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África G. Zanella: Sin la mujer no habrá sostenibilidad

Juan Emilio Ballesteros by Juan Emilio Ballesteros
15/03/2022
in Revista
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Noticias Basada en hechos, observados y verificados por el periodista o por fuentes. Incluye múltiples puntos de vista, sin la opinión del autor. Si incorpora análisis, se etiqueta como noticias y análisis.
mujeres sostenibilidad

La sociedad afronta importantes retos derivados de la urgencia y la amenaza que implican desafíos como el cambio climático y la pérdida de ecosistemas y de biodiversidad, que demandan una acción inmediata y global por la sostenibilidad

La crisis en la que estamos in­mersos, derivada fundamen­talmente del cambio climáti­co y de la pandemia de covid, debe transformarse en una oportunidad para construir una sociedad que priorice el cui­dado del planeta, de la salud y de las perso­nas. El objetivo de una recuperación trans­formadora y sostenible, consecuencia de una economía del cuidado e incluyente, debe in­cidir en una organización social más justa e igualitaria que promueva la autonomía eco­nómica de las mujeres y el reconocimiento de sus derechos.

Respecto a la participación de las mujeres, y las acciones encaminadas a poner fin a la discriminación y la desigual­dad, es preciso implementar las políticas que mitiguen la desigualdad socioeconómica y la pobreza, el predominio del privilegio con pa­trones culturales discriminatorios y violen­tos, la división sexual del trabajo, la injusta organización social del cuidado, la concen­tración del poder y las relaciones de jerar­quía en el ámbito público.

África G. Zanella, fundadora y presiden­ta del Centro de Sostenibilidad y Economía de Género (CSGE), es consciente de que es necesario sumar fuerzas para encontrar so­luciones sostenibles que nos permitan llegar a una economía más verde, una sociedad re­siliente, inversiones éticas, nuevos paráme­tros de explotación ambiental y social y con paridad de género para poder mantener los recursos naturales y humanos en un nivel adecuado y de prosperidad.

Esta economista y psicóloga industrial, observadora del Climate Investment Fund del Banco Mundial, consultora de UNITAR (Instituto de las Naciones Unidas para For­mación Profesional e Investigaciones) y UNIDO (Organización de las Naciones Uni­das para el Desarrollo Industrial), entiende que hay que desglosar el concepto de cli­ma en distintos frentes medioambientales relacionados con el agua, el aire, el mar, la tierra, la biodiversidad o la producción de alimentos, entre otros, y ver cómo ac­túan en sectores como la energía, el trans­porte, la vivienda, etc.

La Global Reporting Initiative ha desarrollado indicadores que ayudan a las empresas a medir algunos de estos factores. “Como científica social, mi objetivo es observar e informar sobre el impacto de estos factores en las personas y, en algunos casos, sobre cómo los géne­ros masculino y femenino contribuyen a la función productiva y a la sostenibilidad, es decir, a la economía, al medio ambiente y a la interacción social.

¿Cómo encaja la igualdad de género en la Agenda 2030 para el desarrollo sostenible?

Sin la participación de la mujer en el ámbito ecosocial, no habrá sostenibilidad. Aunque solo sea por población, la mujer supera ya en muchos países a los hombres. Esta realidad ha sido reconocida por Naciones Unidas y se recoge tanto en la Agenda 2030 como en los Objetivos de Desarrollo Sostenible. En 2015, los 193 Estados miembros aprobaron un plan para lograr un futuro mejor para todos, y establecieron una hoja de ruta para los próximos 15 años con el fin de acabar con la pobreza extrema, luchar contra la desigual­dad y la injusticia y proteger nuestro plane­ta. Su estrategia global pivota sobre tres ejes fundamentales: la igualdad de derechos en lo social, el medioambiente y la economía.

