, Alemania y Austria, se reunieron para lanzar una carta “contra la islamización de las ciudades de Europa occidental”.
Hace unos años la extrema derecha en Europa concentraba su fuego en la inmigración. Hoy en día el Islam se está convirtiendo rápidamente en el objetivo más popular. Se estima que en los 27 países que integran la Unión Europea viven unos 25 millones de musulmanes y hay unas 6 mil mezquitas.
Las encuestas de opinión en el continente están revelando un creciente miedo y hostilidad hacia los musulmanes. Son percibidos como una amenaza para las identidades nacionales, la seguridad interna y la cohesión social. Y los musulmanes sienten que la mayoría de los europeos rechazan su presencia y menosprecian y ridiculizan su religión.
Una situación peligrosa, que da pie a la islamofobia, por un lado, y la radicalización, por el otro. Los países europeos están preocupados por esta tendencia que amenaza la convivencia pacífica. Han implementado medidas y promulgado leyes para contrarrestar las fuerzas extremistas, frenar la radicalización y mejorar la integración de los musulmanes en los países de acogida. Sin embargo, no es una tarea sencilla.
De vieja data
Bichara Khader, un experto en las cuestiones euro-árabes, explica que el islam ha tenido presencia en Europa desde hace varios siglos. A partir del año 711, los musulmanes conquistaron vastas áreas en la costa norte del Mediterráneo. Establecieron califatos y emiratos, especialmente en la península ibérica, durante más de siete siglos. La caída del último Emirato de Granada en 1492 marcó el fin del dominio político musulmán en España. Posteriormente, la Inquisición llevó a la expulsión de los judíos sefarditas, musulmanes y conversos.
Casi al mismo tiempo, en el Mediterráneo oriental, los otomanos islamizados derrotaron a los griegos, expulsándolos de Anatolia y tomando Constantinopla (1453). Luego se convirtió en Estambul y conquistó toda la región de los Balcanes. Los países balcánicos lograron su independencia en el siglo XIX. Antes de la desintegración del Imperio otomano después de la Primera Guerra Mundial. Los musulmanes bosnios, albaneses y kosovares no fueron expulsados. Hoy en día constituyen la población musulmana autóctona de Europa.
El llamado Europeo
Después de la segunda guerra mundial, apunta el profesor emérito de la Universidad Católica de Lovaina, cuando los países europeos comenzaron su reconstrucción, recurrieron a sus antiguas colonias para compensar la falta de trabajadores. Cientos de miles de norteafricanos, en su mayoría campesinos bereberes de las tradicionales zonas montañosas del Rif, emigraron a Francia. Indonesios y surinameses a Holanda (ahora Países Bajos). Indios, pakistaníes y bangladesíes al Reino Unido. Alemania, por su parte, se convirtió en el principal destino de los trabajadores turcos y kurdos. Turquía nunca fue una colonia alemana, sino simplemente una aliada en la Primera Guerra Mundial.
Trabajadores que abandonaron sus países en los años cincuenta y sesenta en busca de empleo, beneficios sociales y mejores salarios. En su mayoría, la primera generación de inmigrantes estaba compuesta por jóvenes que no tenían la intención de quedarse permanentemente. Solo pretendían ahorrar suficiente dinero para, por ejemplo, construir una casa, abrir una tienda o comprar un taxi. Para preparar un regreso triunfal a su patria. Como se consideraban residentes temporales, los inmigrantes, solteros o casados, enviaban casi el 80% de sus salarios a sus familias.
En conjunto, contribuyeron al auge económico de muchos países europeos, construyendo carreteras y vías férreas. Trabajaron en las minas de carbón, limpiaron calles y oficinas. En general, realizaron aquellos trabajos que los europeos no querían hacer. Hasta 1970 no hubo ningún “problema” de inmigración. Mucho menos un “problema” musulmán, en Europa occidental.
Los inmigrantes eran en general invisibles en los lugares públicos. No tenían demandas concretas con respecto a su religión porque no pensaban quedarse. Tampoco sufrían discriminación ni prejuicios porque contribuían al bienestar de las sociedades europeas. No había islamofobia, aunque existía el racismo clasista. La inmigración se veía como un regalo, no como una carga. Mucho menos como una amenaza. A principios de los años setenta finalizó la bonanza económica europea.
