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>> Cambio16 > Revista > Rafael Santandreu: La autoexigencia de hoy en día es demencial

Rafael Santandreu: La autoexigencia de hoy en día es demencial

Juan Emilio Ballesteros by Juan Emilio Ballesteros
31/01/2023
in Revista
0
Noticias Basada en hechos, observados y verificados por el periodista o por fuentes. Incluye múltiples puntos de vista, sin la opinión del autor. Si incorpora análisis, se etiqueta como noticias y análisis.

La terribilitis se basa en el hecho de pensar que las cosas son mucho más terribles de lo que son realmente, pues creamos una realidad subjetiva basada en creencias irracionales y esto nos provoca a su vez sufrimiento y dolor. La necesititis es que cada vez necesitamos más para ser felices. La gente feliz no terribiliza.

Aunque tendemos a culpas a cualquier cosa de nuestra infelicidad, y alimentamos un catálogo de excusas para no ser felices a cual más ab­surda y ridícula, la verdad es que somos no­sotros mismos los que nos amargamos la vida con nuestro diálogo interno, incapaces de aprender a ser más fuertes a nivel emocional, a saber la impor­tancia de relativizar y ser conscientes de que cambiar es posible.

Rafael Santandreu (Barcelona, 1969) es un psicólo­go y escritor de éxito. Durante un tiempo fue docen­te en la Universidad Ramon Llull, aunque en la actua­lidad tiene un papel importante como divulgador. Es uno de los autores más populares en el campo de la psicología en España y una figura muy mediática al mismo tiempo.

La pandemia ha disparado los problemas de salud mental. ¿Qué ha pasado para que todos estemos hoy un poco des­equilibrados?

La vida es cada vez más y más compleja. Tiene mil re­querimientos. La naturaleza del ser humano no es esa. Nosotros estamos para vivir como nuestros abuelos o bisabuelos: vidas naturales y tranquilas. No nos da­mos cuenta, pero la autoexigencia de hoy es demen­cial: delgado, en forma, con estudios, elegante, viajado, extrovertido, popular, con hijos listos, con un trabajo triunfador y 10.000 cosas más. Y como falles en una sola, ¡eres un friki; un fracasado!

¿La vida es complicada o nos la complicamos nosotros?

Ya lo dijo Charles Darwin en el siglo XIX: «El desti­no natural del ser humano es ser inmensamente feliz, porque todos los animales lo son (en libertad)». Pero él mismo se preguntaba: «¿Qué sucede con el hombre?» Y él se dio una respuesta que me parece acertadísi­ma: «Ah, no vivimos de forma natural». Rodríguez de la Fuente, cada vez que regresaba del Amazonas, pisa­ba Madrid y se preguntaba: «¿Por qué habré vuelto?»

Sostiene que gran parte de nuestros miedos surgen por dar importancia a cosas que no la tienen. ¿A qué se refiere? ¿Son miedos irracionales? ¿Cómo superarlos?

El miedo a hablar en público, por ejemplo, es uno de los miedos más extendidos. Lo tiene el 80% de las personas. Yo no. ¿Por qué? Porque tengo claro que «no tengo por qué hacerlo bien». Mi felicidad no depende en absoluto de que yo lo haga bien o mal en un esce­nario. La vida va de otra cosa. No va de éxito, capaci­dades, ser listo o eficiente. ¡Eso me da igual! La vida va solo de amar. Pero ese miedo desaparece solo si crees en esto en profundidad. Si lo tienes claro. Por lo tanto, los miedos, en general, se vencen teniendo una gran filosofía de vida respecto de muchas cosas. Te­niendo el diálogo interno correcto. Y esa filosofía tiene que ver con necesitar poco.

Usted ha acuñado el término terribilitis y lo sitúa en el ori­gen de las disfunciones emocionales. ¿Por qué tendemos a hacer un mundo de cuestiones sin importancia?

Es un hábito que se contagia. Empezamos a quejar­nos y cuando nos damos cuenta, estamos amarga­dos. Pero la gente más fuerte y feliz no terribiliza ja­más. Esto es, piensan que existen adversidades, por supuesto, pero nunca las califican de «terribles». Creen que siempre podrán ser felices porque habrá algo va­lioso que hacer. Incluso en temas como la muerte de un ser querido o que te metan en la cárcel. Pero lo in­teresante es que podemos copiar esa manera de pen­sar des-terribilizadora.

¿Cómo puede uno darse cuenta de que tiene trastornos ob­sesivos compulsivos y necesita ayuda?

