Una ola de infelicidad recorre el mundo dando alas a todo tipo de populismos y totalitarismos. Con su fino olfato y ágil pluma, el reputado escritor Andrés Oppenheimer, una de las referencias más influyentes del periodismo actual, se zambulle en un viaje iniciático por las naciones más felices del mundo para analizar política y socialmente las causas de la infelicidad y desmenuzar las últimas innovaciones de países, empresas, escuelas y la ciencia para revertir esta tendencia y aumentar la felicidad, ofreciendo nuevas perspectivas para salir del pozo de la infelicidad.
Este nuevo libro de Andrés Oppenheimer –¡Cómo salir del pozo! (Editorial Debate, 2023)– analiza la felicidad, pero no desde una perspectiva individual, sino comunitaria. Esta investigación surge de una pregunta periodística: pese a que muchísimos indicadores en la mayor parte del mundo demuestran que este es el momento más afortunado para la humanidad (cada vez hay menos pobres, menos mortalidad infantil, más bienes, mayores oportunidades, mejores sistemas de salud, mayor expectativa de vida…), los niveles de descontento han alcanzado un nivel récord.
¿Por qué? Ante esta interrogante, Oppenheimer se lanza a indagar qué factores sociales fomentan la felicidad, ¿qué políticas la menoscaban?, ¿qué decisiones gubernamentales realmente la alimentan? Y, en contraparte, ¿cuáles la socavan? ¿Qué mitos la rodean y qué uso político se le ha dado?
Para Andrés Oppenheimer, el crecimiento económico –el parámetro que usamos para medir el progreso– es necesario, pero no suficiente para aumentar la felicidad. Hay otros factores, como la pérdida de comunidad, la carencia de propósito y la adicción a las redes sociales, que están alimentando la desesperanza. Sin embargo, lo más interesante es que están surgiendo soluciones concretas y accesibles para aumentar la satisfacción de vida.
La nueva ‘ciencia de la felicidad’, basada en evaluaciones de impacto respaldadas por evidencias sólidas, profundiza en novedosas estrategias para combatir la infelicidad en los países, las empresas y las escuelas. Así, se describen las ‘escuelas de la felicidad’ que visitó en India, los ‘recetadores sociales’ que entrevistó en Reino Unido y los grupos de voluntarios con los que habló en Dinamarca, Finlandia y Bután.
En su análisis introspectivo, Andrés Oppenheimer no deja títere con cabeza. En el libro desenmascara a muchos “farsantes que se han montado en esta revolución de la felicidad para sacarle provecho político y tratar de ocultar sus propios fracasos económicos. Los presidentes populistas de Venezuela, México y Argentina, entre otros, han relativizado la importancia del crecimiento económico tras incumplir sus promesas de hacer crecer el producto bruto interno de sus países”.
“El crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente. Tenemos que añadirle una búsqueda de la felicidad, con políticas públicas concretas y prácticas que aumenten la satisfacción de la gente. De otra manera, vamos a tener más estallidos sociales, más populismos extremos y más infelicidad”
Andrés Oppenheimer es uno de los periodistas y escritores más influyentes en lengua española. Nacido en Argentina, inició sus estudios en la Universidad de Buenos Aires y luego obtuvo una maestría en Periodismo por la Universidad de Columbia. Fue jefe de la corresponsalía de The Miami Herald en México y encargado de la cobertura del periódico en Colombia, Panamá y otros países.
Antes trabajó durante cinco años en Associated Press en Nueva York. Ha escrito para The New York Times, The Washington Post, The New Republic, CBS News y El País. Actualmente es columnista de The Miami Herald, conductor del programa Oppenheimer Presenta en CNN en Español y es comentarista en Radio Imagen de México.
Sus libros más recientes son ¡Sálvese quien pueda!, ¡Crear o morir!, ¡Basta de historias! y Cuentos chinos. Fue ganador del Premio Pulitzer en 1987 junto con el equipo de The Miami Herald que descubrió el escándalo Irán-Contra; recibió el Premio Ortega y Gasset del periódico El País; el Premio Rey de España, otorgado por la agencia Efe; el Maria Moors Cabot, de la Universidad de Columbia; el Overseas Press Club Award y el Emmy Suncoast, de la Academia Nacional de Televisión, Artes y Ciencias de Estados Unidos.
Ha sido distinguido con doctorados honoris causa por la Universidad ESAN de Perú, la Universidad Domingo Savio de Bolivia, la Universidad Galileo de Guatemala y la Universidad Siglo 21 de Argentina.