Punto de inflexión
Para Khader fue la crisis del petróleo de 1973 la que marcó el punto de inflexión. A partir de ese año, los países europeos implementaron leyes para limitar la inmigración regular. Pero al mismo tiempo suavizaron las restricciones a la reunificación familiar. Los inmigrantes se apresuraron a traer a sus familias. Estadísticamente, la población inmigrante creció significativamente en las décadas de 1970 y 1980. En paralelo económicamente, la proporción de trabajadores inmigrantes disminuyó drásticamente.
Desde el punto de vista sociológico, se produjo un proceso de feminización de los inmigrantes. Al mismo tiempo la presencia de niños marcó el inicio de la segunda generación. Estas transformaciones tuvieron efectos inesperados. La llegada de familias cambió la actitud de los inmigrantes hacia los valores religiosos y culturales. Los inmigrantes establecidos solicitaron mezquitas y minaretes. Los inmigrantes se hicieron más visibles en el espacio público (mujeres con velo, niños yendo a la escuela). Las familias inmigrantes se agruparon en ciertas áreas, donde encontraron estructuras informales de apoyo y redes sociales.
En las últimas tres décadas, la inmigración matrimonial aumentó drásticamente. En Holanda, de 1995 a 2003, la inmigración matrimonial de los turcos aumentó hasta 4.000 personas al año. La de los marroquíes alcanzó un récord de 3.000. La inmigración matrimonial asegura que la alta tasa de fertilidad en este grupo continúe. Muchos hombres inmigrantes de segunda generación prefieren casarse en su país de origen con una mujer joven, tradicional y virgen, antes que con otra inmigrante de segunda generación. Este tipo de inmigración ha mantenido intacta la dinámica migratoria.
Problema de percepción
En Europa, desde al menos la década de 1980, la migración se transformó en un “problema”. Especialmente porque dos tercios de los inmigrantes son musulmanes. Khader sostiene que, de hecho, todo lo que tiene que ver con el islam se ha convertido en una fuente de inquietud en Europa. Como el aumento de las mezquitas, los velos de las mujeres y el renovado fervor religioso.
“Es en este contexto donde han surgido los partidos de extrema derecha, que han comenzado a ganar apoyo al presentar la inmigración como una amenaza”.
Bichara Khader
De acuerdo a los estudios de Khader los veinticinco millones de musulmanes que se estima hay en Europa representan alrededor del 5% de la población total. Aunque estas cifras no parecen amenazantes, existe un sentimiento generalizado de que Europa está siendo invadida por una creciente población musulmana. Y que los países no pueden o no quieren asimilar.
Algunos demógrafos predicen que la población musulmana en Europa aumentará de veinticinco a treinta y cinco millones entre 2015 y 2035. Esto se debe a que, pese a todo, la UE sigue siendo un destino atractivo para los migrantes árabes, subsaharianos y asiáticos. Incluso con este aumento previsto, en 2035 ningún país europeo tendrá una población musulmana superior al 10% del total. Con la excepción de Francia y Bélgica.
Temor creciente
La percepción de la población musulmana en Europa a menudo se sobreestima. En una encuesta realizada en 2014 por el Social Research Institute, los franceses creían que el porcentaje de musulmanes en Francia era del 31%, cuando en realidad no supera el 6%. En Alemania, estas cifras eran del 19% frente al 4% real.
Paralelamente ha crecido el sentimiento antiislam. Un estudio realizado por la Fundación Bertelsmann en 2015 revela un aumento significativo en los sentimientos antiislámicos entre la población general. En Alemania, las encuestas de 2014 arrojaron cifras preocupantes: el 57% de los alemanes ve al islam como una amenaza. El 61% cree que el islam es incompatible con Occidente. El 40% se siente extranjero en su propio país debido al islam. El 24% opina que no se debería permitir la inmigración musulmana a Alemania. De manera similar, una encuesta realizada en Inglaterra en octubre de 2012 mostró que el 49% de la población consideraba probable un conflicto de civilizaciones entre musulmanes y británicos blancos nativos
Este sentimiento se ve alimentado por la percepción de que los musulmanes sueñan con “implantar la sharia en Europa e incorporar este continente de infieles a los dominios del islam”. Como resultado, la demografía musulmana se ha convertido en un tema central en muchos libros y discursos políticos. Especialmente entre los partidos de ultraderecha que luchan contra la islamización de Europa.
Una teoría que surgió en Países Bajos
Un escritor holandés de origen paquistaní, que se hace llamar “Mohamed Rasoel”, expresó sus temores sobre un desastre en desarrollo dentro de la sociedad holandesa en un artículo publicado en el periódico NRC Handelsblad el 6 de marzo de 1989. Rasoel advirtió que la política de inmigración de puertas abiertas de Holanda permitiría a los islamistas radicales y antioccidentales establecerse en guetos segregados. Lo que algún día podría desencadenar conflictos graves.