El TOC es una duda-amenaza que el resto de las per­sonas no tienen y que está presente en un 70% del tiempo, todos los días. Por ejemplo, preguntarse: «¿Seré homosexual? ¿Seré bizco? ¿Me habré infecta­do tocando algo? ¿Tendré un cáncer? ¿Me gusta mi pareja?»… Cada TOC tiene una duda-amenaza con la que entra en bucle. Si tú sufres por un pensamiento y los demás no tienen esa neura, ve a un psicólogo es­pecialista en el tema porque eso se cura.

¿Por qué la depresión sigue siendo un estigma que nos avergüenza?

Porque los trastornos emocionales se asocian a debili­dad, locura, ser defectuoso. En cambio, los trastornos físicos no. Pero tenemos que darnos cuenta de que la vida es mucho más compleja que antes y que casi todo el mundo pasará por un bache emocional duro a lo largo de su vida. Es mucho mejor dejarse de prejuicios y acudir a un especialista que te ayude a hacerte más fuerte y sabio a partir de ello.

¿En qué consiste la felicidad?

El ser humano está hecho para levantarse alegre, lleno de energía, divertido y chispeante. Para gozar cada día de las cosas pequeñas: del sol, el cielo azul, ver las ca­ras bonitas por la calle, una canción sublime en spoti­fy… De sentir todos los días la plenitud de relacionar­se con amor con los demás. Y, además de todo eso, tener muchos momentos de éxtasis durante la sema­na: un sentimiento de plenitud espiritual maravilloso. ¡Eso debería ser lo normal! Está en nuestro ADN. Para recuperar eso solo hay que quitarse de encima la pre­sión de tener que ser mucho, de tener que lograr mu­cho, de tener mucha comodidad.

PSICOTERAPIA . Después de muchos años de ejercicio de la psicoterapia, me decidí a publicar mi primer libro El arte de no amargarse la vida, que se ha con­vertido en un éxito en muchos países. Después publiqué Las gafas de la felicidad, Ser feliz en Alaska y Nada es tan terrible. Y, por último, mi obra más completa hasta el momento, Sin mie­do. En la actualidad, reparto mi trabajo entre la psicoterapia –mi gran pasión–, la divulgación; y la for­mación de médicos y psicólogos.

La soledad no deseada genera malestar psicológico. ¿Pue­de ser causa de trastornos y enfermedades?

La mayor parte de la percepción de la soledad es una invención de nuestra mente locuela. ¡En muchísimos casos, no hay tal soledad! El mundo está lleno de gen­te a la que amar. Ábrete a ellos como si fueran tus her­manos, tus padres, tus hijos. Pero nos han convencido de que «no tener pareja es estar solo». Yo ya no sien­to «soledad» y veo muy difícil que la sienta jamás. Solo tengo que salir a la calle para encontrar joyas a las que amar. Y no solo amo a personas: también amo a co­sas como la Naturaleza, mi trabajo, la música, la lectu­ra, la historia, la medicina, el senderismo, el deporte… y todo eso me hace una compañía increíble también. Estoy colmado de compañía y amor y me doy cuenta de que solo depende de mí. Eso sí: no me pongo con­diciones ni prejuicios. La mayor parte del tiempo no tengo pareja y me encanta estar soltero.

¿Es la soledad la pandemia del siglo XXI?

No. Es una neura más de una sociedad que te hace creer que necesitas pareja para estar bien; necesitas muchos amigos; ¡necesitas, necesitas, necesitas…! y de lo contrario, eres un fracaso de la peor especie. Pa­radójicamente, cuando menos necesitas, más tienes (cosas realmente valiosas, no chorradas). Por ejemplo, me viene a la mente ahora Matsumoto Fukuoka. Este japonés se fue a vivir solo a unos campos en unas co­linas apartadas con la intención de vivir de la agricul­tura ecológica. Vivió allí solo durante años, pero al co­nocerse lo que hacía, fueron llegando jóvenes de todo el mundo para aprender lo que él hacía. Y, entonces, Matsumoto vivía rodeado de jóvenes entusiastas que compartían trabajo y comida. Él era feliz tanto solo como acompañado. La pandemia en todo caso es la terribilitis y la necesititis que hace que la gente esté cabreada todo el tiempo. Eso les impide relacionarse con tranquilidad y amor. Y luego se quejan de soledad. La necesititis y la terribilitis hacen que no sepas ser fe­liz ni solo ni acompañado. Entonces, te quejas tanto de que la gente es un coñazo como de que no tienes gen­te a tu lado.

