Cuando hablamos del “alma de los pueblos” nos referimos a su esencia colectiva, cultural y emocional. A lo que define la identidad de una comunidad o sociedad en su conjunto. La Unesco se ha trazado el objetivo de resguardarlo bajo la figura del patrimonio intangible. Pero es un concepto tan ambigüo y etéreo que no es una tarea sencilla.
Somos lo que recordamos, sentimos y hacemos. Es la esencia de eso que llamamos alma. Lo que nos diferencia a unos de otros y nos hace inmortales. El alma, en diferentes contextos culturales y filosóficos, se refiere a la esencia de las personas, aquello que forja su identidad y singularidad. También los pueblos tienen alma y puede perderse.
En 2003 se firmó el Convenio de la Unesco para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial. El marco jurídico para una tarea compleja y delicada, que afecta susceptibilidades y sentimiento viscerales. Porque el patrimonio inmaterial proporciona a las comunidades un sentimiento de identidad y de continuidad. Pero es increíblemente frágil. Pese a lo cual, frente a la creciente globalización, es un factor importante para mantener la diversidad cultural.
Patrimonios de la Humanidad
El patrimonio cultural constituye un pilar fundamental de la identidad de los pueblos. Representan su memoria. Recoge las creaciones y manifestaciones que simbolizan la tradición de cada comunidad. Más allá de lo material, son vectores de conocimiento que permiten comprender a la humanidad a través de sus diversas expresiones.
Sin embargo, están amenazados por factores como la globalización, los conflictos o la degradación ambiental. Su preservación reviste una importancia capital para la humanidad. Representan la memoria colectiva que permitirá a las futuras generaciones comprender de dónde venimos. Su pérdida empobrecería el legado heredado a la familia humana.
La Unesco asumió la defensa de esta herencia intangible mediante una sucesión de convenciones. La primera suscrita en 1972 enfocada en proteger los sitios con valor universal excepcional, a fin de resguardarlos como herencia común. La siguió la de 2001, orientada a tutelar el patrimonio subacuático debido a su fragilidad. Y, finalmente, el de 2003 centrado en salvaguardar la diversidad de expresiones culturales inmateriales que conforman la identidad de los pueblos. Lo que dio paso a instrumentos normativos internacionalmente vinculantes para tutelar sitios, tradiciones y habilidades de valor universal.
Una sopa en peligro
Reconocida por su lista de sitios del Patrimonio Mundial, la Unesco también se dedica a proteger y promover el patrimonio cultural inmaterial (PCI) de la humanidad. Que abarca desde la caza de la trufa hasta la capoeira. Actualmente, incluye más de 700 elementos catalogados.
La invasión de Rusia en febrero de 2022 provocó el cierre de restaurantes y la huida de cocineros expertos. En diciembre Ucrania informó a la Unesco sobre un tesoro nacional en peligro: el borscht, una sopa de remolacha arraigada en la cultura de Europa del Este. Debido al conflicto las autoridades ucranianas consideraron que requiere medidas urgentes de salvaguardia. Por lo que solicitó con éxito la inclusión de su cultura de la sopa de remolacha en la Lista del PCI.
A pesar de los desafíos, el estado del borscht es sólido. Ucrania lanzó nuevas iniciativas, como festivales gastronómicos y el inventario de recetas vulnerables, con la esperanza de que el borscht pase a la Lista Representativa del PCI de la Humanidad. La cual recientemente se amplió para incluir el canto de ópera italiano, la pintura en rickshaw bangladeshí, el arte de la arena angoleño y el ceviche peruano.
El PCI, definido por la Convención para la Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de 2003, es un fenómeno que se transmite de generación en generación y constituye un aspecto importante de la identidad de una comunidad. Abarca cinco categorías: artesanía, tradiciones orales, artes del espectáculo, rituales o costumbres sociales y “conocimientos y usos relacionados con la naturaleza y el universo”. A diferencia de los sitios del Patrimonio Mundial de la Unesco, que deben demostrar un “valor universal excepcional”, el valor del patrimonio inmaterial lo determinan las comunidades que lo mantienen vivo.