Tras la publicación de su artículo, Rasoel apareció en varios programas de entrevistas, lo que provocó una tormentosa controversia. Los yihadistas pidieron la cabeza de Rasoel. Lo que le obligó a esconderse bajo protección policial. Rasoel argumentó que los problemas en Holanda comenzaron en los años 60 y 70, cuando el “delirante gobierno del poder de las flores” llamó a trabajadores de Turquía y Marruecos. Sin saber que en realidad “habían dejado entrar el caballo de Troya”.
Una teoría que encontró en Samuel Huntington, quien fuera asesor de la Casa Blanca, un importante difusor cuando en 2002 en su libro “Choque de Civilizaciones”, predijo que las guerras futuras se librarían no entre países, sino entre culturas. Y la mayor amenaza para la dominación occidental del mundo sería la civilización islámica.
El profesor de la Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Fernando León Jiménez, en 2007 presentó su tesis sobre el dominio musulmán en Europa, bajo el nombre de Eurabia. Un neologismo que originariamente fue el nombre de una pequeña revista francesa. Ha derivado en una teoría geopolítica que augura una Europa en la que la cultura dominante no será occidental, sino islámica. En la que la inmigración habrá multiplicado el número de adeptos musulmanes.
“Se trata, en suma, de una invasión lenta y silenciosa que realizan los musulmanes en los países democráticos, para intentar que todos formemos parte de su concepción del mundo, en un alarde de doble moral o dictadura que usa la democracia para sus propósitos totalitarios”.
Fernando León Jiménez
En números
La población musulmana en Europa es diversa y está en constante crecimiento.
- Francia, se estima que hay entre 4,1 millones y 5,6 millones de musulmanes, según el Observatoire de laïcité y el Pew Research Center respectivamente. Según Jérôme Fourquet, el 19% de los recién nacidos en Francia en 2019 tienen un nombre de pila árabe-musulmán.
- Alemania, se calcula que hay 5,5 millones de musulmanes. Muchos de los cuales son de origen turco. Desde 2015, la política de acogida masiva de migrantes de Angela Merkel ha tendido a reducir el peso de los turcos dentro del islam alemán en favor de los musulmanes procedentes de Afganistán, África negra u Oriente Medio.
- Bélgica, un país sin pasado colonial en tierras islámicas. Tiene unos 800.000 musulmanes. Cerca del 25% de la población de Bruselas es musulmana. Muchos son de origen marroquí, en particular de la región bereber del Rif.
- Reino Unido, hay unos tres millones, una cifra que ha triplicado desde 1991. Más del 50% de los musulmanes británicos nacieron fuera del Reino Unido. Muchos provienen del subcontinente indio y de países del África subsahariana como Nigeria, Sudán y Somalia.
- España tiene dos millones, la mayoría de los cuales son de origen marroquí.
- Países nórdicos también han experimentado una fuerte oleada de inmigración musulmana en los últimos treinta años. En Dinamarca hay 300.000, mientras que en Suecia hay un millón. Principalmente de los Balcanes y Oriente Próximo.
Los más Islamofóbicos
Paradójicamente los países con mayor rechazo tienen poblaciones musulmanas insignificantes. En Eslovaquia, donde el 60% de la población se declara católica, se estima que puede haber entre 2.000 y 5.000 musulmanes en todo el país. Una ley, claramente dirigida contra el islam, exige tener al menos 50.000 fieles registrados para constituirse como iglesia y obtener ventajas fiscales. Así como para poder tener sus propias escuelas y templos. Por lo que en el país no hay mezquitas. Robert Fico, su primer ministro hasta 2018, declaró que “no hay sitio para el Islam en Eslovaquia”. La ausencia de templos musulmanes fue uno de los argumentos de Fico para negarse a acoger refugiados no cristianos en suelo eslovaco.
Al lado en la República Checa, donde solo hay tres mezquitas, la situación de esta minoría es igualmente difícil. En una encuesta independiente de 2017, sólo el 12% de los checos dijo que aceptaría a un musulmán en su familia. En la cercana Hungría, ni siquiera la visita de Erdogan del año pasado sirvió para desbloquear la construcción de una gran mezquita en Budapest. El templo iba a costar 7 millones de euros. Habría sido la primera mezquita en construirse en suelo húngaro en los últimos siglos. En Hungría hay cuatro mezquitas y unos 30.000 musulmanes.