No obstante, para llegar hasta la definición y establecimiento de la Agenda 2030 se cubrie­ron varias etapas previas en las que se avanzó en el reconocimiento global de los derechos de la mujer. Desde 1979, Naciones Unidas im­pulsa la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación contra la mujer, considerada como el documento jurídico internacional más importante en la historia de la lucha sobre todas las formas de discriminación contra las mujeres, que fue ratificado por 189 países en 1981. La Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, celebra­da en Beijing en 1995, marcó un importante punto de inflexión para la agenda mundial de igualdad de género. Este foro, que alzó la voz en defensa de los derechos de la mujer, será recordado por una frase emblemática de Hillary Clinton: “Los derechos humanos son derechos de la mujer y los derechos de las mujeres son derechos humanos”.

A lo largo de mi dilatada trayectoria per­sonal y profesional, me he referido siempre a la mujer como ser humano, económico y social, que vive en el planeta y contribuye a su sostenibilidad desde cualquier ámbito, ya sea desde un entorno local como global. Ci­taré un ejemplo significativo del papel que la mujer desarrolla: la agricultura y la produc­ción de alimentos está en su mayor parte en manos de mujeres, sobre todo en el inicio de la cadena de suministro. Como no existe equidad en la distribución de recursos finan­cieros, las mujeres cobran menos y trabajan más, asumiendo la responsabilidad de re­producción de la especie y, al mismo tiempo, la tarea de criar a los hijos.

Es más, en los países donde he traba­jado –por ejemplo, en Australia, de donde vengo, o España–, la mujer ha cargado con esa responsabilidad financiera y emocional durante muchos siglos sin ningún recono­cimiento, condenada por su dependencia económica y sometida por barreras cul­turales que le impiden poder realizarse y desarrollar todo su potencial humano. Por eso, a la vista de una larga tradición de dis­criminación y explotación, el ODS 5 pone el acento en la igualdad e invita a la sociedad a unir fuerzas en beneficio de la humanidad. Y no solo el ODS 5 puesto que el resto de los 17 ODS reflejan en mayor o menor medida la cuestión de género.

Ha tenido la oportunidad de viajar mucho y conocer diferentes países. Incluso, sus ami­gos se refieren a usted como ‘águila voladora’. ¿Existe una perspectiva global de género, un enfoque feminista que permita establecer un movimiento por los derechos de la mujer y una causa por la igualdad?

Para mí, la perspectiva feminista es muy im­portante. Cada vez más mujeres se suman a esta lucha en muchos espacios corporativos, en organizaciones no gubernamentales o en administraciones públicas. Y la fuerza de su voz se concreta en políticas de cambio so­cial y reconocimiento de derechos para que las mujeres puedan contribuir y beneficiarse económicamente del trabajo justo (ODS 8) y tener capacidad de decisión y acción en la lucha contra el cambio climático (ODS 13).

Los fenómenos meteorológicos extre­mos, como es el caso de los incendios de quinta generación o megafuegos, las se­quías, las lluvias torrenciales, las inunda­ciones y los cambios bruscos de tempe­ratura y su impacto en la producción de alimentos, la pobreza o la salud, son una realidad cada vez más presente que ame­naza los ecosistemas y la biodiversidad.Durante el tsunami de 2009, que arrasó el archi­piélago de Samoa, en el Cinturón de Fuego del Pacífico, muchos supervivientes se pudieron salvar gracias a que la mujer lideró las ope­raciones de rescate en muchas comunidades afectadas, como en Tonga.

África G. Zanella

En el Mediterrá­neo, por citar un mar amenazado que se ca­lienta y muere y que fue protagonista en la COP 25, también se ha puesto de manifiesto que la supervivencia del planeta no depende ya solo de un cuadro conceptual de desarro­llo sostenible, que era el planteamiento inicial de la Agenda 2030, sino que es preciso tener en cuenta el impacto del ser humano en la naturaleza y, en consecuencia, la respuesta de la naturaleza.

En la protección del medio ambiente nos puede ayudar la tecnología, la reducción de emisiones contaminantes, la economía verde o la energía limpia, pero el elemento humano no puede dividirse en dos segmentos diferentes basados en la identidad sexual. Además de los derechos humanos, y la meta de la igualdad para no dejar a nadie fuera, aquí Naciones Unidas aplica un razonamiento práctico: la unión de todos hace la fuerza.