Eres uno de los analistas políticos y económicos más prestigiosos del mundo. ¿Qué te llevó a escribir un libro sobre la felicidad? ¿Es fruto de la curiosidad o encarna un despertar de la conciencia cuando advertiste que algo andaba mal?
Me di cuenta de que algo andaba mal. Lo advertí cuando, en el año 2018, se produjo el estallido social en Chile y yo, como tantos otros periodistas, politólogos, economistas y analistas internacionales, venía usando el modelo chileno desde hacía muchos años como un ejemplo para toda América Latina. Era el país que más crecía y, al mismo tiempo, más reducía la pobreza. Y el país que más crecía y más reducía la pobreza tuvo un estallido social impresionante.
La gente estaba descontenta. A los pocos meses, pasó lo mismo en Perú, el segundo país de América Latina que más crecía y más reducía la pobreza. Me llamó mucho la atención. Después, sucedió lo mismo en Colombia, el país con la economía más estable de América Latina. Entonces empecé a preguntarme qué pasaba con todo lo que yo venía hablando desde hacía años sobre el modelo chileno y la idea de que el crecimiento económico por sí solo reduciría la pobreza y nos traería mayor bienestar. Precisamente, en esa época entrevisté al presidente mundial de Gallup, Jon Clifton, que me abrió los ojos y me explicó que este nuevo fenómeno no se registraba solo en estos países que he citado, sino que daba en todo el mundo. La gente está cada vez más descontenta.
Gallup empezó hace veinte años a preguntarle a la gente cuán satisfecha estaba con su vida en una escala del uno al diez. Todos los años el nivel de descontento sube. Yo me dije: ¿cómo puede ser que incluso en los países que más crecen, que cada vez más gente tiene carros, tabletas, televisores con pantalla gigante, etc. esté cada vez más descontenta? Me puse a investigar sobre esta cuestión y el resultado es este libro. No solo me he dedicado a responder a esa pregunta, sino que indagué sobre soluciones drásticas a esta creciente ola de infelicidad en todo el mundo.
De hecho, se afirma que, dentro de diez años, en cada familia habrá una persona con problemas mentales. ¿Cómo puede haber tanta infelicidad en el mundo?
Ya ocurre hoy. No sé de dónde sacaste esa estadística, pero en la actualidad, la depresión juvenil es un problema universal.
¿Cómo es posible que existan estos problemas de salud mental cuando vivimos mejor que hace 150 años?
Sin duda, vivimos mejor que hace 150, 200, 500, 1.000 o 3.000 años, pero tenemos un creciente problema de depresión juvenil, soledad entre los adultos mayores y agotamiento laboral. Estos tres factores hacen que la gente esté más descontenta, menos satisfecha con su vida.
¿Y eso es lo que produce, en tu opinión, el llamado en América voto-castigo?
El descontento está produciendo entre otras cosas un auge de los populismos en todo el mundo, no solo en América Latina. Incluso en Estados Unidos. Donald Trump es un resultado de todo esto. Es un populismo igual que muchos populismos latinoamericanos producto del descontento popular. El Brexit fue también un poco resultado de lo mismo. Lo que estamos viendo en Hungría y en otros países es parte del mismo fenómeno. Esta ola de descontento popular incita los populismos extremos de izquierda y de derecha. Algunos desembocan en dictaduras horribles como las de Venezuela, Cuba y Nicaragua, y otros en amenazas a las principales democracias del mundo, como sucede en Estados Unidos.
Afirmas que para salir de este pozo de infelicidad es preciso buscar otra metodología, que no es más que la búsqueda de la felicidad en adición al crecimiento económico…
Pongo mucho énfasis en esto último que dices, que tiene que ir de la mano del crecimiento económico, porque hay muchos charlatanes, muchos presidentes populistas que nos quieren vender la idea de que lo importante no es el crecimiento, sino la felicidad. Y con eso buscan tapar susfracasos económicos. Maduro en Venezuela creó un viceministerio de la felicidad; López Obrador, en México, que durante años ha venido criticando a los gobiernos supuestamente neoliberales, ahora dice que lo importante no es el crecimiento, sino la felicidad. Todo eso es un disparate. Lo que yo sostengo es que el crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente. Tenemos que añadirle una búsqueda de la felicidad, con políticas públicas concretas y prácticas, basadas en la evidencia, que aumenten el nivel de satisfacción de la gente porque, de otra manera, vamos a tener más estallidos sociales, más populismos extremos y más infelicidad en el mundo.
¿Qué políticas están funcionando en este sentido?