Polonia, otro de los países que han sido calificados de “islamófobos sin musulmanes” por combinar una actitud desfavorable contra una minoría tan reducida que es casi invisible (unas 30.000 personas). Se calcula que el 20% de los delitos de odio se dirigen contra los musulmanes, convirtiéndolos en la comunidad más atacada.
Pólvora para la derecha
Para el politólogo francés Jean-Loup Bonnamy el crecimiento demográfico del islam en Europa se debe al flujo continuo de inmigrantes. “Un freno a la inmigración implicaría, por tanto, un estancamiento demográfico del islam a largo plazo. No un descenso, pero sí al menos el fin de su crecimiento exponencial”.
En su opinión la integración de las poblaciones musulmanas en Europa se ve obstaculizada por varios fenómenos. La desindustrialización que dificulta la integración de las personas de origen inmigrante. Condenándolas al desempleo o a empleos de servicios devaluados. Además el cierre de fábricas elimina lugares de encuentro entre las clases trabajadoras blancas e inmigrantes.
Desde la década de 1970, el mundo musulmán ha experimentado un intenso proceso de reislamización. Impulsado por movimientos islamistas de todas las tendencias. Este fenómeno también ha afectado a las poblaciones musulmanas de Europa. En los años 80 el islam parecía anticuado para muchos jóvenes musulmanes.
A lo que Bonnamy agrega el desconocimiento del islam por parte de los medios de comunicación y la clase política. A diferencia de los gobiernos de los países musulmanes, que saben cómo manejarlo, “los gobiernos europeos a menudo muestran una ingenuidad desconcertante”, sostiene el politólogo francés.
Integrar no es garantía
Los Países Bajos han implementado una serie de estrategias para fomentar la integración de sus inmigrantes. En 1998, el gobierno aprobó la Ley de Integración de Recién Llegados. A diferencia de Francia, no se ha prohibido el uso del velo, aunque sí el burka para los educadores y funcionarios. Se estableció un grupo de comunicación musulmán en 1986. Además, se creó un grupo de contacto entre los musulmanes y las autoridades públicas para promover el diálogo. En junio de 2009, se aprobó una ley de servicios municipales no discriminatorios.
Ese mismo año, siete musulmanes participaron en el Congreso de los Diputados de los Países Bajos, uno en el Senado y otro en el Consejo de Ministros, mientras que el alcalde de Rotterdam también era musulmán. Al igual que Alemania, los Países Bajos no han sufrido atentados terroristas a gran escala.
Pero esas políticas no evitaron que en mayo de 2002, Pim Fortuyn, crítico con el islam, fue asesinado a tiros, y en 2004, el cineasta Theo Van Gogh fuera apuñalado hasta la muerte. Con otro factor perturbador: la cada vez más poderosa Mocro Mafia. Un violento grupo delictivo integrado mayoritariamente por inmigrantes marroquíes que basa sus negocios ilegales en el tráfico de drogas y al que se le atribuyen delitos de asesinato, secuestros y torturas.
No hay salida fácil
En 2050 se calcula que los europeos serán unos 538 millones y el número de musulmanes pasará a ser el 14 % de la población, es decir, unos 75 millones. En general los expertos crean, o no en la tesis de Eurabia, coinciden en que el flujo migratorio no se detendrá con cierres, controles fronterizos, o medidas de fuerza, mientras la inestabilidad económica, social y política de los países de origen continue.Además, hay una población de millones de musulmanes que es europea de nacimiento.
Suponer que quienes profesan el islam constituyen una comunidad homogénea y compacta, es ya un error. Los inmigrantes que arriban desde países musulmanes tienen idiomas, culturas y tradiciones diferentes. El propio islam tiene profundas diferencias entre sus distintas facciones que pueden ser teológicas, jurídicas, políticas. Pero, aunque sean cometidos por una ínfima minoría los atentados perpetrados por grupos de fanáticos y la radicalización de miles de europeos de origen musulmán han hecho resurgir un sentimiento más que antimusulmán, antiislam.
En un mundo ideal se esperaría un esfuerzo por parte de los inmigrantes para integrarse y cierta apertura por parte de las sociedades para evitar su estigmatización. Pero el escenario europeo está copándose de personajes como Wilder. Quien cuando matiza sus declaraciones dice que no odia a los musulmanes, “Odio el Islam”. Y que por lo pronto, la desislamización, en los tolerantes e interculturales Países Bajos, está “en el refrigerador”. (A la espera de que se instale el nuevo gobierno). En el resto de Europa la islamización es una olla de presión.