De la misma manera, estoy de acuerdo con mis colegas de ciencias sociales que hablan del incremento de población y sus efectos econó­micos y medioambientales negativos. En este sentido, no creo que una pandemia como la covid sea el mayor peligro para la humanidad, precisamente porque vivimos en una época muy interesante de innovación tecnológica y, de alguna manera, no hay mal que por bien no venga. Desde luego, la pandemia conlleva sufrimiento, pero también ha traído colabora­ción internacional para investigar, encontrar las vacunas y mitigar los efectos.

Según el informe El progreso en el cum­plimento de los objetivos de desarrollo soste­nible: panorama de género 2021, elaborado por ONU Mujeres, el panorama poscovid es deprimente. La pandemia ha puesto a prue­ba e, incluso, ha logrado revertir el progreso alcanzado en la expansión de los derechos y las oportunidades de las mujeres: no han recuperado el empleo ni los ingresos perdi­dos, el hambre ha aumentado y el cierre de las escuelas supone una amenaza más para los logros de las niñas en la esfera educativa. Y, sin embargo, las mujeres están en primera línea en el campo de la salud y no gozan del merecido reconocimiento.

La Agenda 2030 no parece haber consegui­do acordar la ruta necesaria para abordar una reforma profunda del sistema financiero in­ternacional que tenga como eje los derechos humanos y el desarrollo de los países. ¿No se debilita en consecuencia el mandato de Naciones Unidas para abordar los problemas sistémicos?

Creo plenamente en el buen trabajo de un gobierno o burocracia global como es la ONU, un organismo mundial basado en el equilibrio. En mi calidad de observadora del Banco Mundial, puedo constatar que el desarrollo de la economía circular y verde se promueve tanto a nivel mundial como regional. En todas las propuestas que llegan a este organismo solicitando financiación existen requisitos legales que exigen la perspectiva de género. Los Climate Investment Funds (CFI), con los que estoy comprometida durante el próximo trienio, contemplan entre los siete criterios que deben cumplir los gobiernos para conseguir fondos destinados a proyectos de energía, políticas de derechos humanos y de igualdad de género, tanto en lo que concierne al ODS 5 como en empleo, educación, etc.

“El panorama poscovid es deprimente. La pandemia ha puesto a prueba e incluso ha logrado revertir el progreso alcanzado en la expansión de los derechos y las oportunidades de las mujeres”

Con todo, entiendo que las medidas que se apliquen deben compaginarse mejor con el ámbito cultural de cada país. Por citar un ejemplo significativo: Afganistán suscri­bió la Convención sobre la eliminación de todas las formas de discriminación con­tra la mujer de Naciones Unidas, pero no muestra los resultados de este compromi­so, cuando no viola sistemáticamente los derechos de la mujer, como sucede con el gobierno talibán. Según ONU Mujeres, aun­que estos instrumentos reflejaban la cre­ciente sofisticación del sistema de la ONU con respecto a la protección y promoción de los derechos humanos de las mujeres, el enfoque que reflejan es fragmentario, ya que no abordan la discriminación contra las mujeres de forma integral.

“EL PANORAMA POSCOVID ES DEPRIMENTE. LA PANDEMIA HA PUESTO A PRUEBA E INCLUSO HA LOGRADO REVERTIR EL PROGRESO ALCANZADO EN LA EXPANSIÓN DE LOS DERECHOS Y LAS OPORTUNIDADES DE LAS MUJERES”

Los indicadores de igualdad de género se ex­presan con claridad en el ODS 5. ¿No habría que hacerlos extensivos al resto de los ODS e implementar su seguimiento y supervisión?

En realidad, los indicadores de igualdad de género abarcan casi todos los ODS. No obstante, el ODS 9, por ejemplo, en el que he estado trabajando durante el pasado año con la Organización de las Naciones Unidas para el Desarrollo Industrial, falla a la hora de expresar la participación labo­ral de la mujer y el potencial que tiene en tecnología digital, innovación e industria. Además, la OCDE también publica el pro­greso de género en relación con los ODS y ha encontrado que las medidas no son las mejores porque no están bien desagrega­das o definidas en género.