En el libro hago un recorrido, que realicé personalmente, por los países más felices del mundo y algunos que están haciendo cosas muy innovadoras para aumentar la felicidad. Me encontré con muchas experiencias concretas, prácticas que podríamos hacer en otros países. Muchas de ellas parten del mismo principio: primero, hay que tener un diagnóstico, y para tener un diagnóstico, hay que medir la felicidad, y para medir la felicidad, hay que preguntarle a la gente cuán satisfecha está con su vida.
¿No qué tan felices?
No, porque son dos cosas diferentes. La felicidad puede ser una sensación momentánea producto de haber comido un helado de chocolate hace cinco minutos. La satisfacción de vida es un estado más o menos estable producto de llevar una buena vida familiar y comunitaria, un propósito en la vida, y, muy importante, un cierto colchón económico que te permite llegar a fin de mes. En mis viajes me encontré con muchas acciones que están desarrollando los países para aumentar el nivel de felicidad. Por ejemplo, en el Reino Unido, el censo pregunta a los ciudadanos varias veces al año qué nivel de satisfacción tienen en una escala del uno al diez.
Hoy día, con la minería de datos y la inteligencia artificial, tú puedes, en cuestión de segundos, sumar todos esos datos y ubicar geográficamente focos de intensidad. Eso te permite decir, por ejemplo, que en tal localización hay una gran concentración de gente infeliz, una situación que puede estar motivada por una fábrica que cerró, se fueron los jóvenes y quedaron los ancianos… Entonces tú puedes focalizar las políticas públicas y, en lugar de derrochar el dinero con grandes ministerios y grandes planes nacionales, centras las políticas públicas en esos lugares: mandas una asistenta social, averiguas en esa comunidad qué es lo que más gusta y organizas, después de las horas lectivas en la escuela secundaria de la esquina, clases de ajedrez, grupos de lectura, cine, grupos de coleccionistas, etc.
Le das propósito, le das entretenimiento, le das razón…
Todo eso enriquece la vida de la gente. Somos animales sociales y eso es un factor clave. En algunos países, como Dinamarca, hacen lo mismo y el gobierno subvenciona esas actividades. Yo preguntaba a los funcionarios dinamarqueses si no es un derroche que el Estado dé dinero para grupos de coleccionistas de estampillas, lo que pudiera parecer una trivialidad total. Y los funcionarios me respondían:
“En absoluto. Primero, no es tanto dinero porque lo que les damos son 200 euros para la limpieza del salón para que el día de mañana la escuela esté limpia. Segundo, porque las actividades comunitarias son uno de los pilares del bienestar de la gente y la gente está cada vez más sola. Esto, que parece una trivialidad, es importantísimo…”.
En Gran Bretaña, en Dinamarca y en otros países están haciendo este tipo de cosas. Otra de las actividades que están haciendo en Reino Unido, que me pareció muy interesante para emular, es el tema de los recetadores sociales. El 20% de toda la gente que va a un centro sanitario no necesita una receta médica, sino una receta social. Han creado el puesto de recetador social, que es una persona que está en la planta baja del hospital recibiendo a los pacientes que les envía el médico.
El recetador social tiene diez mil grupos comunitarios en su base de datos. Te pregunta qué te gusta, te pone en contacto con el grupo que coincida con tus gustos, llama al encargado del grupo para que te reciban bien, te llama a ti al día siguiente para preguntarte si te gustó ese grupo o quieres otro y le da seguimiento.
No tiene sentido que el médico te diga que necesitas una actividad comunitaria y te largue. Todo esto no solo aumenta la satisfacción de vida de la gente, sino que le ahorra al Estado millones de libras en horas de hospital, en antidepresivos, etc. Estas situaciones que se relatan en el libro son obvias, elementales, pero no les prestamos atención porque hemos caído en la trampa de los economistas de hacernos creer que lo único importante es el crecimiento económico cuando el crecimiento económico es indispensable, pero no suficiente.
Después de ese viaje de seis años, ¿dónde pones el crecimiento personal, la felicidad y el bienestar en tu vida?
Altísimo. Entrevistar a estos economistas y gurús, al margen de toda esa industria floreciente de la charlatanería alrededor de este fenómeno, pone de manifiesto que hay gente muy seria empezando a analizar todo esto en base a estudios de impacto basados en evidencias. Es algo mucho más científico. No se trata de gente que propone una teoría, sino de propuestas basadas en estudios concretos realizados con personas de carne y hueso.
