La unidad sin duda es un valor relevante en la política. Lo primero es distinguir en qué circunstancia, propósito y contra quién escogemos estar unidos. No es lo mismo la unidad enmarcada en un terreno democrático, a la unidad política que demanda luchar contra un modelo totalitario.
Esto nos lleva a un “análisis estructuralista” [o acaso no-estructural], donde la unidad política si se trata de alcanzar victorias electorales es una cosa, pero otra si el reto es derrotar un régimen totalitario. En un primer supuesto bastan alianzas partidistas, mientras que, en el segundo, la unidad demanda un movimiento inspirador, sustantivo, ilustrado y liberal.
Ofrecer un modelo de poder alternativo
Armando Chaguaceda en su obra La izquierda como autoritarismo nos alerta sobre algunas ideas posmodernas del posestructuralismo francés y el posmarxismo representado en autores como Ernesto Laclau, Chantal Mouffe o Judith Butler.
Existen diferencias teóricas, epistemológicas y políticas sustantivas entre los pensadores actuales de la izquierda posmoderna, cuyo surgimiento fue posible luego del auge del posestructuralismo representado en figuras como Jacques Derrida, Michel Foucault y Jacques Lacan.
El tema no se reduce a un debate sobre derecha o izquierda, sobre estado centralizado o descentralizado, libertad o igualdad, mercado o lucha de clases. El reto es alertar entre totalitarismo y democracia.
Es impostergable definir el ideal de poder. Concebimos el análisis de lo particular a lo general. Foucault habla del análisis microscópico del poder. De las relaciones más íntimas del hombre. Del hombre y la mujer, del niño y el adulto, entre vecinos, padre e hijo, la familia, estudiantes y profesores; en fin, del hombre en su microcosmos.
Nosotros apoyamos la unidad de principios, la unidad de los diferentes con un mismo corazón
A partir de esa relación estrecha, íntima, capilar, el poder se construye sobre bases sólidas y originarias. El tejido social va de lo fraterno -por cercano e inclusivo- a lo ciudadano. No es el estado estructuralmente concebido como una institución superior que decreta su autoridad. Es el estado constituido por una diversidad concertada, donde la unidad es la nación, que son los valores culturales, históricos, identitarios y democráticos de la sociedad.
Aún en Venezuela no hemos resuelto nuestras diferencias porque aún desconocemos qué tipo de democracia queremos y cuál es el cambio social que debemos emprender. No basta una unidad funcional para rescatar la república. Mal podemos darle sustentabilidad política a una transición democrática, si antes no hemos discutido desde lo más íntimo de la sociedad qué modelo de poder deseamos implementar.
Pensadores críticos –apunta Chaguaceda– como Roger Bartra, Luis Villoro, Beatriz Sarlo o Amartya Sen, “tienen en común dentro de la izquierda posmoderna, su deriva autoritaria”. Y otros los denominados «aceleracionistas» [Alex William, Nick Srnicek, Enrique Dussel, Alfredo Serrano Mancilla, Chantal Mouffe y Judith Butler] son más agresivos e impugnan el pluralismo, la libertad individual, los derechos humanos, la institucionalidad y economía de mercado de la democracia liberal”.
La izquierda -autoritaria o acelerada- tiene un discurso epistemológico que embiste el fundamento básico de la democracia liberal “como es el individuo en su capacidad de decidir”.
Entretanto, intelectuales ganados a la democracia liberal deshojan margaritas sobre una unidad instrumental ausente de pensamiento crítico [unido] y de una oferta política constructivista, potable, creíble y alternativa a la izquierda globalizante.
La unidad de Occidente duerme en sus laureles
Atención. Continúa Chaguaceda:
“La palabra «Occidente» resume todos los males posibles: ciencia, tecnología, democracia liberal, cultura letrada, pensamiento [valores] que llegan a contemplarse como manifestaciones de la colonialidad del saber y del poder […]como racismo, explotación y opresión”.
¿Quién le da respuesta unida, con sentido de responsabilidad histórica a este despropósito de “descolonización” y desintegración cultural? ¿Acaso una unidad peregrina, sin ideología? Entonces vamos derrotados por la vanguardia esclarecida leninista en detrimento de la cultura, el saber y la libertad […]. Un ethos [irracional] con impronta religiosa que alimenta el rescate del populismo como política de izquierda, reivindicador del líder carismático, de la razón populista (Ernesto Laclau/2005).
La deuda de Occidente con la modernidad es que no ha sabido –al decir de Foucault– penetrar las entrañas de las comunidades, de nuestros jóvenes, nuestras madres, vecinos, pensionados y trabajadores con libros, saber, tecnología, pico y pala, para construir un ideal fraterno de poder.
De París al Cují
Lo que hace el líder vecinal Oswaldo Rodríguez [82] en el Cují, distrito Iribarren, estado Lara, es fascinante por hacer política artesanal, capilar, originaria [París, Foucault]. Un artista, que educa a los niños de su barrio y a sus madres. Que pide ordenadores, software, consolas de Internet, a la par de alimentos, sillas de rueda y guantes de beisbol. Desde esos valores es que se construye la verdadera unidad. Nosotros lo apoyamos desde Canadá. Es la unidad de los diferentes con un mismo corazón. Sigamos ese ejemplo.
La unidad política se construye en torno a principios –nos dice el chileno Miguel Lawner– si no, se trata de un simple revoltijo. La unidad es un compromiso no una fachada [dixit María Isabel Puerta]. Unidad no sólo de los venezolanos sino de occidente, de las democracias liberales, humanistas y solventes del mundo.