¿El ODS 5 tendría que mencionar los derechos de las mujeres reconociendo que estos son a menudo denegados y, de esta manera, dar lugar a múltiples formas de articulación con las esferas sociales, económicas, políticas y medioambientales?

En absoluto estoy de acuerdo. Existen mu­chos mecanismos, incluyendo ONU Mujeres y otras agencias de la ONU, que tienen pla­nos de igualdad y medidas para implemen­tar en todos los proyectos bajo su mando. Ahí precisamente se centra mi trabajo.

¿Cree que los cuidados y el trabajo doméstico no remunerado están enfocados a las metas de reconocer, reducir y redistribuir?

La OCDE y el G20 llevan dos décadas tra­tando de implementar esas metas. Participé con ellos en Australia, y Gabriela Ramos, entonces presidenta y Sherpa de la OCDE, estaba intentando agendarlo en la Organiza­ción Europea para la Cooperación Económi­ca (OECE). Desde entonces, no he visto que haya habido mucho progreso.

En líneas generales, el empoderamiento se fija más en el emprendimiento y el autoem­pleo, pero no tanto en la igualdad de dere­chos laborales sobre los recursos econó­micos, relacionados con el ODS 8. ¿Por qué cuesta tanto cambiar de mentalidad y reco­nocer los derechos?

Esta es una de esas preguntas que se con­sideran imposibles. Está en la naturaleza humana la resistencia al cambio, sobre todo cuando se trata del poder, pero creo que esa mentalidad también está incrustada en una cultura que percibe ese poder en manos de los dirigentes de muchos países y organiza­ciones supranacionales. Obsérvese cuántas mujeres ejercen el poder en entidades pú­blicas y cuántas en el sector privado. Quizás esto ayude a responder. No quiero hablar del covid porque todo indica que las mujeres es­tamos perdiendo la batalla. Hoy, con la epide­mia aún declarada, hay muchas más mujeres que hombres en situación de desempleo. La mujer solo encuentra trabajos de menor valor económico o empresarial. Además, el índice de mujeres que están solas creando familias es cada vez más alto.

Si vinculamos el empoderamiento a los dere­chos de la mujer nos encontramos con la dife­rencia entre la igualdad formal, la que imponen las leyes, y la igualdad real, la que incide en oportunidades y resultados. ¿De qué forma se puede salvar esta brecha?

La Constitución Española, por Real De­creto ley 6/2019 de 1 de marzo de medi­das urgentes para garantía de la igualdad de trato y oportunidades entre mujeres y hombres en el empleo y la ocupación, de­clara que es necesaria la elaboración de un texto articulado y transversal en ma­teria de empleo y ocupación y ve conve­niente enfrentar la desigualdad de brecha salarial. Por ley, se prohíbe la discrimina­ción por sexo. Varias convocatorias se han llevado a cabo respecto a la elaboración e implantación de planes de igualdad desde 2017.

El Instituto de la Mujer tiene como finalidad primordial la promoción y el fo­mento de las condiciones que posibilitan la igualdad social de ambos sexos y la participación de la mujer en la vida políti­ca, cultural, económica y social, así como impulsar políticas activas para el empleo y el autoempleo de las mujeres y fomen­tar y desarrollar la aplicación transversal del principio de igualdad de género. Vigila cuestiones tales como la brecha salarial y otros temas de suma importancia como el acoso sexual en el trabajo. Mi recomenda­ción es que hay que ponerse al día porque todo lo que es ley tiene consecuencias si existen incumplimientos.

Es importante también que la ley exis­ta porque incrementa la conciencia social y la transformación de actitudes sociales respecto a la igualdad de condiciones y el respeto. El ODS 5 contempla nueve metas y 14 indicadores para controlar cómo se aplica la igualdad de género y acabar con la discriminación. Todos los gobiernos que firmaron el acuerdo de someter cualquier actividad a los 17 ODS realizan este trabajo y publican los resultados para que la ONU, así como otras entidades internacionales y organizaciones económicas, pueda anali­zar el cumplimiento y progreso de las me­tas y objetivos.

¿Qué papel tienen que desempeñar las gran­des empresas en la consecución del ODS 5 en cuanto a su financiación? ¿Deberían contar las mujeres con representación propia como orga­nizaciones interesadas?