Bases sólidas
El patrimonio cultural inmaterial de la Unesco, aunque amplio y diverso, es una categoría significativa que abarca una variedad de elementos, desde carnavales y alfabetos hasta juegos ecuestres y tradiciones de construcción naval. Aunque puede parecer un concepto amplio y sin sentido para algunos, el patrimonio inmaterial se basa en una sólida base de derecho internacional. Hoy en día, más de 180 países son parte de la Convención de 2003, y la inscripción en las listas del patrimonio inmaterial se ha convertido en un premio codiciado. Por ejemplo, Indonesia declaró el Día Nacional del Batik para conmemorar el reconocimiento de sus emblemáticos tejidos. Emmanuel Macron dedicó un discurso entero a la consagración de la baguette.
A pesar de los desafíos, como las disputas entre naciones sobre el derecho a definir costumbres compartidas y la lucha por preservar las tradiciones sin comercializar su práctica, la Unesco sigue comprometida con la salvaguardia del patrimonio inmaterial. Pero, con un presupuesto de solo diez millones de dólares al año para proteger el patrimonio inmaterial de la humanidad del olvido, la pregunta sigue siendo: ¿qué puede lograr de manera tangible?
Ernesto Ottone, Subdirector General de Cultura de la Unesco, destaca el creciente reconocimiento del patrimonio inmaterial. «Hace treinta o cuarenta años, el patrimonio cultural inmaterial -o lo que en otras partes del mundo llamamos patrimonio vivo- apenas existía como concepto a nivel internacional». Quien sostuvo reuniones con grupos interesados en producir videojuegos sobre el patrimonio cultural.
La adopción de lo inmaterial por parte de la Unesco comenzó como un correctivo a su sesgo monumental. Fundada después de la Segunda Guerra Mundial, la organización se centró inicialmente en preservar estructuras históricas. Sin embargo, con el tiempo, la Unesco reconoció la necesidad de proteger y promover las sociedades cuyos logros eran menos concretos, dando lugar a la creación del patrimonio inmaterial.
Deben estar vivos
Ottone enfatiza que los “instrumentos deben estar vivos”, refiriéndose al tratado. Esta idea contrasta con la percepción de que el patrimonio se limita a monumentos físicos como Stonehenge. Desde 1978, la Unesco ha estado inscribiendo sitios en la Lista del Patrimonio Mundial. Sin embargo, la mayoría de estos sitios estaban en Europa y Norteamérica, lo que llevó a críticas porque se estaban ignorando las sociedades cuyos logros eran menos tangibles.
Por lo que el ente multilateral comenzó a adoptar una visión más holística del patrimonio en la década de 1980. Reconociendo que la cultura es tanto “tangible como intangible”. Sin embargo, pasaron décadas antes de que la organización estableciera un sistema para proteger estas expresiones. En los años noventa y principios de los dos mil, comenzó a reconocer los “tesoros humanos vivos”, los “espacios culturales” y las “obras maestras” de la tradición oral.
Bajo la dirección de Koichiro Matsuura, la Unesco elaboró un tratado que facultaría a las comunidades para promulgar y definir su propio patrimonio inmaterial. Fumiko Ohinata, funcionaria del organismo, destaca los poderosos sentimientos que el “instrumento normativo” despierta en los pueblos del mundo.
Las naciones que han adoptado el tratado pueden presentar candidaturas cada dos años. Deben demostrar que los elementos propuestos cumplen varios requisitos previos. Que incluyen el consentimiento y la participación de los “portadores” de una tradición y el cumplimiento de los derechos humanos. Las nominaciones también van acompañadas de videos. El criterio primordial es el significado social. Por ejemplo, en el caso del reconocimiento del borscht, la Unesco no inscribió la sopa, sino lo que significa compartir esta comida entre ucranianos.
Hasta 60 postulaciones
A través de un comité rotativo de naciones, se examinan anualmente hasta sesenta expedientes que se inscriben en una de las tres listas: la Lista Representativa, la Lista de Salvaguardia Urgente o el Registro de Buenas Prácticas de Salvaguardia. Este proceso también incluye la evaluación de informes sobre elementos inscritos anteriormente, la evaluación de riesgos y la asignación de fondos.