¿La autoestima proviene de las relaciones, de la interac­ción y de la conexión con los otros, de la conversación?

En mi experiencia como psicólogo, la autoestima no proviene de eso. La autoestima proviene de compren­der que uno es maravilloso por el hecho de ser huma­no. La autoestima, como casi todo, es una idea. La au­toestima es amarse, gustarse, tenerse un gran valor a sí mismo. Y eso se logra simplemente entendiendo que la única cualidad importante es la capacidad de amar la vida y a los demás porque es la única forma de darnos la felicidad. Y eso lo tenemos todos a rauda­les. Solo hay que sacar ese amor. Todos «valemos» lo mismo porque somos humanos, potenciales amigos, compañeros de juegos, etc.

CONFERENCIANTE. Desde hace bastante tiempo, doy con­ferencias por toda España, Latinoaméri­ca y algunos países de Europa sobre temas de psicología. Las hay dirigidas a psicólogos y médicos; y otras, para todo el público. Últimamente, muchas empresas e institucio­nes desean fomentar entre sus miembros una ideología más sana y racional. Y en­tonces hablo de: cómo trabajar de manera fe­liz y exitosa; aprender a lidiar con personas difíciles y gestionar el cambio: verlo como una oportunidad y disfrutarlo.

¿Nos hemos convertido en seres desconectados, aliena­dos, enajenados?

Hay mucha incapacidad para relacionarse bien, pero eso es solo un síntoma de las neurosis; no es el proble­ma central. El problema central es la súper presión para ser alguien importante, tener una casa muy bonita, via­jar, ser elegante, listo, con estudios, delgado, popular, extrovertido y mil cosas más. Y eso conlleva un gran estrés y, finalmente, el bloqueo. Además, nos llena de creencias irracionales acerca de la vida y las relaciones.

Por ejemplo, muchas personas de 30 o 40 años creen que vivir con los padres es un atraso, un proble­ma; creen que «deberían» independizarse o, de lo con­trario, son unos fracasados. Desde un punto de vis­ta racional, eso es muy raro. Si trajeses a un indio del Amazonas y le dijeses que la gente de hoy no puede vivir con las personas que más aman, nos calificaría de locos de atar. Y tendrían mucha razón.

¿Nuestra forma de vida nos empuja a renunciar a los afec­tos, apartándonos de la comunidad, para exigirnos solo productividad? ¿Nos resta humanidad?

Sí. Eso es totalmente cierto. Pero esa súper-exigen­cia no solo es de bienes materiales. También inmate­riales. Por ejemplo, está la siguiente creencia irracio­nal: «Necesito que todo el mundo me trate bien todo el tiempo». Eso nunca sucederá. Y tampoco es necesa­rio. Epicteto, uno de los padres de la psicología cog­nitiva, nació esclavo en el siglo I. Y su dueño, Epafro­dito, le daba palizas a veces. Pero Epicteto escogió ser feliz y aprovechar sus oportunidades. Paradójicamen­te, eso le permitió zafarse de su amo y conseguir su libertad muy rápido. La queja es el enemigo número uno de la felicidad.

¿Cómo gestionar la culpa, el vacío, el desasosiego?

Trabajando para no generarlo en primer lugar. Todo eso surge por creencias irracionales: decirte a ti mis­mo que algo es «terrible», «el fin del mundo», «la guerra nuclear». Una cosa es sentir emociones negativas sua­ves y otras, esas que has mencionado, que son muy graves y pesadas. Por ejemplo, Stephen Hawking, el científico en silla de ruedas, no se podía mover debi­do a la ELA y no sentía vacío ni desasosiego. ¿Cómo lo hacía? Mediante su lema: «Quejarse es inútil y una pérdida de tiempo: no lo pienso hacer».

TRAYECTORIA. Allá por los años noventa estudié en la facultad de psicología de la Universidad de Barce­lona y, al acabar, me inscribí en el Colegio Oficial de Psicólogos de Cataluña, con nú­mero 8711. A partir de ahí, inicié un periodo de formación intenso en diferentes formas de psicoterapia. Es­tuve en Arezzo, Italia, en el Centro di Terapia Strategica, trabajando con el célebre psicólo­go Giorgio Nardone, al que me une una gran amistad. En la década de 2000 trabajé como profesor en la Univer­sidad Ramon Llull y fui redactor-jefe de la revista de psicología Mente Sana, junto a Jorge Bucay.