Existen muchísimas organizaciones que representan a la mujer a todos los niveles. Muchas compañías, sobre todo las mayo­res, contemplan en su anuario un apartado sobre sostenibilidad y ahí necesariamen­te tienen que reportar su participación y comportamiento en igualdad de género. El más conocido método de reporte sobre medidas de sostenibilidad es el GRI (Glo­bal Reporting Initiative). Trabajé con este método y me impliqué personalmente para que la bolsa australiana adoptase un reglamento que obligase a las empresas a tener que declarar un reporte de sosteni­bilidad. Pero no veo muchas implicadas en estos objetivos. Lamentablemente, hay que constatar que en la actualidad no hay muchas que financien sostenibilidad ni re­duzcan la brecha de género.

¿Deben los Estados asegurar que las prio­ridades fiscales y presupuestarias sean au­ditadas y diseñadas desde un punto de vista de género?

Es una excelente pregunta porque son po­cas las naciones que tienen consideración presupuestaria específicamente de géne­ro. Australia fue pionera, así como los paí­ses nórdicos, pero en aquella época resultó elegido un primer ministro ultraderechista, con complejo de superioridad machista, que consideró la propuesta como una medida feminista y la anuló. Ministerios y agencias sociales y, como ya dije, a nivel local en todas las capitales en España el Instituto de la Mu­jer, así como otros organismos proveen in­formación al respecto y son capaces de en­contrar presupuestos en varios niveles para sus funciones.

“La FAO, por ejemplo, promueve un nuevo modelo de mujer rural para incrementar la seguridad alimentaria a la vez que implementa técnicas de neoliberalismo para aumentar la producción global”

Las empresas también tienen acceso a esta información. Además, la estra­tegia de mainstreaming (transversalidad de género) a nivel nacional y global está sien­do implementada en muchos países para la transformación y como políticas de buena gobernanza. En Málaga, por ejemplo, piden auditorías en el ayuntamiento con este fin. En Londres, la Commonwealth también lo hace en todos los países bajo su mandato.

¿Por qué es tan baja la participación de la mu­jer en el índice de población activa cuando se incrementa el número de solicitantes de em­pleo, existe un control de la fecundidad, el nivel educativo es cada vez más alto y la legislación laboral impulsa la inserción profesional?

Eso depende de qué país se esté hablando. La discriminación existe en todas las nacio­nes en mayor o menor medida. También hay que considerar la formación de la mujer en su propia familia o los estudios, que clási­camente han tendido hacia materias huma­nísticas. Un estereotipo que existe aún y que debemos estudiar más a fondo porque no se trata de forzar a la mujer a hacer lo que no le guste, sino de recompensar lo que hace si tiene valor tanto económico como social como, por ejemplo, en el caso de las enfer­meras. Es preciso, asimismo, considerar los criterios de medición. En España, el índice de discriminación baja si se tiene en cuenta el elevado número de mujeres que se dedican a la política, pero esto no es reflejo de la rea­lidad laboral del resto.

¿Se puede afirmar que la participación labo­ral de las mujeres evoluciona con el desarrollo económico, es decir, es reducida en el tránsito de sociedades rurales a sociedades industria­les y urbanas y aumenta cuando se implanta una economía de servicios moderna?

Sí, así es. La FAO, por ejemplo, promueve un nuevo modelo de mujer rural para in­crementar la seguridad alimentaria a la vez que implementa técnicas de neoliberalismo para aumentar la producción global. Las re­glas contemplan prácticas feministas y las incorporan en las nuevas tecnologías inter­nacionalmente. Se necesitan más expertos en tecnología. En Finlandia se ha identifica­do que existen 1.600 compañías que buscan empleados en la industria tecnológica y que esta falta de especialización implica un de­terioro del crecimiento económico del país.