El patrimonio inmaterial , aunque maravilloso, es especialmente vulnerable a diversas circunstancias, como el desinterés de los jóvenes, desastres naturales o situaciones políticas. La Unesco se compromete a proteger las tradiciones en peligro, pero también apoya a aquellos que se ayudan a sí mismos. Un ejemplo de éxito es el caso de las pescadoras buceadoras de la isla surcoreana de Jeju, que han visto un resurgimiento en su tradición gracias a la intervención de las Naciones Unidas. Otro ejemplo es el bandoneón, un instrumento esencial en el tango, cuya práctica también se ha revitalizado.
El ijele, una máscara asociada al pueblo igbo de Nigeria es un ejemplo perfecto de patrimonio inmaterial: una entidad que debe mantenerse en movimiento para no dejar de existir. A pesar de las controversias que pueden surgir en torno a los sitios del patrimonio físico, las tradiciones, por el contrario, están abiertas a tantas interpretaciones como portadores tengan. Sin embargo, incluso en el ámbito de las relaciones internacionales, compartir lo intangible puede ser un desafío.
También generan controversias
La celebración de diversas formas de patrimonio inmaterial, como la caligrafía, el soplado de vidrio, los barcos dragón, el cálculo con ábaco y el mariachi, es una iniciativa que tiene una aceptación general. Pero, pese al espíritu y naturaleza inclusiva y abierta a interpretaciones, los patrimonios culturales intangibles también pueden ser objeto de controversias y conflictos en el ámbito internacional.
Los sitios del patrimonio físico, como los Budas de Bamiyán en Afganistán o la Ciudad Vieja de Jerusalén, pueden ser polémicos debido a su singularidad y susceptibilidad a conflictos de suma cero. En contraste, las tradiciones, que no tienen límite de ocupación, están abiertas a tantas interpretaciones como portadores tengan.
Pese a lo cual las naciones a menudo se disputan el derecho a definir y compartir el patrimonio inmaterial. Por ejemplo, Irán y Azerbaiyán han tenido conflictos sobre el polo. Rusia critica a Ucrania por su supuesta incapacidad para “compartir” el borscht.Y Marruecos acusa a Argelia de intentar apropiarse de su vestido de novia.
El patrimonio inmaterial de las minorías nacionales es aún más controvertido. China, que tiene más inscripciones que cualquier otro país, ha registrado prácticas asociadas a sus poblaciones minoritarias, como los mongoles, coreanos, kirguises, tibetanos y uigures. Sin embargo, estas inscripciones han sido objeto de críticas debido a la estricta regulación y represión por parte de China sobre esas minorías y sus expresiones culturales.
Cambiar a través de la cultura
Las inscripciones de la UNESCO para el patrimonio inmaterial no son exclusivas, lo que permite a los Estados proponer sus propias versiones de elementos ya reconocidos. Sin embargo, algunos países ven estas distinciones como una especie de marca registrada.
A pesar de los desafíos, Ottone, cree que el PCI puede aliviar los conflictos dentro de los países y entre ellos. Un mecanismo para ello es animar a los países a nominar patrimonio conjuntamente. Por ejemplo, Suiza y Austria comparten la gestión del riesgo de avalanchas. Casi todo el Magreb se unió para reclamar la custodia del cuscús.
La inscripción multinacional de ssirum/ssireum, una forma de lucha libre, por Corea del Norte y Corea del Sur en 2018 como un logro significativo. A pesar de las divisiones existentes, la Unesco fue capaz de unir a estos países para reconocer que la tradición no puede separarse. Según Ottone, el objetivo del PCI no es solo la elaboración de listas o la conservación. «Estamos hablando de intentar cambiar, a través de la cultura, cuestiones políticas que han dividido a los países».
Pero hay países que prefieren mantener sus intangibles alejados del organismo multilateral. Por ejemplo, Estados Unidos, que nunca ratificó la convención de 2003. Por lo que los bagels neoyorquinos, las pinturas de arena de los navajos o el jazz no figuran en ninguna lista. Lo que se atribuye en parte a la desconfianza nacional a la intromisión del Estado en su cultura. Otros países reticentes incluyen a Israel, Rusia, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. Muchos de los cuales tienen relaciones difíciles con poblaciones indígenas y minoritarias.
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