Sobrevivimos a base de antidepresivos y tranquilizantes. ¿No es una forma de huir de la realidad?

Según mis cálculos, el 80% de las personas que toman todo eso, se lo podrían ahorrar. Y mejor sería si lo hi­cieran. Porque, en realidad, no curan nada. Solo son paliativos. Por ejemplo, mi último libro, Sin Miedo, va sobre el tratamiento del TOC y los ataques de pánico. Y ese método es puramente mental y está avalado por cientos de estudios publicados en revistas científicas. Eso sí cura. Pero, claro, cuesta mucho más llevarlo a cabo porque dura meses (a veces, años) y, además, es duro. También hay que decir que hay casos más com­plejos que sí se benefician de esos calmantes, llama­dos psicofármacos, pero son solo los más graves.

¿Cómo luchar contra la sensación de desamparo y aban­dono?

No sintiéndote desamparado o abandonado en primer lugar. Porque eso es algo que haces tú con tu diálogo in­terno. Lo mejor es ser como San Francisco de Asís que, al final de su vida, decía: «Cada vez necesito menos co­sas y las pocas que necesito, las necesito muy poco». Yo, por ejemplo, no necesito ninguna pareja para ser feliz. Lo tengo mega claro. Así que cuando me ha dejado al­guna, he pensado: «¡Wow, ahora empieza otra maravi­llosa etapa de soltero!» ¡Y así lo he sentido! Desampa­rado solo te sientes si crees que necesitas «amparo» de alguien o algo. Y, una vez más, esas emociones tan radi­cales no sirven para nada: solo para hundirte.

¿En una sociedad hiperconectada no resulta paradójico que pasemos horas solos frente a una pantalla y nos pro­pongan un mundo virtual para realizarnos?

El problema es que nuestra sociedad quiere siempre más y más. Y quiere que tú quieras más y más tam­bién. Así que en términos de hiperconectividad e hi­persocialización se le ha ocurrido que lo guay es ha­cerlo virtualmente porque así hay más y más de todo eso. Sin embargo, la naturaleza se rige por otros con­ceptos: equilibrio, homeostasis, calma, medida, dulzu­ra, relax, aburrimiento, bella lentitud. Por eso, el lema de «cuanto más, mejor», va en contra de la cordura.

¿Cree que cuando uno empieza a admitir que un horror es un horror, al fin se hace menos horror? ¿Es preciso des­cender al infierno?

No. De hecho, cuando te haces amigo de tus emocio­nes negativas te das cuenta que son humo. Además, dejas de terribilizar, ya no calificas de «terrible» las ad­versidades. Nada es un «horror». Y es preciso descen­der a los infiernos solo cuando tienes emociones ne­gativas exageradas y tienes que hacer el trabajo de desensibilizarte. Una vez desensibilizado, la vida vuel­ve a ser algo maravilloso. Sí, con algunas adversida­des, pero siempre menores.

Para superar el miedo, propone un método de cuatro pasos basado en los estudios de la médica y escritora australia­na Claire Weekes, pionera en el tratamiento moderno de la ansiedad. ¿En qué consiste?

Los cuatros pasos son «afrontar», «aceptar», «flotar» y «dejar pasar el tiempo». «Afrontar» es ir a buscar la ansiedad voluntariamente, todos los días, para entrar en contacto con ella. «Aceptar» es experimentar la in­comodidad abiertamente; sin huir. «Flotar» es inten­tar ponerte cómodo en la comodidad, pero viviendo toda la ansiedad sin filtros. Y «dejar pasar el tiempo» es no tener prisa; darte cuenta de que tienes que ex­ponerte muchas semanas o meses antes de notar el cambio.

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Juan Emilio Ballesteros

Juan Emilio Ballesteros

Español. Licenciado en Ciencias de la Información, Universidad de Navarra y en Periodismo, Universidad Complutense de Madrid. Experto en temáticas de diversa índole. Subdirector y secretario del Consejo Editorial, responsable de cierre y publicaciones (versiones digitales e impresas de Cambio16 y Energía16, y de la revista Cambio Financiero). Con amplia experiencia en el periodismo de investigación. Fundador y director del Diario de Andalucía y director de Cuadernos para el Diálogo (segunda época). Autor del libro El sindicato clandestino de la Guardia Civil, Serie Reporter, Ediciones B, Grupo Z. Membresía: Asociación de Revistas ARI, Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía, Asociación de la Prensa de Sevilla (APS) y Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE).

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