“hAY QUE RECONOCER EL TRABAJO, NO EL GÉNERO Y LAS DIFERENCIAS INDIVIDUALES DEL GÉNERO QUE EXISTEN EN LA FRANJA DE EDAD QUE VA DE LOS 20 A LOS 30 AÑOS CON LA FUNCIÓN SOCIAL DE REPRODUCCIÓN”

Creo que todo eso ayudaría si a la vez nos concienciásemos de la igualdad de trabaja­dores de ambos géneros. Estoy segura de que eso mismo está ocurriendo en todos los países. Me fascina ver que Rusia, con historia política comunista, incentiva a la mujer para trabajar junto al hombre y presenta un alto índice de participación laboral de la mujer y el mayor número de mujeres científicas, superando a Estados Unidos y Reino Unido. No obstante, la posición de participación la­boral es muy elevada, aunque examinando las brechas salariales y puestos de mando tampoco es ideal. Trabajadoras, sí; poder y reconocimiento social, no.

¿Qué relación existe entre el ingreso per cá­pita de los países y la participación laboral femenina? ¿Con mayores niveles de renta, es cierto que la participación laboral feme­nina es más alta?

Pues claro que sí, siempre que existan leyes que no discriminen culturalmente. Así suce­de con la participación laboral de la mujer en España y, en general, en los países miembros de la Unión Europea. Lo tienen un poco más difícil en los países en desarrollo, donde la cultura no apoya el empoderamiento de la mujer con las debidas cautelas y derechos. En estos momentos, la Unión Europea está liderada por mujeres, en la Presidencia y en la Comisión. Hay esperanza de que se acelere tanto el nivel económico como la igualdad sin discriminación de sexo.

Las mujeres están escasamente representa­das en empleos que requieren capacidades STEM y, por contra, copan puestos adminis­trativos, de ventas y servicios, que están peor pagados. ¿Cómo acabar con esta alta concen­tración en sectores de baja productividad y ‘fe­minizados’?

No cabe duda de que el empleo está mascu­linizado en STEM por prejuicios culturales e históricos, pero si analizamos un trabajo de Mackenzie Global comprobaremos que el sector STEM está creciendo por necesidad económica rápidamente en esta última dé­cada. Si Europa consigue cerrar la brecha de género, sobre todo con educación y sin dis­criminación sexual, y consigue igualdad en STEM, podría añadir 1,2 millones de empleos y hasta 820 billones de euros al PIB en 2050, principalmente en industrias de informa­ción y comunicación tecnológica. En 2019, las mujeres empleadas en ese sector eran solo el 32.5% en high tech en producción y servicios. Hay varias campañas dirigidas a incentivar a mujeres africanas en ciencia y tecnología, pero el índice de mujeres en in­vestigación es menor al 30%.

En el sector agrícola, las mujeres trabajan en pequeñas explotaciones y representan una mayoría de los trabajadores familiares no asa­lariados. Su labor es más sostenible y se vi­sualiza, por ejemplo, en la gestión eficiente del agua. Sin embargo, no participan de la toma de decisiones. ¿Cómo implementar un mayor equilibrio?

Creo que la respuesta está en el binomio del poder de autoridad vs. el poder del conocimiento y cómo se valora si está en manos de la mujer. Hay que reconocer el trabajo, no el género y las diferencias indi­viduales de género que existen en la franja de edad que va de los 20 a los 30 años con la función social de reproducción. Creo que esto es un paso importante para la socie­dad. Los gobiernos tienen que implemen­tar no solo leyes a cumplir por el sector privado, sino también presupuestar más ayudas financieras durante esa etapa.

“Estamos en una época de revolución social y de muchos cambios y creo que al borde de un precipicio, o para usar un lenguaje más corporativo, the tipping point (el punto de inflexión)”

Claro que el reconocimiento de la maternidad y la paternidad en las leyes ya es algo. Al fin al cabo, somos humanos y necesitamos re­producir para la sostenibilidad de la huma­nidad, y eso no depende del individuo, sino de la sociedad donde vivimos y trabajamos. A nivel microeconómico, se necesita la res­ponsabilidad social de todos para todos y un plano de conciliación de la vida laboral y familiar, que ayudará a las empresas a cata­logar y estudiar los riesgos operacionales e incorporarlos a las estrategias corporativas. Si no lo miden adecuadamente, no podrán adaptarse a las nuevas reglas o sacar ma­yor provecho de sus recursos financieros y humanos.

