Más de la mitad de la población huyó de sus hogares; millones viven en condiciones precarias como refugiados y 11 millones necesitan ayuda humanitaria para salvar sus vidas, según las cuentas de Naciones Unidas. Ese es el recuento del gran desastre humano en el que se convirtió la guerra en Siria que ya entró en su décimo año.
António Guterres, secretario general de las Naciones Unidas, emitió un mensaje – que pareciera lanzado al vacío dadas las cifras-: “No podemos permitir que el décimo año resulte en la misma carnicería, el mismo desprecio por los derechos humanos y el derecho internacional humanitario, la misma inhumanidad”.
Guerra en Siria: carnicería humana interminable
Con el COVID-19 que acapara todos los titulares, pareciera que los conflictos armados hubiesen desaparecido del mapamundi. Lamentablemente, no es así. La guerra en Siria continúa, a pesar de que la fuerzas de Bashar al-Ásad se declaran vencedoras frente a las milicias rebeldes.
Apenas ayer el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos reseñaba tres explosiones de dispositivos improvisados en el cruce de Al-Nasiriyah en el campo de Ras al-Ain que mató a cinco soldados e hirió a otros tantos. El observatorio cuenta 384.000 muertos, 5.7 millones de refugiados en el exilio y seis millones de desplazados internos.
La guerra local se convirtió en un conflicto mundial, epicentro de una batalla sin fin entre dos de las potencias nucleares en el mundo, gobiernos regionales y rebeldes terroristas. El balance para los ciudadanos sirios es una carnicería que deja al 80% de la población viviendo en el umbral de la pobreza y dependiente de la ayuda humanitaria que llega desde el exterior. El coste de la reconstrucción de la economía e infraestructuras sirias pasa por la inversión de 400.000 millones de dólares.
Rusia, Turquía, EE UU e Israel
El mapa sirio se reparte entre el sur y un poco más del centro del país bajo las fuerzas del Gobierno sirio y sus aliados; el norte parcialmente ocupado por Turquía que respalda varios grupos rebeldes y el territorio emancipado de facto hacia el noreste, donde milicias kurdas se atrincheraron en yacimientos de petróleo con el apoyo de los EE UU. También Israel pone su granito de arena en el conflicto combatiendo con la aviación a Teherán y las fuerzas chiíes asociadas -léase Hezbolá- con el objetivo de evitar que se establezcan militarmente en territorio sirio.
La guerra o la paz pende de un hilo durante las últimas semanas bajo la amenaza de un choque directo entre Moscú y Ankara, que negociaron un supuesto alto al fuego en Idlib. En la provincia, más de 30.000 rebeldes -entre ellos yihadistas del grupo Hayat Tahrir- encontraron un refugio luego de pactar una capitulación con el Ejército en otras zonas del país. El refugio de los rebeldes es el hogar de 3.5 millones de civiles.
La influencia rusa avanza
La participación de EE UU en la guerra de Siria pareciera desvanecerse bajo la Administración de Donald Trump. Mientras tanto el papel de Rusia avanza en el Oriente Próximo, donde el único objetivo común de las fuerzas beligerantes es derrotar al Estado Islámico, ISIS. Rusia defiende por encima de todo las únicas bases aeronavales con las que cuenta en el Mediterráneo, en la provincia costera de Latakia.
El gobierno de Bashar al-Ásad se declara victorioso de la contienda y organiza unas elecciones para el 2021 bajo la sombra de un inexistente pluralismo. Mientras que António Guterres dejó muy claro que la solución para el pueblo sirio depende del cese de las hostilidades bajo el Protocolo Adicional del 5 de marzo acordado entre Rusia y Turquía y la vuelta al proceso político facilitado por la ONU bajo la resolución 2.254 de 2015.
Mientras las naciones y grupos beligerantes negocian el cese del conflicto, el balance humanitario de la guerra en Siria lleva 500.000 niños desnutridos; 1.2 millones de asentamientos informales sin acceso a servicios básicos; miles de desaparecidos, detenidos y torturados y un incalculable número de personas asesinadas y heridas.
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