Muchas de estas entrevistas me clarificaron cuestiones que intuía, pero que no tenía racionalizadas. Por ejemplo, una cosa muy básica: en los países nórdicos entrevisté a uno de los economistas de la felicidad que me explicó que uno de los motivos de la felicidad de los nórdicos es que valoran más la riqueza de experiencias que la riqueza material. Si te fijas en cómo viven, es muy difícil que veas a un finlandés con un Rolex de oro con brillantes porque está mal visto; es muy difícil que veas a un dinamarqués con un Rolls Royce descapotable rojo como si estuviese en Miami… Existe un culto a la moderación elegante.
A los muebles de Ikea lo que les distingue es la simpleza y la modernidad, no la pomposidad y la ostentación. Si miras las prendas de vestir de H&M verás que es ropa elegante, pero sencilla. Hablando de la riqueza de experiencias en oposición a la riqueza material, uno de ellos me decía que la riqueza de cosas dura tanto como el olor del auto nuevo. Y es cierto, el olor del auto nuevo se va en una semana, pero si haces un viaje maravilloso con amigos, su recuerdo te acompaña toda la vida.
¿Es preciso redefinir el concepto de éxito?
Está más que probado que la gente exitosa, dicho entre comillas, no es más feliz. Eso no significa que debamos caer en la falacia de decir que en tal país son pobres, pero felices. Nos movemos en un terreno muy resbaladizo. Hay muchos charlatanes que se quieren apropiar de todo esto para construir populismos, plutocracias o totalitarismos.
Proteger la naturaleza es uno de los propósitos editoriales de Cambio16. En tu libro explicas que la gente es más feliz en los lugares verdes, ¿cómo se llega a esta conclusión?
Se desarrolla en el estudio del profesor George MacKerron, de la Universidad de Sussex, que creó una aplicación que se llama Mappiness que pregunta a la gente cuán feliz es en una escala del uno al diez todos los días durante un mes. A cambio de la respuesta, él te ofrece informarte de en qué lugares y con quién eres más feliz. Se apuntaron millones de personas. La conclusión a la que llegó es que la gente se siente más feliz cuando está en espacios verdes.
¿Hay que proteger los espacios verdes?
Hay que protegerlos y crearlos cuando es posible y, si no, con jardines verticales. Mejor eso que nada. Es vital. Y, además, tiene el beneficio de que limpia el aire. En el estudio de MacKerron los espacios verdes ocuparon el primer lugar en las preferencias de los encuestados, por delante de asistir a un concierto, contemplar obras de arte, etc.
El Objetivo de Desarrollo Sostenible número 3 habla de salud y bienestar. ¿Crees que deberíamos incluir la palabra felicidad?
El bienestar puede ser entendido solo como el tener un estado generoso que te asegure todo, lo que puede ser muy loable. La palabra felicidad, por su parte, es abstracta y corremos el peligro de que sea considerada como un objetivo de poetas, soñadores y gurúes con batas blancas y sandalias. Yo también bregué con ese dilema entre bienestar y felicidad. Este es el único motivo por el que los que hacen el reporte mundial sobre la felicidad optaron por este término, aunque también lidiaron con este dilema. Hay que cambiar el concepto de felicidad para convertirlo en algo más serio, más amplio y menos del dominio de poetas y soñadores.
En América somos alegres, pero no somos felices. ¿Crees que hemos fracasado?
En el libro, medio en broma, medio en serio, digo que somos el continente pesimista y cito, como ejemplo, nuestras canciones más emblemáticas. En Argentina, cantamos el tango Cambalache: “El mundo es y será una porquería, ya lo sé”. La ranchera más famosa en México es “Llorar y llorar”, nacemos llorando y morimos llorando. En Brasil, can-tan “Tristeza não tem fim, felicidade sim”. Mientras que los americanos, que tienen un optimismo casi ingenuo, cantan con Louis Amstrong What a Wonderful World. Creo que ningún país está biológicamente condenado al fracaso.
Claro, todo esto se puede aprender y enseñar, que es lo bonito.
Eso quizás es lo más importante que aprendí a través de este libro, que todas estas cosas de las que hablamos se pueden aprender y ejercitar como los músculos del brazo haciendo pesas. Podemos ejercitar los músculos de la mente que fortalecen el optimismo y la vida comunitaria.
¿Piensas que una persona feliz es mejor ser humano, más apto para estar socialmente integrado y para cuidar la naturaleza?
Es obvio. Y además de todo eso, es más productivo. La persona feliz tiene más energía, más creatividad, más capacidad de innovación. En última instancia, es más productiva que una persona que no es feliz y que, por lo tanto, tiene mucha menos energía no solo para hacer amistades y cuidar la naturaleza, sino también para trabajar y producir.
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