¿Por qué las mujeres ocupan un espacio dife­rente en cuanto a la generación de ingresos? ¿Es imputable a las responsabilidades del cui­dado del hogar y a la falta de información como demandante de empleo?

Como ya he dicho, la OCDE lleva dos décadas intentando progresar en este terreno.

En la actualidad, nuevos desafíos como el envejecimiento de la población o la disminu­ción de las tasas de fertilidad amenazan la igualdad. ¿Se están arbitrando respuestas a estos retos?

¡A la igualdad, no; a la humanidad! ¿O creemos que podemos dar mando a la esclavitud de mujeres para procrear como en las películas? La mujer superwoman fue un paradigma de los años revolucionarios y de pioneras de las décadas de los sesenta y setenta, como yo misma, que creíamos que se podía con todo. Hoy existen en los países europeos, y en algunos asiáticos como Japón, otros factores que permiten ele­gir y optar o no a la maternidad.

Por las mis­mas razones –culturales, sociales y econó­micas–, en África se da un promedio de siete hijos por mujer. No se puede concluir que en el primer caso es por falta de fertilidad porque surgen otros aspectos a considerar relaciona­dos con una nueva forma de ver el planeta y la incertidumbre que genera el futuro. Muchas mujeres no quieren seguir el ejemplo de sa­crificio que vieron en sus madres y muchos otros aspectos psicológicos de esta época.

Resulta chocante que desde la política se en­cienda el debate y la confrontación, a veces por pura cuestión semántica. ¿Por qué la igualdad de género está tan ideologizada?

Eso mismo me pregunto yo como mujer todos los días. Santa Teresa de Jesús dijo a la Inqui­sición: “¿Es que este mundo no nos pertenece a nosotras también?”. Ella consiguió cambiar el mundo y crear una institución de mujeres líderes ¿Cómo no vamos a conseguirlo aho­ra? ¡Claro que sí! Estamos en una revolución social de muchos cambios y creo que al borde de un precipicio, o para usar un lenguaje más corporativo, the tipping point (el punto de in­flexión), que es el título de uno de los libros del periodista y sociólogo canadiense Malcolm Gladwell, quien resaltó cómo las pequeñas cosas pueden marcar una gran diferencia.

¿Qué lecciones hemos aprendido respecto a la participación de las mujeres en los planes y políticas de mitigación de la crisis y construc­ción de la recuperación?

Tenemos que aprender a adaptarnos a la nueva revolución, que no es una revolución industrial –la cuarta– como dicen algunos economistas. Yo argumento que es una revo­lución social muy amplia que requiere inclu­sión y en la que se trabaja de forma diferente y en multihabilidad, con una tecnología en movimiento que ayuda a todos a obtener y mantener el flujo de información. Esta revo­lución conlleva cambios orgánicos y, a nivel popular, igualdad, pero no creo que venga todo a la vez, sino paso a paso, y de forma multidireccional, basada en cultura y prospe­ridad.

Si hablamos de esperanza, hay que re­conocer el desafío que se nos presenta y que solo con valentía, visión y acción conjunta se puede lograr este cambio humanista y soste­nible para las futuras generaciones.

La mujer, esperanza de un nuevo mundo

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Juan Emilio Ballesteros

Juan Emilio Ballesteros

Español. Licenciado en Ciencias de la Información, Universidad de Navarra y en Periodismo, Universidad Complutense de Madrid. Experto en temáticas de diversa índole. Subdirector y secretario del Consejo Editorial, responsable de cierre y publicaciones (versiones digitales e impresas de Cambio16 y Energía16, y de la revista Cambio Financiero). Con amplia experiencia en el periodismo de investigación. Fundador y director del Diario de Andalucía y director de Cuadernos para el Diálogo (segunda época). Autor del libro El sindicato clandestino de la Guardia Civil, Serie Reporter, Ediciones B, Grupo Z. Membresía: Asociación de Revistas ARI, Colegio Profesional de Periodistas de Andalucía, Asociación de la Prensa de Sevilla (APS) y Federación de Asociaciones de Periodistas de España (FAPE).

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