Al Presidente de la Generalitat le ha salido el tiro por la culata. El Ultimátum de Quim Torra al Gobierno de Pedro Sánchez para que se avenga a negociar un referéndum secesionista, antes del mes de noviembre, ha durado lo que duró la proclamación efímera de la república por parte de Puigdemont.
La respuesta contundente de la Moncloa a este nuevo chantaje soberanista marca nuevamente la distancia que separa a los independentistas con el gobierno central aunque prosigan las negociaciones bilaterales.
Torra y Puigdemont se vuelven a equivocar rotundamente. Su radicalismo que se alimenta esencialmente de un discurso incendiario y de una presión agitadora, solo van provocando frustración y hasta cierta resignación que se palpa en la división y en la brecha entre los propios independentistas.
Serenar los ánimos
En Cataluña no se puede mantener el órdago permanente, menos aun cuando no se tiene las cartas adecuadas.
Es necesario rebajar la inflamación y los despropósitos que lo contaminan todo. La mayor irresponsabilidad es que muchos alientan la política del cuanto peor mejor, para llegar a una ruptura que no se va a producir.
Mire por donde se mire en Cataluña se necesita que se serenen los ánimos. Que se dejen del cuerpo a cuerpo porque la solución al Proces y a las reivindicaciones que se plantean, pasarán tarde o temprano por una mesa de negociación.
Echar más gasolina al fuego, como algunos lo hacen, es enquistar y envenenar un conflicto que puede caer en los tentáculos de los violentos. Tampoco forma parte de la solución los que como desde el PP o Ciudadanos, se empeñan en recurrir de nuevo al articulo 155, o a la ilegalización de los partidos independentistas. Las vías represivas no son la solución.
Frente a la sobreactuación política con banderas incluidas en ambos campos, hay que hacer un llamamiento a la inteligencia política. A la política con mayúscula para buscar una salida que evite la descomposición. No se puede tropezar una y otra vez ante la provocación y el desafío permanente que solo conducen a la frustración y al engaño.
Y a la fractura de toda una sociedad, que mañana, a buen seguro, ajustará cuentas con su clase política por su incapacidad e incompetencia.
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